«Que la indisposición estomacal de las infantas ocupe un gran espacio en primeras páginas periodísticas me parece, como poco, un ejercicio provinciano»
Seguro que nadie que lea esta columna les resultará extraño el titular. En todo caso, y a riesgo de ser redundante, la historia de este texto se escribió el sábado en la localidad valdesana de Cavadedo. Todo estaba preparado para que este precioso pueblo del occidente asturiano se proyectase al mundo gracias a la visita de los Reyes y de sus hijas para el acto de entrega del Premio al Pueblo Ejemplar de Asturias. Calles engalanadas, la Ermita de la Regalina y el hórreo en perfecto estado de revista, los vecinos y vecinas con una carga normal de nerviosismo que se fue acrecentando al ver como el reloj había superado las doce del mediodía y de la Familia Real, nada de nada. ¿Qué estaba pasando?
La respuesta no tardó en llegar. La Princesa Leonor y la Infanta Sofía habían sufrido el viernes por la noche en Oviedo una indisposición. Básicamente, las dos hermanas sufrieron sendas severas vomitonas que obligó a tratarlas con Primperán para cortar un cuadro gástrico que impidió a la infanta Sofía llegar a Cadavedo, mientras que su hermana tuvo que abandonar los actos después de visitar siete de los once lugares previstos por la Fundación Princesa de Asturias y sin poder intervenir con un texto que leyó finalmente su madre.
Este el relato de unos hechos que, más allá del malestar físico de las infantas y me imagino la preocupación de sus padres y abuela, no representa nada diferente a la que cientos de padres han vivido, viven, vivimos, debido a los habituales virus propios o ajenos. Un episodio para la anécdota de los premios y para la coña gijonesa y asturiana en bares y corrillos. “Un apretón real, como dios manda”, escuché ayer como colofón para un episodio que alguno más ilustrado en esto de los Princesa de Asturias achacaba con mucha ironía al premiado mexicano en la categoría de Ciencias Sociales: “igual fue porque saludaron a Moctezuma (Eduardo Matos)”, como referencia jocosa a la conocida «venganza de Moctezuma», una expresión popular que se refiere a una de las manifestaciones de la ‘diarrea del viajero’ y que particularmente hace alusión a los padecimientos diarreicos causados a los turistas que visitan México.
Al margen de las ironías, que la indisposición estomacal de las infantas ocupé un gran espacio en primeras páginas periodísticas me parece, como poco, un ejercicio provinciano. Particularmente, y deseándoles a las dos una pronta recuperación, me preocupa muy poco si la dolencia real es vírica o bacteriana; si fue por una mayonesa caducada o por un contagio infantil. Porque si se consulta a facultativos para informar sobre una vomitona real, qué no habría que hacer cuando ese mal se vive a diario en cientos de hogares en los que no se tiene la posibilidad de que ante una vomitona imprevista o una cagalera traidora, niña o niño puedan ser evacuados en avión y coche oficial.
Sin acritud, pero de forma muy sincera, les digo que los medios de comunicación tenemos que ser sensibles a los males ciudadanos, pero recordando siempre las certezas de nuestro refranero que hace mucho tiempo que nos lo dejó muy claro: “Caga el rey, caga el Papa; sin cagar, nadie se escapa”.
Apelemos pues a la humildad ya que la fisiología nos iguala a todos sin exclusión.