Mientras las formas de participación de los menores crecen en variedad y ganan en influencia, en el Principado un 35,4% de ellos se halla en riesgo de pobreza o exclusión social; una realidad que hoy, Día Mundial del Niño, centraliza el debate
A quienes han nacido, residen o, al menos, conocen la realidad sociológica de Asturias les es difícil no sentir una ligera punzada del dolor al pensar en ella, y ligarla con el término ‘infancia‘. Desde principios de la década de 1990 la baja natalidad y la creciente ‘fuga’ de jóvenes fuera del Principado, en busca de mejores oportunidades han propiciado un estancamiento que, pese a los esfuerzos de los sucesivos Gobiernos autonómicos por revertirlo, continúa ahí, como una herida todavía supurante en la perspectiva de futuro de la región. Pero no basta con suspirar por un aumento de la población joven; hay que cuidar la que ya se tiene, garantizando sus derechos y su bienestar a fin de que, con suerte, se convierta en la punta de lanza de ese ansiado crecimiento. Todo un desafío aún en curso, con el que las Administraciones y organizaciones sociales están comprometidas, que ya atesora un buen número de aprobados, especialmente en materia de participación… Pero, al mismo tiempo, varias y graves materias pendientes, fundamentalmente ligadas al riesgo de pobreza. Dos caras de una misma moneda que hoy, 20 de noviembre, Día Internacional del Niño, merece focalizar el debate público.
«Partimos de un contexto estatal que no se debe olvidar: España es el segundo país de Europa con la tasa de pobreza infantil más alta», traza como punto de partida Elena Rúa, responsable de la delegación asturiana de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social (EAPN, por sus siglas en inglés) y, a la par, coordinadora autonómica de Ayuda en Acción. Menos optimistas son en el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF, en el original), que eleva ese dudoso ‘honor’ a la primera posición, aunque lo realmente relevante el el dato objetivo, en el que ambas entidades coinciden: en 2024 un 28,9% de los menores de dieciocho años, casi un tercio del total, se hallaba en riesgo de pobreza o exclusión social. La estadística abruma, pero, directamente, pasa a marear si se atiende únicamente al Principado. Según el XIV informe ‘El estado de la pobreza en España y en Asturias’, confeccionado por la EAPN y presentado este octubre, el 35,4% de los niños y adolescentes asturianos figuran en esa categoría. Por si no fuese suficiente, mientras el escenario se revela crítico para los más pequeños, si se abarca el conjunto de las franjas de edad la tasa de riesgo de pobreza o exclusión resulta haber descendido del 25,3% al 25% en los últimos doce meses, un dato llamativo si se piensa que, en todo el país, aumentó del 26% al 26,5%.
Una cadena dramática: de los bajos recursos familiares a las puertas cerradas en la edad adulta
¿Por qué ese desajuste entre lo que se registra en la infancia y lo que afecta al conjunto de los habitantes autonómicos? Una respuesta simple e imprecisa sería recurrir a la natural vulnerabilidad de los más pequeños de la sociedad, pero el asunto es mucho más complejo. «La clave está en la situación del núcleo familiar en el que esos niños y adolescentes viven«, comienza Rúa. En el Principado, concretamente, las casuísticas más comunes son «la existencia de carencias materiales severas en las familias, la baja intensidad de empleo y el que no siempre sea factible acceder al escudo que suponen transferencias como el Ingreso Mínimo Vital, o el Salario Social Básico«. Y un matiz crucial: si ninguna configuración familiar se libra de la amenaza de hallarse ante ese riesgo, las posibilidades se disparan al hablar de hogares monoparentales; sobre todo, si los lideran mujeres. Las consecuencias, tanto a corto como a medio y largo plazo, no se hacen esperar. Como concreta Rúa, en tales menores se detectan temprano «dificultades de acceso a una calidad educativa y, a menudo, una brecha digital importante, lo que les sitúa en una posición de desventaja de cara a su futura inserción en el mundo laboral, y a contar con una calidad de vida adecuada, ajustada a los derechos básicos de las personas».
Sopesando lo anterior, una nueva pregunta llama a la puerta de la curiosidad… ¿En Asturias se está actuando para paliar lo anterior? Sí, aunque, a juicio de la responsable regional de EAPN, el gran lastre es la invisibilidad que padecen el grueso de esos menores. «La sensación es que se atienden aquellas situaciones que revisten mayor gravedad, lo cual es cierto, y hay que reconocerlo, pero queda en un limbo esa parte de la pobreza en la que los niños sí que cuentan con un contexto familiar de referencia, aunque tenga carencias«, ahonda. Por si el cuadro no fuese de por sí lo suficientemente complicado, desde hace décadas se ha agravado con una variable frecuentemente obviada: la de los menores extranjeros no acompañados, amparados por un estatus de protección específico, pero «necesitados de toda una red eficaz de espacios de acogida, de educación, de apoyo a la inserción social…». De ahí que, en opinión de Rúa, sea imperativo que las Administraciones «apuesten por políticas claras que identifiquen muy bien esos núcleos familiares con problemas concretos, y entendiendo que hablamos de un problema amplio, formado por muchos elementos interrelacionados, no aislado. Porque se ha avanzado mucho, es verdad, pero es precisa esa intervención y ese seguimiento permanentes para que ningún niño crezca sin tener garantizados sus derechos«.
La cara amable de la moneda: el crecimiento del papel de la infancia en la construcción del Estado
¿Es todo cuanto atañe a la infancia negativo bajo el sol que (cuando hay suerte) baña Asturias? No, claro que no. Es más, las últimas palabras de Rúa no tienen nada de frívolo: se han cosechado avances. Y no menores, por cierto. Porque, al pensar en la infancia y en sus necesidades, es fácil que la mente acuda a lo más básico y socorrido: la alimentación, la educación, la cobertura médica… Pero hay otra cuestión igualmente relevante, incluso esencial para que todo lo anterior llegue a ser tenido en cuenta con la profundidad que merece: la participación de los niños y jóvenes en aquellas decisiones de las que depende la construcción y el funcionamiento de un Estado… Y, por ende, la toma de conciencia de todo aquello que precisan. Dicho de forma coloquial, que se les escuche y se les tenga en cuenta. En eso, confirman desde UNICEF, el Principado abandera la cadena de logros tejida desde hace años. Prueba de ello es la constitución, desde 2004, de múltiples plataformas actualmente de referencia: el Foro de Infancia, dependiente de la Dirección General de Infancia y Familias, a través de cuyas reuniones bianuales se canalizan todas las consultas relacionadas con dicho colectivo; el Comité de Participación Infantil, interlocutor del Foro y que incluye a representantes de las Administraciones y entes autonómicos; el Aula Municipal por los Derechos de la Infancia, nexo de los anteriores con las realidades de los concejos, o el Comité de Participación Infantil en los Centros Residenciales de Protección de Menores, centrado en fomentar la inclusión e inculcar el espíritu crítico, asambleario y democrático en tal difícil escenario.
A fecha de hoy, la estimación de UNICEF es que alrededor de 1.500 niños y adolescentes asturianos están integrados en alguno de los distintos espacios de participación. Iniciativas como los Encuentros Autonómicos de Participación Infantil, una fórmula bianual para intercambiar impresiones y propuestas, y tomar decisiones en consecuencia, dan la medida de esa fortaleza creciente, lo que permite a Nacho Calviño, presidente del Comité de Asturias de UNICEF desde este mismo año, extraer un balance «muy positivo», aunque sin negar que todavía es mucho lo que queda por hacer. Afortunadamente, no se parte de cero; baste señalar para confirmarlo que, a día de hoy, son la friolera de 43 las localidades asturianas declarados Ciudades Amigas de la Infancia, y 44 los grupos municipales de participación activos en ellas. No es casual, pues, que la campaña para este 20 de noviembre de la entidad que encabeza en la región haya sido bautizada en las diversas redes sociales #SomosInfancia. «La idea fuerza es tener la capacidad de observar el mundo a través de los ojos de un niño, comprendiendo sus urgencias, sus necesidades y cuáles de sus derechos se están viendo amenazados». Y es que, concluye Calviño, «sólo hay una manera de proteger eficazmente a nuestra infancia: desarrollar la capacidad colectiva de empatizar con su visión del mundo. A partir de ahí, podremos obrar en consecuencia«.