«Fichó por el Sporting en 1977, en edad juvenil, y a pesar de su buena carta de presentación con la zamarra de la selección sub-18, no logró hacerse con la titularidad en un equipo excepcional dirigido por Vicente Miera. Al entrenador le gustaba el toque de aquel mozalbete zurdo que siempre entraba en las convocatorias desde su llegada a Gijón»
Mónaco no se parecía nada a Punta Umbría en 1976. Andrés Fernández Ramón echaba en falta la playa de La Bota, Los Enebrales, unas sardinas asadas a la hora del vermú y la puesta de sol en la Torre Almenara. Al fino futbolista onubense no le impresionó ni la impostura ni el lujo del Principado de Raniero III en el torneo internacional de fútbol juvenil. Un torneo donde la selección española aportó oropel y brillo desde los borceguies de un centrocampista andaluz que ya estaba en el primer equipo del Recreativo de Huelva y un tal López Ufarte, «el pequeño diablo», que haría historia en la Real Sociedad de los años 80.
Andrés fichó por el Sporting en 1977, en edad juvenil, y a pesar de su buena carta de presentación con la zamarra de la selección sub-18, no logró hacerse con la titularidad en un equipo excepcional dirigido por Vicente Miera. Al entrenador le gustaba el toque de aquel mozalbete zurdo que siempre entraba en las convocatorias desde su llegada a Gijón. Compartió piso en la Calle Aguado y en Marqués de Urquijo con Jiménez, Claudio, Pedro y David. Pisos que tenía el Sporting para los jóvenes jugadores que llegaban a la ciudad.
Entrar en una línea medular con Joaquín, Valdés, Mesa, Ciriaco, Uría y David era complicadísimo, con 18 o con 19 años. Hasta que llegó la inoportuna y obligatoria mili con destino en Galicia. Los gijoneses cedieron al Celta los servicios de Andrés en el medio del campo celeste. Regresó triunfante a Gijón un año después. Esa campaña, 81-82, jugó 20 partidos de liga y 9 de copa enfundado en la rojiblanca.
Su fútbol volvería a Balaídos y más tarde las aficiones de Cartagena, Cádiz, Sabadell, Hércules y Torrevieja conocerían esa zurda de seda puntaumbrieña. Andrés se quedó a vivir en la Capital de la Costa Verde. Ya es un gijonés más, le gusta la guitarra y el flamenco, ir a comer pote a Turón con sus amigos: David y Claudio y jugar al mus, le encanta el mus. Entre órdagos y envites, postres y convites.
Una de esas tardes de sobremesa prolongada y naipes, alguien le recordó, al comienzo de una partida, lo mucho que entraba en las convocatorias de Miera y lo poco que jugaba. Andrés, recordaba socarrón un partido de la UEFA ante el PSV Eindhoven: «En el aeropuerto Miera me dijo: Andrés, aquella es la maleta de mi mujer, cójala por favor. Y respondí: ¿pa eso me convoca míster?, ¿pa llevar la maleta de su mujer?».
Este tipo de luminosa sonrisa, enfermo de optimismo, onubense-gijonés, llegó a decir en televisión que un Sporting con 6 puntos en la primera vuelta no iba a descender. El club hizo esa temporada (97-98) 13 puntos, en una campaña desastrosa que convirtió al club en el peor equipo en la historia de la liga. Hoy Andrés disfruta viendo fútbol, es ojeador del Sporting, a la caza de promesas con talento. Atrás quedaron los tiempos de entrenador y eso que algunos hinchas del Gijón Industrial todavía añoran al andaluz.
El zurdo del mus, el que sabe quien tiene madera de futbolista y le bastan 5 minutos para adivinar el futuro de cualquier muchacho como lateral o delantero centro, aunque no sean, en principio, ni laterales ni delanteros. Ayer mismo, después de un besugo glorioso y una partidina de mus, se durmió enseguida al llegar a casa y soñó con Mónaco, otra vez. En el territorio de Oniria, en el minuto 59, a la altura de la media luna, dio un pase preciso y precioso a López Ufarte y «el pequeño diablo» la clavó por la escuadra, otra vez. Como en 1976.