«Es uno de los momentos más vergonzosos que he tenido que ver en nuestra ciudad; Gijón, villa obrera de mirada amplia como el horizonte, escuchó el pasado convertido en el ahora rodeada del silencio de lo sabido, de la normalidad otorgada a la simbología franquista»
Es lo que tenemos, lo que nos hemos ganado con un modo de entender la sociedad cada vez más alejado de eso tan bonito, gritado en nuestra infancia, sin saber apenas su significado: Liberté, Égalité, Fraternité. Eso que hoy, mientras escribo, ayer cuando me lean, en Francia, en Europa, también se debería gritar ¿Dónde ha quedado? ¿Desde cuándo fuimos desmigando los valores que nos afianzan como ciudadanos? ¿Cómo no conseguimos desenmascarar los disfraces de retrógrados? Y, peor aún ¿Cuándo empezamos a creerlos o incluso, algunos, a ponérselos?
El Cara al sol en Xixón es uno de los momentos más vergonzosos que he tenido que ver en nuestra ciudad. Gijón, villa obrera, receptora de emigración, abierta a la mar, de mirada amplia como el horizonte, escuchó el pasado convertido en el ahora rodeada del silencio de lo sabido, de la normalidad otorgada a la simbología franquista, de la pasividad ante los muertos que lucharon por lo que tenemos, del descrédito de lo logrado. Xixón escucha el Cara al sol ante un monumento franquista que no debería estar ahí, y lo hace sin que retumben los cimientos de la antigua capital republicana.
No puedo pedir en estas líneas que la justicia actué ante el himno franquista, este se salva de la Ley de Memoria Democrática al no considerarse exaltación de la dictadura (ole), ni conlleve el descrédito, humillación o menosprecio hacia las víctimas (ole y ole), pido que la sociedad en bloque defienda los principios democráticos y que se haga cumplir el artículo 35. 5 de la Ley de Memoria Democrática. No puede ser que en la ciudad siga existiendo una imagen, un lugar, un espacio que alabe la dictadura y el Golpe de Estado. Si aquellas personas que, con sotana, hacen política desde el púlpito no quieren cumplir la Ley, conservando monumentos que glosan el franquismo, la norma tiene mecanismos para actuar ante la desidia o la mala intención. La tardanza en ejecutarlo hace que hoy, con una política radicalizada y la ultraderecha incendiando con mensajes cargados de odio nuestra realidad, sea mucho más conflictiva su eliminación, resignificación o modificación de “Los soldados franquistas del Simancas”, pero debe hacerse. Mucho me temo que esas manos de ignorancia levantadas hacia el cielo, ese saludo romano dictatorial, esos gestos de pollo de corral altanero, con el pecho hinchado, desafiante hacia una ciudad progresista, señalen un lugar de culto de la ultraderecha y, por lo tanto, volvamos a escuchar con sonrojo y dolor una música y una letra cantada impunemente, a voz en grito, orgullosos de recordar lo no vivido, de defender lo que no les daría la libertad de cantar, de tener fe ciega ante una religión solo leída, de entonar el laconismo más arcaico de ideologías totalitarias. Ante los totalitarismos, los derechos. Ante la dictadura, la democracia. Ante la camisa nueva, España. Ante la votación en Francia, en Europa, la Liberté, Égalité, Fraternité.
Liberté. Qué difícil es definir un concepto en constante movimiento. “Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos” (También en Francia, 1789) un derecho universal no cumplido en su época, pero marcaba los ideales a los que llegar. La cuestión es cómo conciliar la libertad con la autoridad, cómo limitar la acción individual con la fuerza de la sociedad, cómo sentirnos libres ante los recortes sociales y cívicos impuestos por la misma libertad. Los ciudadanos somos individuos gracias a la civilización, al grupo, a la sociedad, sin ella no podríamos crecer como personas, y con ella mejoramos. En esa vida conjunta se deben defender las normas de convivencia, condicionantes de nuestra libertad individual, para garantizar el beneficio del conjunto. El capitalismo voraz de las últimas décadas ha provocado una cultura política centrada en el individuo, en el yo, en el posesivo en primera persona, logrando una gran exclusión y fragmentación en la sociedad y, con ello, una demanda cada vez más intensa de libertades partidistas, guiada por intereses propios, alejándonos de los que nos hace ciudadanos. Sin embargo, a pesar de que creamos que esa manera de vivir, centrada en el yo, nos hace más libres, nos está haciendo más dependientes, construyendo imparables necesidades, convirtiéndonos en habitantes en constante vigilancia y control silencioso por parte del monopolio consumista y tecnológico, prisioneros sin barrotes de multinacionales hambrientas. Cómo se puede pedir libertad a través de una red social que dirige nuestra vida, que limita nuestras elecciones a través de ese condicionamiento callado. Cómo puede el hombre pedir libertad repleto de necesidades inocuas. El mito de la libertad se diluye en necesidades generadoras de frustraciones y algoritmos cuyos mensajes de odio calan como un chute de adrenalina en un viejo sofá destartalado. Esas necesidades no cubiertas, ese uso de las redes, esa petición de una libertad inexistente si queremos ser ciudadanos, esa exigencia del yo ante el nosotros, esa intolerancia en beneficio de uno mismo, está poniendo obstáculos o, peor aún, haciendo retroceder a uno de los pilares políticos: promover y proteger las condiciones sociales que posibiliten las libertades ciudadanas. Y en cada retroceso, se levanta una mano al cielo de la vergüenza.
Égalité. Repitiendo la Carta de los Derechos Humanos, todos somos iguales. Mentira. Un gran ideal inexistente, pues el propio lugar de nacimiento nos elimina posibilidades, nos resta opciones de futuro, nos condiciona nuestra manera de crecer. No tenemos las mismas cartas, por cuna, por raza, por orientación sexual, por género. Este junio, sin ir más lejos, se lleva a cabo el Orgullo como un acto reivindicativo de derechos, de búsqueda de una meta que alcanzar. Somos iguales, y por eso el 77% de las personas mayores LGTBI, según la Univeritat de Barcelona, temen ser agredidas por funcionarios y trabajadores públicos si solicitan alguna prestación o servicio. Somos iguales, y por eso el 37% de las personas trans ha sufrido discriminación laboral y el 81% de personas no binarias esconden su identidad en su entorno por temor a cómo responderán sus amistades. Somos iguales, el 83% de las personas LGTBI+ han sufrido discriminación por ser su condición sexual más de una vez en los últimos cinco años, 57.000 agresiones, una de cada tres discriminada. Somos iguales, en 2023, según el Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género, el número de denuncias y el de mujeres víctimas de violencia machista ascendió a 199.282, 79 mujeres por cada 10.000 son víctimas (horrible lo ocurrido este fin de semana) Además, se incrementa la feminización de la pobreza por la pervivencia del sistema patriarcal que fomenta la retroalimentación de la desigualdad de género y la socioeconómica. Somos iguales, el 21% de mujeres sin hogar han sido agredidas sexualmente, 20% ha sufrido acoso y el 35% humillaciones. El 78% de personas en la misma situación han experimentado discriminación, sobre todo aporofobia, una injusticia estructural que debiera ser combatida con políticas sociales y económica para restaurar derechos, sin embargo, crece por el pensamiento de individualización de la pobreza, crece por egoísmos que eliminan la fraternité.
Fraternité. Sinónimo de hermandad que engañamos. Los hermanos no miran por encima del hombro. Estamos en una sociedad que cree en la gran mentira manida en donde con esfuerzo se consigue todo, falsedad usada sobre todo por los que se encuentran en escalones superiores de esta jungla que es la humanidad. A esa persona que llega de fuera, que escapa de una guerra, que huye del hambre, le exigimos que, para ser igual, debe incorporarse a una sociedad que corre mientras él, ella, solo puede caminar, pues el hambre no genera músculo y la guerra solo desconfianza. Ellos y ellas se esfuerzan en un escalón mucho más abajo, exigiéndoles, haciéndoles creer que su esfuerzo, sí o sí les llevará a la recompensa. Qué fácil es desde las alturas mirar el mundo, juzgar al de abajo, olvidando el óxido del ascensor social, la maquinaria cada vez más estropeada. Las personas migrantes han venido, están, quieren “privilegios”, derechos adquiridos por nosotros, los pudientes, los autóctonos que creemos jugar en el mismo tablero de aquellos con carencias, incluso alimentarias. No, no estamos en el mismo tablero, ni tenemos las mismas fichas. Aun así, miramos y susurramos que les damos ayudas, les pagamos la educación, les curamos “por la cara”. Sí, lo hacemos y lo debemos hacer por algo tan sencillo como es Humanidad, por algo tan sencillo que el grupo debe velar por cada uno de sus miembros, pues formamos parte de eso tan bonito que es la sociedad, lo hacemos porque todos nosotros conformamos un mundo conectado por algo más humano que los algoritmos, más valioso emocionalmente y desprestigiado económicamente que el dinero, lo hacemos sin un porqué monetario, con todos los porqués sociales. Pero ellos no aportan nada, dirán algunos, vienen a robarnos el trabajo, dirán otros desde su poltrona limpiada por el emigrante mal pagado, delinquen, gritaran, aunque los datos griten la mentira. Aportan, aportan cada latido, cada emoción, cada sentimiento, cada pensamiento, cada mirada. Pero de eso no se vive, seguirán diciendo. Sin latido, emoción, sentimiento, pensamiento, seremos robots, inteligencia artificial que hará nuestro trabajo para el enriquecimiento de algunos que, justificando el despido, la no contratación, recortes en salarios, la usura, comentarán desde arriba las mismas excusas que algunos esgrimen ahora. Sin personas, la sociedad no crece, sin la sociedad, el individuo perece.
Escribo escuchando los sondeos de la primera vuelta de las elecciones francesas, y recuerdo la escena de Casablanca en donde Laszlo se enfrenta a los nazis con un himno que rezuma tres palabras Liberté, Égalité, Fraternité. Ante Cara al sol, más Marsellesa. Ante Cara al sol, más democracia. Ante Cara al sol, más valores. Ante Cara al sol, más Gijón.
«Ante Cara al sol, más Marsellesa»
El articulista desconoce la historia del inmno y la misma letra siquiera, que genera polémica en la propia Francia.
No voy a citar estrofas de la consavida violencia que rezuma el texto.
Simplemente los pasajes más nacionalistas que se pueden leer en un inmno:
«Amour sacré de la Patrie,
Conduis, soutiens nos bras vengeurs»
El amor sagrado a la patria del que hacen gala los que protagonizan y motivan el objeto de crítica de este artículo.
Intuyo que al artículista no le molestan ni los brazos levantados ni el honor rendido a banderas.
Es más una cuestión de aromas y color.
Lo que le molesta es el nacionalismo siempre que sea español, y la letra siempre que sea por España.
Si la causa es contra España será siempre bienvenida.
Este espíritu guerracivilista que recorre España no encuentra enemigos. Sólo bandos.
Ya sabemos cuál es el del artículista.