«Reivindico la pertenencia al barrio, de Cimavilla, de L’Arena, de Pumarín, de El Natahoyo… y pertenencia a la ciudad, porque, sin raíces, las palmeras se caerían con el viento caprichoso»
Gijón es un conglomerado de barrios, de espacios con idiosincrasia propia construida por la historia. Unos, los más arraigados en la memoria, mantienen el lugar en el colectivo, no solo en ese barrio, sino en toda la ciudad. Quien es de La Calzada es de La Calzada, no busques en él o en ella porosidad alguna, pues el amor a un lugar se encuentra en el tuétano de los huesos. Gijón es amante de sus barrios, de sus calles, de su gente. Amante de su espacio en la construcción colectiva de ciudad. Amante de su piel fragmentada, compartida con el orgullo que da la pertenencia a uno de los municipios más grandes de España. Otras ciudades, grandes o pequeñas, se configuran a través de un único e insípido centro, pero nuestro Xixón tiene varios lugares centrales, respetados entre ellos por el peso de dichos ejes ciudadanos en la historia.
Para asentar este sentimiento de pertenencia, las políticas públicas ejercidas durante años consolidaron una conciencia colectiva, aunque sin saber muy bien si fueron las políticas las que configuraron la ciudad o bien la ciudad configuró la forma de hacer política, no obstante, está claro que todo se enhebró con el pensamiento que da el pasado y con los sueños que ofrece el futuro. ¿Qué hubiese sido Gijón sin esas políticas descentralizadoras? Nadie lo sabe, pero… ¿sabe alguien qué sería Xixón sin sus barrios? Tampoco. Quizás sí, una ciudad distinta, más domesticada, más durmiente, menos apegada al corazón.
Nuestra ciudad permite posibilidades que otras urbes de similar tamaño no tienen, y esas opciones; sociales, culturales, educativas, provienen de un sentimiento de pertenencia a su portal, a su calle, a sus comercios, a su tejido asociativo, potente y arraigado a la cercanía, a sus servicios construidos por miles de arquitectos y peones a lo largo de la historia, a su alma, conformada por nacidos y acogidos en una ciudad de barrios.
Reivindico ese latido de sístole y diástole, ese palpitar gijonés que hace pulsar una ciudad, reivindico el portal como espacio de cotilleo social, en donde el saber ocupa el lugar de los rellanos, reivindico el comercio de proximidad, aquel al que iba de crío con el papel de media cuartilla, escrito por mi madre o por mi abuela, aquel que se fiaba, pues la cercanía moldea la confianza, aquel que hoy hace ciudad, hace barrio, hace calle, y no podemos dejar que claudique ante los grandes provenientes de redes y conexiones. Reivindico la pertenencia al barrio, de Cimavilla, de L’Arena, de Pumarín, de El Natahoyo… y pertenencia a la ciudad, porque, sin raíces, las palmeras se caerían con el viento caprichoso, desarraigadas del conjunto construido. Reivindico Xixón como espacio tolerante, abierto, acogedor, dinámico, en donde los hombres y mujeres, los niños y mayores se sienten orgullosos de una ciudad regada por la mar, pero sobre todo sembrada de sentimiento.
Otro artículo que no dice nada. Menuda retahila de lugares comunes, menuda sarta de evidentes afirmaciones y algunas demagogías. Mejor reclamar, en artículos elaborados y fundamentados una buena atenciòn primaria, una ciudad sin pintadas por doquier, la permanencia de la sede de la comandancia de la guardia civil, la remunicipalizaciòn del servicio de ayuda a domicilio, o, por ejemplo, que arreglen de una vez el túnel de la Coría o el del Alto de Pumarín.