«Nuestra democracia, si quiere subsistir, no puede ser una sociedad indefensa que se deje llevar mansamente al matadero por los enemigos de la libertad»
Hace unos días contemplamos, atónitos, las acciones de un grupo de herejes. El 17 de agosto recordamos el terrible atentado que nuestra democracia sufrió en Barcelona y homenajeábamos a las víctimas. El dolor de sus familiares era insoportable. Una mujer llora desconsoladamente abrazada con fuerza a la foto de su hijo. Se hace un minuto de silencio porque ninguna palabra puede llegar a expresar todo lo que pensamos y sentimos. Pero el silencio ritual es roto en pedazos por un grupo de independentistas que gritan «hijos de la gran puta», «España es un estado de asesinos» o «queremos saber la verdad, hipócritas». Algunos se dirigen directamente a las víctimas y a sus familiares para llamarlas «fascistas», «burros» u «os matarán y todavía lameréis el culo de los asesinos». La expresidenta del Parlament, Laura Borràs, va a saludar a los herejes, que la reciben con una ovación y gritos de «presidenta, presidenta».
La ciudad necesita para subsistir de una fe cívica común. Aunque la democracia no solo permite, sino que promueve la pluralidad, exige, para su supervivencia, de unos dogmas compartidos sobre la vida en común.
Este credo civil queda recogido en la Constitución y consta, entre otros, de los siguientes puntos: derechos y libertades de la persona y sus correspondientes responsabilidades y obligaciones con la ciudad; gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo; funciones y obligaciones de la autoridad en una democracia; renuncia al pecado civil del golpe de estado; justicia entre los miembros de la comunidad, entre el individuo y la comunidad y entre la comunidad y el individuo; fraternidad y amistad cívica; libertad, tolerancia y respeto recíprocos; igualdad ante la ley, el sufragio universal, la libertad de pensamiento, de prensa y de religión, el derecho de los ciudadanos a intervenir en los asuntos públicos, a elegir a sus representantes y a pedir cuentas de su actuación, la separación de poderes y la desvinculación de la soberanía de quienes la ejercen; el libre acceso a cualquier cargo público según las capacidades y no según el nacimiento; el derecho a vivir donde uno quiera y a ejercer la profesión que se desee; el derecho a no ser detenido arbitrariamente y a tener un juicio justo; el derecho a la protección de la justicia, la igualdad a la hora de pagar los impuestos y de servir a la patria, el derecho de todos los ciudadanos a la asistencia pública en lugar de depender de la caridad privada, el derecho de cada uno a que el Estado garantice su seguridad personal y la de sus bienes, el cuidado de los ancianos, pobres y desvalidos, el derecho a una educación pública y gratuita, el derecho a disfrutar del tesoro artístico y cultural de la nación, el matrimonio civil, el divorcio, etc.
Toda herejía que cuestione nuestra fe democrática ha de ser combatida. Nuestra democracia, si quiere subsistir, no puede ser una sociedad indefensa que se deje llevar mansamente al matadero por los enemigos de la libertad. Debemos defendernos enérgicamente frente a aquellos que se niegan a aceptar los principios de nuestra vida en común. Si la herejía se concreta políticamente, ha de ser combatida políticamente; pero si se embarca en una actividad ilegal, haciendo uso de la violencia, debe ser reprimida por la fuerza del Estado.
Te nos estás maquiavelizando, Edu.