
«Amena conversación, sentido del humor, buenos precios. Tendera de Primera División»
Ayer no dejé de darle mil vueltas a una pregunta que me hicieron el domingo. «¿Tú tienes despacho en casa?». Y no, la verdad es que no tengo despacho en mi casa o eso creía el domingo a las siete y algo de la tarde. En los minutos sombríos de ese domingo que ya empieza a languidecer, a despedir el fin de semana para uniformarse de lunes. Y lo pienso en la cocina, lo escribo en la cocina, lo leo en la cocina. Al final necesito cambiar la respuesta. Sí, tengo despacho, es la cocina. Grande como la del piso de mis padres, el que fue mi hogar en Avilés, espaciosa como la del pueblo, en Ania. Tendría que estar prohibido vender pisos con cocinas estrechas, pequeñas, tristes…
A veces me veo de chiquitín en Avilés, mi madre calentando leche en un cazo y de fondo la voz de Luis del Olmo saliendo de un transistor abollado. Dos sorbos de café solo bien caliente me sirven para aterrizar y sonreír, contemplando como desayunan mis hijos con su madre comentando lo que esperan del día antes de ir al cole. Jornada por delante de escuela, de trabajo, de cuestiones domésticas y recados. «Falta fruta, no hay pan, ni galletas». Y de repente alguien dice: » Ana, me acerco a Ana». «La tienda de Ana» en Escultor Sebastián Miranda, a una orilla el Café «La Tinta del Mar» y a la otra «La tienda de Ana». Podrían ser aceras pero en realidad son orillas que salvan del naufragio en Cimavilla. La Tinta y Ana, Ana y La Tinta, «no hay naranjas y quedan muchos zumos por hacer», avisa Sofía, Alessandro cruza la calle, «rápido, en una hora llegarán las hordas del instituto con hambre, pidiendo bocatas en una y otra orilla».
A mí me gusta ir sin prisa, charlar con Ana. Amena conversación, sentido del humor, buenos precios. Tendera de Primera División. En una ocasión se colaron en la tienda unos turistas extraviados por el barrio alto y sin decir ni Pamplona observaban detenidamente la fruta, el banco, la pizarra. Ana gritó: «¿Me quereis sacar una foto?, cobro foto de tendera a dos por una», se marcharon escopetados. No mete ni una sola pieza de fruta estropeada al final de la bolsa. Si no hay naranja de zumo y quieres llevar mandarinas, ella es sincera: «De esas mandarinas poco vas a sacar». El pan cruje entre los dedos y los tomates se anuncian por su aroma antes de cruzar la puerta. A mis guajes les encanta ir los sábados y es que siempre les cae algún regalo: un cuento, dos revoltijos, tres chocolatinas…
Vende las mejores galletas que el menda haya probado pero nunca confesaré(ni con tortura) en qué estantería descansan. Ana regenta una tienda en Cimata y resiste, como el barrio. De momento seguimos siendo barrio, mal que les pese a los depredadores de la alegría y Ana es puntal y puede que hasta guía.