Palabras y argumentos realizados, año tras año, por el arzobispo han provocado que una persona creyente no asista a la misa del Día de Asturias en su condición de presidente del Principado: Adrián Barbón
Asturias es nuestra patria, nuestra tierra, nuestra comunidad autónoma, nuestra raíz, nuestro yo. Asturias es la tierra de todos los que son asturianos y asturianas, no solo de nacimiento, también de sentimiento. El día 8 de septiembre es su día, el Día de Asturias. Es la fecha aprobada, allá por 1984, para celebrar nuestra fiesta regional coincidiendo con la festividad de Covadonga. Es un día festivo y desde hace años generador de conflictos gracias al provecho de un lugar de privilegio, el altar, frente a espectadores que no pueden responder a las palabras lanzadas. Es el día en donde el arzobispo de Oviedo promulga misa en la Basílica de Covadonga.
No quiero llevar con estas líneas a la reflexión y al debate sobre el carácter aconfesional del Estado y el cuestionamiento o no sobre la presencia de los representantes institucionales en actos religiosos, sino orientarlo hacia las homilías del prelado Jesús Sanz Montes en un día que debería ser de todos y de todas. Orientarlo hacia palabras y argumentos realizados, año tras año, por el arzobispo asturiano que han provocado que una persona creyente no asista a la misa del Día de Asturias en su condición de presidente del Principado: Adrián Barbón.
Esta situación, inaudita en la historia de nuestra Comunidad Autónoma, quizás debería hacer pensar a quien con sus palabras genera o puede generar crispación, pues parece no concordar con lo dictado, si nos dejamos guiar por las palabras del Papa Francisco en el apartado Recuperar la amabilidad de su Carta Encíclica Fratellli Tutti “Es una manera de tratar a otros que se manifiesta de diversas formas: como amabilidad en el trato, como un cuidado para no herir con las palabras o gestos”. Si quien debe trasladar y concretar esa manera de entender el mundo, el superior eclesiástico de un arzobispo es el Papa, utiliza palabras que pueden, y lo hacen, provocar confrontación, no pienso que esté haciendo lo correcto. La religión católica se basa en el amor, en la fraternidad, en el respeto. La iglesia como edificio es la casa de Dios y como tal, los representantes de la Iglesia no deberían hacer sentirse mal, incómodo, a aquel, sea quien sea, que entra por su puerta. Si la máxima figura eclesiástica en el Principado no comulga con esa manera de entender un hogar, un hogar de amor y fraternidad, no está siendo un buen anfitrión en una casa en donde la premisa que lo sustenta es el respeto al prójimo. Si redunda en la confrontación a través de las redes sociales con términos como “seño”, en alusión a la delegada del Gobierno, Adriana Lastra, hace más bonitas y valiosas las palabras del Papa cuando dice en el mismo texto de la Encíclica “…convirtiendo todo en tecleos y mensajes rápidos y ansiosos, se pone en riesgo esta estructura básica de una sabia comunicación humana”. Qué sencillez para hablar del impulso y el odio que rezuman las redes sociales.
Como decía antes, el cristianismo se basa en el amor y en la palabra. Estos dos elementos son básicos para la religión que predomina en nuestro país y, por condicionamiento histórico, forma parte de nuestra cultura. Los máximos representantes de esa manera de entender el mundo deben ser tremendamente escrupulosos con sus actuaciones, pues representan, así lo dicen, a Dios en la tierra. El catolicismo es una religión que evoluciona lenta, pausadamente, como debe hacerlo toda religión. El Papa Francisco ha provocado un tsunami repleto de esperanza, y en ese movimiento se han producido grandes cambios. Se precisan más, muchos más, pero desde luego el Papa está intentando modificar un rumbo todavía alejado del hoy. En mi desconocimiento, pienso que esa manera de entender la realidad del antiguo cardenal Jorge Bergoglio debería guiar el caminar de los diferentes componentes de la Iglesia, orientando los mensajes lanzados en las diferentes homilías hacia lo que dice el Sumo Pontífice, al ser la más alta autoridad eclesiástica. Eso sí, sin limitar ni menoscabar la potestad de los obispos. Hay muchos ejemplos de separación entre lo sugerido por el sucesor de Carlos Osoro y el sucesor de Pedro. El primero dice “Porque hablar de ecología es hablar de que nos importa la vida, toda la vida, evitando caer en la trampa engañosa de salvar solo algunas floras y faunas clasificadas por ciertas corrientes ecologistas que acaban siendo ecolojetas, mientras dejamos al pairo la vida humana más vulnerable” y el Papa Francisco, en unas bellas palabras, establece “Frecuentemente las voces que se levantan para la defensa del medio ambiente son acalladas o ridiculizadas”
Si hablamos de separación entre maneras de entendimiento, estamos viviendo estos días con gran preocupación la situación de Canarias: los menores que tienen que dejarlo todo buscando la vida, eso por lo que tanto aboga la Iglesia y la que con sus palabras intenta guiar. El arzobispo de Oviedo en este mayo, previo a un verano de una gran tensión migratoria, opinó sobre una situación que nos debe avergonzar como seres humanos y que ha convertido al Mediterráneo en un gran cementerio de personas escapando de la hambruna y la guerra. Sus palabras fueron: “dentro de esta especie de apertura buenista, se nos puede colar la gente que son indeseados. Porque vienen con su carnet terrorista, porque vienen con su tráfico de cosas….” “Si hay una ley que lo regula en este sentido, lo apoyamos. Ahora, no cayendo en esa especia de populismo acogedor que termina recogiendo lo que no deseamos”. Quizás uno de los términos que más usa la Iglesia es el perdón. Mateo 18,22 establece que se debe perdonar “setenta veces siete”. Espero que no se me malinterprete, no digo que el Estado de Derecho deba perdonar, debe regirse por la Ley, sino la Iglesia, y el arzobispo como representante de la Iglesia debe basarse en el perdón. En una de las partes de la Encíclica del Papa dice “No se trata de proponer un perdón renunciando a los propios derechos ante un poderoso corrupto, ante un criminal o ante alguien que degrada nuestra dignidad. Estamos llamados a amar a todos, sin excepción, pero amar a un opresor no es consentir que siga siendo así…” De nuevo el amor, de nuevo el perdón en palabras del Papa, pero con la exigencia moral y legal que se corresponde. Y es interesante leer, en las palabras argentinas, la apertura con el respeto de quien acoge “Los inmigrantes, si se los ayuda a integrarse, son una bendición, una riqueza y un nuevo don que invita a una sociedad a crecer” El mismo Jesús, según la Biblia, fue un emigrante huyendo de la violencia en su tierra, un menor camino hacia Egipto. Toda una familia protegiendo la vida. Toda una familia siendo emigrantes hacia un lugar mejor.
Por último, leo al Papa decir con esa humildad que se refleja en un anillo de plata “Es fácil hoy caer en la tentación de dar vuelta la página diciendo que ya hace mucho tiempo que sucedió y que hay que mirar hacia adelante. ¡No, por Dios! Nunca se avanza sin memoria, no se evoluciona sin una memoria íntegra y luminosa Necesitamos mantener «viva la llama de la conciencia colectiva, testificando a las generaciones venideras el horror de lo que sucedió» que «despierta y preserva de esta manera el recuerdo de las víctimas, para que la conciencia humana se fortalezca cada vez más contra todo deseo de dominación y destrucción”. Al mismo tiempo el arzobispo de Oviedo en carta pastoral dicta “Se podrán escribir panfletos, rodar películas, vociferar en tertulias y dictar leyes que reabren las heridas, pero todo eso caduca con el implacable paso de los días cuando lo que se dice, se escribe o se filma no hace las cuentas con la verdad”
Entre dos maneras de entender la Iglesia, me quedo con un Papa que intenta cambiarla, con un pontífice que escribe de amor, memoria, fraternidad y perdón, con un vicario que evita la confrontación y abre su casa a todos para que quien entre se sienta acogido y cuidado. Seguramente a ese hogar iría el Presidente, y no sería yo quien lo criticase.
Fuera Curassss
Sr. Ferrao, usted coge de la doctrina católica y cristiana sólo lo que le interesa. Sin embargo Jesús también criticó al poder de su época: hay que alabar lo bueno pero denunciar también lo malo cuando va contra el bien común, como es el caso.