
Una sociedad que es capaz de bajar la intensidad frente a un apagón y superarlo sin dramas

Creo que esta es una buena semana para dejarnos llevar por la noticia en la que todos nos hemos visto envueltos, que no es otra que el apagón total que sufrimos el pasado lunes.
A mí me pilló en plena calle, no me di cuenta de él hasta que tuve que entrar a recoger un pedido en una ferretería. Los primeros comentarios de las personas que estaban en la cola hacían referencia a una obra en una calle cercana (tenía bastante lógica), otras personas —las menos— hacían referencia al caos, al desastre de país en el que vivimos y demás sandeces, propias de aquellos a quienes les sale el odio a todo lo que nos rodea. El caso es que, con el paso del tiempo, me imagino que al igual que os ocurrió a vosotros, pasé de pensar en una cosa puntual de la zona en la que estábamos a algo más extraño, así que salí de la ferretería y volví a las oficinas en donde tenía previstas un par de reuniones. Mi sorpresa iba en aumento, al ver a la gente de todo tipo de negocios en la calle y pendientes del móvil; sin duda el asunto era algo más gordo. En la oficina, y con todo apagado ya, me empecé a enterar que el apagón estaba afectando a toda España e incluso Portugal (en un primer momento se llegó a hablar de toda Europa) y ya se empezó a oír todo tipo de teorías conspiranoicas, y algunas otras más razonables (entre las que ganaba mayor fuerza la de “a saber qué habrá ocurrido”).
A medida que pasaba el tiempo, algo más de una hora, hubo que reorganizar el trabajo, que la gente se fuera a sus casas y tener paciencia. Me tocó en ese tiempo, al no tener más remedio, atravesar las dos ciudades más grandes del territorio astur, Oviedo y Gijón, y esto me sirve para la primera reflexión post-apocalíptica: no percibí ni caos, ni desesperación, ni nada que me llevase a plantearme que la sociedad está en decadencia, pese al interés de algunos medios de comunicación, y de muchos generadores de contenido, tuiteros intensos y gentes que abrazan la soledad, dejándose arrastrar por las palizas digitales. Todo bastante normal, la gente circulando con precaución y cediendo el paso a peatones, antes que nada.
Antes de seguir, un inciso: vaya por delante que esta reflexión en primera persona parte de una base afortunada, en cuanto a las necesidades de atención, cuidados y asuntos médicos, y que esta misma situación bajo el prisma de la dependencia propia, o de familiares cercanos, estoy seguro que sería distinta, no sé si peor, pero si distinta. Hecha esa salvedad de intentar ser consciente de que la realidad propia no es la realidad universal, continuemos.
Una vez solventado el asunto ‘traslados y situaciones laborales’, tocó la otra gestión, la de pensar en qué hacer. Como a muchos, me pilló el apagón sin las lentejas hechas, así que olvídate de comer algo decente, aunque fuera templado. No pasa nada, algo de pan de molde y alguna lata y listo. No parecía que el asunto pudiera sostenerse en el tiempo eternamente, así que no era necesario caer en el caos higienista (por lo del papel) o similar, aunque sí me encontré por la calle algún individuo con garrafas de agua y pack de rollos higiénicos. Una vez alimentado —aunque tampoco hubiera pasado nada por no comer un día— tocó afrontar la tarde. Algunos whatsapps a familia y amigos para ver que nadie estuviera atrapado en un ascensor y todo fuera ‘normal’, y a entregarse a la lectura de cómics y escuchar la radio, que hicieron de compañeros ideales. Y en esto llego el fin de la situación y la luz a la nevera.
Igual diréis que el artículo de esta semana ha quedado un poco soso. Qué se le va a hacer, es la vida de uno, aunque me imagino que pueda ser parecida a la de muchos que leéis este artículo, y este es justamente el asunto del que quería escribir esta semana. ¿No os pasa que estáis saturados hasta el extremo de tener que escuchar y leer, en demasiadas ocasiones, cosas de una intensidad vital tal que parece que todo lo que pasa nos lleva al fin de mundo, o de la propia existencia, y que todos y todo lo hacen mal? Y ojo, que esto lo digo pensando en la perspectiva de los que pueden ver el mundo como nosotros y de los que los ven diferente. Me refiero a que, da igual que sea desde una perspectiva progresista, conservadora, tradicional o post-moderna, pero la intensidad de algunos, de que todo sucede en contra de nuestro destino, esta semana ha llegado en ocasiones al paroxismo. Es cierto que aún no se han dado explicaciones aclaratorias del todo, es cierto que es una situación excepcional, pero no es menos cierto que, si la mayoría de nosotros pasó su tiempo tomando el aire en el parque o en un banco o escuchando la radio y ya (insisto en mantener la consciencia de que, gracias a la ingente labor de nuestros servicios públicos sanitarios, de las fuerzas de seguridad, etc., las situaciones más complejas se pudieron afrontar), todo ese poso de opiniólogos que pasaron de lo del papa a lo de la energía y ahora están hablando de vete tú a saber qué milonga más, que sea trending en redes, ¿no os parece que se hace un poco pesado? ¿No se tiene nada mejor que hacer en todo el día que regar de histeria, mentiras, exageraciones o faltas e respeto a todo el mundo todo el tiempo? Podéis notar mi hartazgo respecto a la dramatización continua en la narración de nuestros días, así que desde aquí me emplazo y os invito a ello: a escribir, divulgar y cultivar todo lo bueno de nuestras jornadas y de nuestra sociedad, una sociedad que es capaz de bajar la intensidad frente a un apagón y superarlo sin dramas.
Un aplauso, por favor
Mira quien fue a hablar de «opinologo» que escribes y hablas de todo.. incluso de arquitectura.
Si esto hubiera ocurrido con un gobierno de «ultraderecha» entonces si seria una catastrofe y serias tu el «intensito» pero vamos que lo del apagon fue una cosa maravillosa…
Como se suele decir: «Ni calvo ni con dos peluques» Davizin