“El feminismo tiene que reforzarse con una mirada interseccional, incluyendo a las mujeres del techo de cristal y a las del suelo pegajoso con trabajos precarios”
Leyendo a Sarah Ahmed en Vivir una vida feminista (2017) me lleva a pensar de dónde me viene el feminismo. No creo que empiece con algo en concreto, sino con muchas y distintas experiencias a lo largo de mi infancia y juventud. Mi padre trabajaba en una prisión militar y mi madre dedicó su vida a cuidarnos. Quizás esto me ha llevado a ser inconformista con el lugar y la forma que, en algunas cuestiones, se me había asignado como mujer en la familia y en la sociedad. La necesidad de explorar, también intelectualmente, y de buscar sentido a lo que hago y a lo que quiero ser me ha hecho avanzar, crecer como persona e ir descubriendo mi espacio siendo leal a mí misma.
Soy hija de un militar en una familia católica conservadora que cambió en bastantes ocasiones la residencia. Me crié en espacios militares conservadores (escuela, residencia, club de ocio, todo militar). Quizás el cambio comenzó cuando, con 14 años, empecé a estudiar formación profesional en un centro de religiosas de la Compañía de María en Ferrol (en aquellos momentos El Ferrol del Caudillo…). Era un centro de barrio, abierto, de izquierdas, que me rompió muchos moldes aprendidos y me planteó nuevas formas de entender, analizar y posicionarme ante la realidad: el mundo de los astilleros navales frente al mundo militar. A los 17 años, las Hijas de la Caridad me ofrecieron la posibilidad de realizar voluntariado en León, a la vez que seguía estudiando: primero, en una residencia femenina de estudiantes; y después en una casa de acogida de mujeres víctimas de violencia de género y un centro de transeúntes. Estas experiencias me encaminaron a estudiar, posteriormente, Trabajo Social en Santiago. Con 20 años, participé en un proyecto de voluntariado social en San Pedro Sula (Honduras), cuyas destinatarias eran especialmente mujeres del anillo periférico, algunas en situación de prostitución y otras de trata.
Mi percepción de la realidad siguió construyéndose en la universidad -iniciando mi activismo feminista desde la Teología feminista y con la Institución Teresiana- y con las primeras experiencias profesionales, apoyando a usuarias y compañeras en circunstancias de acoso sexual, violación o maltrato. Todas estas nuevas situaciones me abrieron los ojos, también a mi orientación sexual. Muchas situaciones de ruptura con lo normativo antecedieron a mi matrimonio lésbico. Al activismo social y feminista se añadió el LGTBI+.
En 2010, comencé un nuevo camino de compromiso desde la “Ecología Política” con Verdes/EQUO. Actualmente, soy profesora del Ciclo Formativo de Grado Superior de Promoción de Igualdad de Género. Todo lo vivido da sentido a lo dicho por Sara Ahmed “aprender a ser feminista es aprender sobre el mundo” (mi mundo y el otro mundo) con una visión global: las personas y el planeta tienen que ser cuidados con una mirada feminista e integrando las diversidades.
Por eso, hoy más que nunca, el feminismo tiene que reforzarse con una mirada interseccional, incluyendo a las mujeres del techo de cristal y a las del suelo pegajoso con trabajos precarios y en situación de pobreza, a mujeres racializadas, migrantes, con diversidad funcional, en situación de prostitución, personas y familias LTBI, …
En un mundo donde la sombra de la guerra nos acecha, el feminismo tiene que ofrecer un proyecto que merezca la alegría de ser vivido y deseado, donde: los derechos de todas, todes y todos sean respetados y protegidos; la corresponsabilidad y la colaboración sustituyan a la competencia; la dominación y la subordinación sean reemplazadas por la igualdad; y los conflictos puedan ser resueltos con la negociación pacífica.
El feminismo es un movimiento histórico social que ha defendido los derechos de las mujeres para que las mujeres puedan estar en una situación de igualdad y equidad con respecto a los derechos de los hombres. Aún queda mucho por hacer. De forma mayoritaria las mujeres y algunos hombres han participado en este proceso. Las masculinidades hegemónicas siguen protegiendo los privilegios de algunos hombres, mientras que cada vez más hombres defienden la igualdad entre hombres y mujeres, y proponen un nuevo modelo de ser hombre. Por ello, es urgente incorporar la coeducación en los espacios y centros educativos, en las familias y en la sociedad.
Un mundo inestable puede resultar inseguro y cuando hay inseguridad fuera, la mayoría de las personas, buscan la seguridad propia y del grupo. En este tiempo de fragilidad la desinformación (fake news) puede confundirnos. Es muy difícil caminar con miedo porque nos limita. El miedo es un freno, pero también es un indicador sobre el que reflexionar y debatir porque nos ayudará a seguir haciendo camino. Por eso hay que dialogar, negociar, buscar consensos. Este es el reto del feminismo del siglo XXI. Desde la década de los 70 ha habido diversidad de planteamientos en los diferentes feminismos, y ha habido muchos avances, porque ha habido acuerdos. Por tanto, los acuerdos son posibles. Sigamos caminando juntas, uniendo nuestras reivindicaciones, y avanzando hacia un mundo respetuoso, diverso e inclusivo.
El 8M ha sido en los últimos años una expresión del deseo de cambio y de compromiso con la igualdad y el feminismo. Hagamos de este 8 de marzo de 2022 una señal de resistencia frente a los intentos de regresión a los viejos tiempos.
El 8M debe ser la señal de resistencia y la propuesta de cambio porque sigue siendo posible.
Nuria Saavedra Castro esTrabajadora Social y Socióloga, además de profesora CFGS Promoción de Igualdad de Género