Mi voz es un eco propio, tejido entre lo que es inherentemente mío y lo que he heredado; un legado forjado por otras mujeres que han allanado el camino para que yo pueda firmar estas líneas
Sin voz. Así me enfrento al desafío de redactar este artículo para miGijón, desde la pausa que me impone una faringitis, como resultado a semanas intensas de promoción, un abrupto descenso de temperaturas y una maleta que parece haber seguido su propio rumbo sin acertar en el destino.
Las faringitis desaparecen en un periodo de entre siete y diez días. Sin embargo, nacer mujer en Líbano, Marruecos, Siria o Irán no conoce tal remisión. Tampoco disipa la complejidad que acompaña a aquellas nacidas en el seno de familias gitanas tradicionales. Consciente de estas realidades, reformulo la afirmación inicial con la que inicio estas líneas: Con voz. Mi voz es un eco propio, tejido entre lo que es inherentemente mío y lo que he heredado; un legado forjado por otras mujeres que han allanado el camino para que yo pueda firmar estas líneas. Y esta voz conlleva un precio: debe ser empleada.
Es lunes, y una inflamación de garganta trunca mi encuentro semanal con los oyentes. En su lugar, me sumerjo en la magia de la palabra escrita para lanzar un grito en la afonía. Porque no puedo hablar, pero la pluma sigue siendo mi aliada. Como escritora, quiero escribir. Y escribir no implica sentarme en mesas exclusivas para mujeres, donde se debaten temas como la «literatura femenina» –¿disculpe, eso qué es?– o el «papel de la mujer en la literatura». ¿Qué papel? ¿Qué mujer? Si hablamos de una editora, su función es descubrir, defender y colaborar para que un texto alcance el éxito. Si nos referimos a una escritora, su misión es crear y narrar una historia. Para una correctora, consiste en revisar y pulir el manuscrito original, mientras que para una traductora, implica trasladar la esencia de un idioma a otro. Entonces, si el tema no es intrínseco al hecho de ser mujer, como el acto de parir, ¿por qué mi mesa se llena con la presencia de mujeres?
No firmo estas reflexiones que rondan mi mente cada ocho de marzo como una queja, sino como una invitación a la reflexión. Las comparto con los lectores con la esperanza de que estas ideas se deslicen de mi mente a la suya. Las reflexiones compartidas pueden cambiar el mundo.
Cuando vuelvan a leer el título de este artículo, háganlo en sentido literal. Mi mantra para este ocho de marzo es que todas las voces puedan recuperarse con descanso, agua e ibuprofeno.
Carlota Suárez es escritora de novela negra y colaboradora habitual en el programa de radio La buena tarde, de RPA