«Los ganaderos no pueden pretender reclamar ayudas para la sequía y luego decir que no hay que tomar medidas para el cambio climático, que es el que provoca la sequía que los asola a ellos, y a todos»
Vicisitudes de la vida le han llevado a uno a escribir este artículo desde un pequeño pueblo del suroccidente de Asturias, donde los ritmos, las necesidades y las prioridades suelen ser, en apariencia, bastante dispares de las que podemos tener en una pequeña ciudad como Gijón. Pero es solo en eso, en apariencia. La necesidad de que nuestros pequeños gocen de una educación pública digna, de una sanidad cercana y accesible, de unas posibilidades laborales ciertas o de un abanico de opciones para disfrutar de nuestro ocio, es la misma.
Bajo mi punto de vista, partir de este punto debería ayudarnos a entender una parte de las reclamaciones del sector del campo asturiano y debería ayudar a aquellos que se autodefinen como representantes del mundo rural asturiano a comprender que los responsables de la situación que atraviesan ni son los urbanitas, ni puede reclamarse sin caer en el ridículo, que las medidas de protección medioambiental que rigen las explotaciones agrarias deban eliminarse, por poner un ejemplo.
Pero empecemos desgranando el sector agrícola y ganadero de Asturias. Dejando aparte las empresas que se dedican a trasformar los productos, conviene comenzar por señalar que, en Asturias, el sector, de agrícola muy poco o nada. Si hablamos de personas cuyo sueldo íntegro dependa de una explotación agrícola, es posible que no lleguemos a cien personas en toda Asturias, donde el modelo de explotación agrícola se limita a les fabes, la manzana de sidra, algo de arándano y el kiwi. Repito, si nos referimos a personas de las que el cien por cien de su renta de trabajo venga derivada de la agricultura. Y eso, en sí mismo, debería darnos que pensar. Apenas existen explotaciones, y menos aún profesionales de ese gremio. Nos queda por tanto el gremio, dentro del sector, que sí existe en Asturias y que sí cuenta con personas que dedican todo su tiempo profesional a él, de los ganaderos. Ganaderos a los que el sistema económico y de distribución les ha llevado a la necesidad de aumentar su cabaña ganadera para poder ser ‘rentables’, lo que ocurre difícilmente por la sencilla razón de que, en este sector, y verdadero cáncer de él, el único que se enriquece es el distribuidor. Ese problema, el de la distribución, que no es nuevo, hace ya mucho tiempo que es el caballo de batalla de ganaderos y agricultores en toda España. Muchos de ellos encontrando soluciones parciales o totales, a través de la creación de cooperativas que conllevan obtener beneficios propios durante toda la cadena de valor de los productos agrarios. En Asturias el problema no es tanto ese, como la inexistencia de un sector profesionalizado como tal. Partimos de una agricultura de autoconsumo, y de una ganadería de proximidad y ese modelo, que ha ido mejorándose con los años, ha topado de bruces con dos cuestiones: el canibalismo del sector económico y las condiciones climáticas.
El canibalismo económico se ha intentado corregir desde las instituciones públicas regando de ayudas a los ganaderos, hasta el punto de que el dinero que reciben llega a suponer más del 30% de su producción. Pero lo cierto es, y este es uno de los problemas, que no es algo “malo”. No es malo porque si esas ayudas contribuyen a facilitar la producción de alimentos con una calidad contrastada y producidos entre ciertos estándares de calidad ambiental, animal y laboral, es el modelo a seguir. Y si alguien tiene dudas respecto a cómo funciona el mundo de las ayudas, que consulte las ayudas que recibe la FADE, los más de 500 millones que se han dado a Arcelor o las ayudas que regaron el sector minero. Seamos sinceros, las ayudas no son el problema. El problema, y en esto debemos hacer autocrítica, es que vamos a comprar al Mercadona y compramos tomates de Portugal, cebollas de Perú y naranjas de Sudáfrica. Porque, o no tienen de aquí, como es el caso de esta gran superficie en concreto o, en el caso de otras, es más caro si es de aquí. ¿Pero cómo van a ser más caras las cebollas de Cuenca que las de Perú? ¿O el tomate de Gozón más caro que el de Portugal? Y eso, queridos amigos ni tiene sentido ni beneficia a nadie, ni a nuestros productores ni a nosotros como consumidores, ni a las zonas de origen de la producción, ni mucho menos al medio ambiente. Solo al propietario de Mercadona o de la gran superficie de turno que solo le interesa obtener beneficio. Y en esa lucha, la de un consumo justo, deberíamos encontrarnos todos. Esa es la guerra que hay que dar, por los productores y por el medio ambiente.
Pero esa realidad, la impuesta por un mercado criminal, no debería llevar a la gente del campo que sale estos días reclamando mejoras a pretender defender que su problema son las medidas de bienestar animal, las medidas medioambientales o el lobo. Resulta muy difícil de defender la machacona insistencia sobre el lobo cuando las producciones queseras ubicadas en los entornos más próximos a las zonas de campeo de las “miles de manadas de lobo” que ellos dicen que existen, solo hacen que aumentar entonces ¿de dónde sale esa leche para hacer quesos? De igual manera, los ganaderos no pueden pretender reclamar ayudas para la sequía y luego decir que no hay que tomar medidas para el cambio climático, que es el que provoca la sequía que los asola a ellos, y a todos. Es absurdo. Y además de ser absurdo, no se debe consentir, a ningún sector, y al campo tampoco, ni imponer ni negar que o cambiamos el concepto respecto al medio ambiente, o en veinte años ya no habrá que preocuparse, supuestamente, de los lobos, sino de tener agua para no morir de sed. Y esta realidad es intocable.