Dos años después de perder a su hermano Julio, esta catalana afincada en Asturias pone voz con su historia a la Asociación ‘Abrazos Verdes’; el 15 de noviembre celebrará en Mieres una gala para apoyar su gran cruzada: abrir un local en La Felguera
Hace ya dos años, en un 2022 que para muchas personas resulta ya lejano en el tiempo, la existencia de Carmen Grau Ortiz (Barcelona, 1979) quedó marcada para siempre por la que es, sin duda, uno de los dramas más trágicos que cualquiera pueda imaginar. Julio, su hermano mayor, tomaba la decisión de poner punto final a su vida con tan sólo los 54 años, acosado por las secuelas de una crisis económica, la de 2008, que le dejó en la ruina, y de la que no pudo reponerse. Comenzaba así para Carmen Grau, la igual que para sus familiares, un largo proceso de duelo aún en curso, plagado de doloras preguntas sin respuesta, de duros silencios sociales, de dificultades a la hora de encontrar ayuda especializada en un sistema sanitario público saturado y escaso de recursos… Sin embargo, esta catalana afincada en Asturias, administrativa de profesión y luchadora incansable contra la adversidad, encontró, finalmente, el apoyo necesario para no decaer en el lugar más insospechado: la Asociación ‘Abrazos Verdes’, fundada y presidida por Alba López, y concebida como espacio en el que arropar a los ‘supervivientes’ del suicidio (término que engloba tanto a quienes han tratado de hacerlo, y no lo han conseguido, como a los cercanos a aquellos que sí consumaron esa acción). Ahora, convertida en una de las voces más activas en la cruzada por visibilizar las conductas autolíticas, y concienciar a la sociedad de la necesidad de hablar abiertamente de ellas, Grau aportará su testimonio en la I Gala Solidaria ‘Pola salú mental’ que la entidad, aunando esfuerzos con el activista Banksy Astur, celebrará el 15 de noviembre en el Auditorio Teodoro Cuesta de Mieres, y cuyas entradas pueden adquirirse aquí. ¿El objetivo? Reunir lo suficiente como para que ‘Abrazos Verdes’ pueda contar con una sede física en La Felguera y, desde ella, prestar la ayuda sociopsicológica que aquellos marcados por el trauma del suicidio no siempre reciben…
Es difícil preguntarle por lo que ha vivido… Resulta complicado decidir por dónde empezar, y cómo hacerlo…
¿Ve? Esa es una de las cosas que creemos que deben cambiar, esa dificultad para hablar de ello. Abordar el suicidio, la depresión, el sentirse mal… En fin, debería ser algo más abierto, de lo que se puede hablar libremente, para visibilizarlo, normalizarlo y, de ese modo, ayudar a prevenirlo. A mí, personalmente, me encanta, y me ha sido de mucha ayuda, escuchar las historias de gente que ha estado mal y ha sido capaz de seguir adelante. Ese recurso, el poder poner en común tu propia historia con las de otros supervivientes, charlas con ellos y preocuparte, es terapéutico por sí mismo.
Siendo así, y sin ánimo de entrar en ningún detalle íntimo o escabroso… ¿Cuál es su propia historia?
Mi pérdida fue mi hermano, Julio, hace dos años. Era arquitecto técnico, y lo tenía todo: chalet, barco, dos hijas maravillosas, un tren de vida elevado… Y, de pronto, llegó la crisis de 2008. Se quedó sin nada, y entonces empezó la depresión, la esquizofrenia, el periplo por Psiquiatría… Él no supo cómo afrontarlo, y nosotros, como familia, tampoco. Hay que pensar que, siendo un hombre adulto y maduro, tuvo que volver al nido familiar, con unos padres ya mayores que no tenían las herramientas de gestión de la situación necesarias. Fue triste, y duro, porque no nos vimos apoyados en ningún momento.
¿Se refiere al sistema sanitario público?
Exacto. Sólo tenía cita una vez al mes con el psiquiatra, le cambiaban la medicación… Y a nosotros, sus familiares, nadie nos explicaba nada, no sabíamos cómo iba a reaccionar. Eso fue lo que más notamos: la escasez de recursos en materia de prevención. Y es algo básico; lo es en el cáncer, en los accidentes de tráfico y en el suicidio. A mi hermano, por ejemplo, le pusieron en un centro de día con gente muy diferente a él, que estaba mucho peor; aquello sólo empeoró su estado. La salud mental no es poner una misma pastilla por igual en la mano de diez personas con casos distintos, sino habilitar el recurso adecuado para cada caso. En el cáncer cada vez hay medicaciones más específicas; en salud mental debe seguirse ese ejemplo. No puede ser alguien de su edad estuviera con un chaval de veinte años, medicado hasta las cejas. De haber tenido ese apoyo especializado… El desenlace hubiera sido distinto.
¿Y ustedes, sus familiares? ¿Cómo han logrado seguir adelante?
Con ayuda psicológica. Es la única forma. Todos los supervivientes la hemos utilizado para salir de ahí, porque, cuando un ser querido se suicida, hay preguntas que no eres capaz de responder por ti misma. «¿Y si le hubiera cogido el teléfono aquel día?», «¿Y si hubiera ido a su casa antes?»… Con esas dudas pensamos que podríamos haberles salvado, y cargar con esa culpa es durísimo. Necesitamos ayuda para apartar esas preguntas, para asumir que los familiares no tenemos la culpa de ninguna de esas muertes. Eso sólo se consigue con asistencia especializada, y con el apoyo del grupo.
Ahí es donde entra en juego ‘Abrazos Verdes’…
Sí. Ahí es donde encontré esos testimonios, esa posibilidad de hablar abiertamente de lo ocurrido, porque la mayoría de la gente no quiere abordar el tema. En las reuniones que hacemos, a veces somos sólo tres o cuatro… A mi propia familia le parece fatal que hable del tema, y yo todavía tengo la suerte de que ellos están fuera de Asturias… Alguien que tenga a sus allegados cerca podría estar en una tesitura aún peor.
¿Y qué decir del conjunto de la sociedad? A menudo se ha denunciado una especie de estigma, de mirada extraña a quienes han sufrido un suceso autolítico en sus círculos más cercanos…
Las cosas están cambiando, afortunadamente. Los supervivientes cada vez notamos más comprensión por la parte social. De hecho, en un caso he hallado más apoyo en ese escenario social, que dentro de mi familia. Aun así, sigue costando hablar abiertamente del suicidio y, cuando lo hacemos, todavía es habitual juzgarlo un poco. Percibimos esa pregunta, «¿Qué pasaría para que decidiese quitarse la vida?». Y, cuando relatas lo sucedido, en ese momento demostramos que quienes se suicidaron, o quienes lo intentaron y no lo consiguieron, son personas normales: gente formada, casada, con hijos, con trabajo… Es decir, que cualquiera podría llegar a ese punto de desesperación. Mi hermano sí que nos dio avisos previos, pero en otros casos no.
Entonces… ¿Percibe una evolución en cuanto a la sensibilidad social?
Se ha avanzado, pero aún queda por hacer. Insisto: se sigue haciendo cuesta arriba hablar de ello, y eso es porque continúa siendo un tema tabú. No hace tanto que a los suicidas no se les podía enterrar en los cementerios… Ahí sí que entramos en juego todos. Por ejemplo, si tienes un compañero de trabajo que lleva mucho tiempo de baja, deberíamos ir con un poco de cuidado con él, ser sensibles, no presionarle… O el pequeño gesto que tengamos con el vecino; el abrirle la puerta, el dedicar unos minutos a hablar con él cuando lo necesite… Esos gestos nos llenan, y hacen del mundo un lugar mejor.
Sin embargo, las cifras son abrumadoras… Las tendencias suicidas aumentan; en 2022, sin ir más lejos, Asturias fue la comunidad española con mayor tasa de mortalidad por dicha causa, con 10,44 fallecimientos por cada 100.000 habitantes. También es la primera causa de muerte en jóvenes y adolescentes…
La adolescencia, en sí misma, es un momento difícil, de muchos cambios, pero sí querría destacar un punto: la soledad. Cada vez hay menos personas en casa; llegas del instituto, y no tienes con quien hablar. Esa soledad daña. Y a ella le tenemos que añadir que, por lo general, no hay educación emocional en los centros educativos. Deberían existir terapias, sesiones de roleplaying, lecciones para aprender a con vivir con un compañero que no te cae bien… En mi instituto había Escuela de Padres, y era genial; iban una vez al mes, y les ponían finos, porque se les llamaba la atención. Prevenir el suicidio es un trabajo común, en el que todos debemos implicarnos, a todos los niveles. Es la forma de que funcione.
Todos… Incluidos los medios de comunicación. Desde ‘Abrazos Verdes’ han sido críticos con la forma en que las noticias sobre suicidios son abordadas por los profesionales de la información…
Desde mi poca experiencia, os noto a todos los periodistas con pies de plomo. Os acercáis a nosotros, sí, pero os cuesta. Y os entiendo, sé que lo hacéis desde la educación y el respeto, que no queréis que la persona se sienta mal… Pero lo que es es lo que es. Es como esa tendencia histórica a no utilizar la palabra ‘suicidio’ en las noticias, por temor a un posible efecto llamada. En suicidio es un suicidio y, como superviviente, considero que ejerce un mayor efecto reclamo mencionar el lugar exacto en el que una persona se quita la vida, que emplear la palabra exacta para nombrar el suceso. Y lo mismo pasa con los detalles sobre la defunción… Opino que el sitio donde mueras, o la manera en que mueras, no son importantes. Creo que somos algo más que la manera de morir, y también pienso que vosotros, como periodistas, si omitieseis esa información, estaríais teniendo un gesto humano importante.
Otro debate que se suscita a menudo en torno a la conductas autolíticas, y a la salud mental en general, es el papel que desempeñan las redes sociales. Y tampoco en este punto hay unanimidad. Hay quienes destacan sus posibles efectos negativos, al contribuir al desánimo; otros, en cambio, ensalzan sus virtudes a la hora de buscar ayuda, de paliar la soledad… ¿Cuál es su postura al respecto?
Todo depende de cómo quieras gestionarlo. Si estás mal, estás muy vulnerable y crees que ver según qué comentarios en las redes te puede hacer sentir peor, zánjalo, no acudas a ellas. Pero también visibilizan que no eres el único que está así. Sobre todo, cuando son celebridades las que confiesan que intentaron suicidarse, o que se lo plantearon… Eso ayuda muchísimo, porque son personalidades públicas. Y la forma de llegar a tales testimonios, a menudo, son las redes. Por eso opino que no hay que demonizarlas. A mí misma me hicieron mucha compañía… Entrar en ellas y ver ‘Stop Suicidios’ me ayudaba. Sobre todo, las historias de la gente que no lo consiguió, que vive y tienen una existencia normal. Es más, gracias a las redes encontré ‘Abrazos verdes’… Eso marcó un antes y un después en mi duelo.
La gala del próximo 15 de noviembre tiene un objetivo claro: lograr la suficiente financiación como para posibilitar que ‘Abrazos Verdes’ cuente con un local. ¿Tan capital resulta esa necesidad, en comparación con la forma actual que tiene la asociación de desarrollar su labor?
Pensemos una cosa: si tuviésemos esa oficina, podríamos habilitar horarios fijos de atención por parte de nuestro psicólogo y nuestro trabajador social. Hoy por hoy tenemos charlas todos los primeros viernes de cada mes, pero es fácil que, por exigencias profesionales o personales, no se pueda asistir. Además… ¿Y si te da una crisis a mitad de mes? Poder tener un sitio fijo, con un horario establecido de lunes a viernes, marcaría un cambio fundamental.
Un cambio fundamental para ustedes y, quizá, también para el conjunto de la sociedad. En ese sentido, nunca está de más desterrar mitos… Y uno de los más manidos entre quienes no han sufrido tragedias semejantes es calificar a los suicidas o como valiente, o como cobardes…
No son ni una cosa, ni la otra. Un suicida es una persona incapaz de ver otra solución a su situación. No importa que la haya, y que sea evidente; su cerebro se lo impide. Es de lo que se dan cuenta todos aquellos que lo intentaron y no lo consiguieron, o que se lo plantearon pero, por miedo, cambiaron de decisión. Cuando tomas ese camino es porque tu mente no es capaz de enlazar el problema con las soluciones. Eso también contribuye al duelo.
Y, cuando se trata de una muerte autoinfligida, ese duelo… ¿Llega a terminar alguna vez?
¡Por supuesto! Todos los duelos tienen unas fases y un final, aunque sea una cosa muy personal. Nunca olvidarás a tu ser querido, pero te vas liberando de esa culpa de la que hablaba antes. Digamos que tomas conciencia de que no es culpa tuya que tu familiar haya tomado esa decisión. Y eso es liberador.