Bezos es el hombre que cayó a la Tierra. Toda una acumulación de capitales para escapar de la Tierra, como en la novela de Walter Tevis, como el propio Bowie. Desde la pandemia el planeta está triste y Bezos no puede hacer nada
Con su sombrero country, hemos visto como despegaba Jeff Bezos hacia el espacio, casi como una anomalía espacial que durante once minutos pudo comprobar la redondez del planeta. Los planetas son lo más parecido a los culos y Jeff Bezos tiene uno. Los viajes espaciales de Bezos abren la privatización del universo. Se especula con el siguiente despegue, quien será el próximo millonario, quién el elegido, entre qué filántropos, y científicos, qué aventureros y místicos, habrá quien le acompañe en su próximo viaje, mientras un robot triste y solitario explora Marte y sus metales nocturnos, transmitiendo su poesía digital, parda y silenciosa, donde dicen, en otra era, la vida también florecía con múltiples energías.
Mientras tanto, vivimos atravesados por el lenguaje, como dijo Heidegger. Somos idioma en un planeta de gramáticas vacías, de puro ruido y violencia que han sido barridas por la aritmética del dinero y de la ciencia. En el fondo, esa es otra gramática. A lomos de un falo blanco, a lomos de un caballo blanco, Bezos sobrevuela la Tierra, abandonado de Amazon, abandonado de todo, embarnecido por la oscuridad del espacio, absorto en otras lejanías. Porque cuando uno lo deja todo, sólo le queda el espacio infinito, once minutos de una belleza desbordante y azul que bien valen una misa. El cine nos ha ofrecido esa misma belleza, pero sólo el dinero de un milmillonario admite más belleza todavía, sintiendo la ingravidez del alma dentro de una cápsula espacial que aterriza lánguidamente después de haber alcanzado su cenit.
Bezos, como el major Tom de David Bowie, ha desconectado de todo. Acabará convertido en una momia cubierta por una escafandra, flotando en el espacio durante milenios, como otra anomalía espacial, como un satélite del amor que transmita toda su radiación hacia algo que sólo se podrá amar cuando sea abandonado. En la Tierra, mientras tanto, José Andrés practicará el humanismo repartiendo comida entre los pobres, después de que Bezos le haya donado otra millonada para gestionar los asuntos terrenales. El humanismo es un amor de cercanías.
Bezos es el hombre que cayó a la Tierra. Toda una acumulación de capitales para escapar de la Tierra, como en la novela de Walter Tevis, como el propio Bowie. Desde la pandemia el planeta está triste y Bezos no puede hacer nada. La soledad de los atletas en las olimpiadas, la soledad del corredor de fondo, la soledad de Bezos. Hoy se inauguran en Tokio unos juegos olímpicos sin más épica ni más dios que el hombre y la mujer solitarios dispuestos a competir contra sí mismos antes que contra cualquier otra nación. Así estamos muchos días, que no sabe uno si abandonar la vida o abandonar la Tierra o las dos cosas, harto de tanta competencia. Bezos ha sido el hombre que vendió nuestro mundo, como Musk, como Jobs y tantos otros, hartos de la competencia.
Vuelvo a la novela de Arthur C. Clark, vuelvo a la Odisea de Kubrick, donde la burguesía hace también sus viajes espaciales, donde todo transcurre en una ingravidez permanente, sin violencia o, mejor dicho, con esa violencia de lo blanco, con esa pureza que rasga las sábanas celestes del espacio, para descubrir que la quijada de una mula lanzada un simio para matar a otro simio es la misma que alzó el vuelo hace un par de días atravesando un cielo protector. Volverá a volar este falo blanco, este blanco con voluntad de falo, que es el blanco del miedo, del vacío, el blanco termonuclear, el blanco de la muerte vestida de hueso pálido, de ángel exterminador y nosotros seguiremos aquí, inflamados por la ira.
Qué le hace. Esas aventuras de simios ensayando humano nos motivan a generar más caminos de humanidad antes de que esto se acabe.
Me gustó mucho el artículo.
Creo que el Covid 19 nos está dando la partida hacia la construcción de la humanidad bien tejida para superar la colcha de retazos que es hoy.