«Tres décadas de sabio gallego impartiendo lecciones magistrales desde los banquillos de media España. El apodo ‘El sabio gallego’ surgió en el micro de José María García; se lo ganó a pulso en el Langreo y lo refrendó en el Sporting»
La infancia desbocada de Allariz buscaba la fresca brisa del Arnoia en el infernal agosto de 1940. Perseguían los neños una vieja pelota de trapo descamisados y en pantalones cortos, gritaban gol o fuera, limpiando manos y rodillas de verdín y sangre. Las piedras del puente de Vilanova tenían la culpa de esas rodillas heridas con las que volvió a casa aquella tarde un revoltoso crío llamado Luis Cid Pérez.
Luis soñaba y vivía con y por la pelota, en el desayuno, en la escuela o los domingos después de misa. Siempre tenía que jugar al fútbol con sus amigos. «Yo me pido Carriega», ídolo local y del habilidoso cativo. «Yo me pido Carriega» y con Carriega se quedó. A los dieciséis años jugaba en el Allariz y como futbolista defendió las zamarras de Orensana, Ferrol, Oviedo, Burgos y Cartagena. Llegó la retirada a los 32 años en el equipo murciano con la intención de comenzar una larga y exitosa carrera en los banquillos. Su primera experiencia como míster la disfrutó precisamente en el último equipo donde vistió de corto: Cartagena. Tarrasa, Europa, Langreo y Sporting también descubrieron su sapiencia táctica. Con el Real Zaragoza fue subcampeón de liga en 1975 y subcampeón de copa en 1976. Pasó por el Sevilla, enamoró a la afición del Betis, soportó unos meses al Doctor Cabeza en el Atlético de Madrid. Dirigió al Elche, Celta de Vigo, regresó al Betis, Figueres y Ourense en 1990.
Tres décadas de sabio gallego impartiendo lecciones magistrales desde los banquillos de media España. El apodo de ‘El sabio gallego’ surgió en el micro de José María García. Se lo ganó a pulso en el Langreo y lo refrendó en el Sporting, entre el 68 y el 72. Apostó con los rojiblancos por un buen puñado de jóvenes de la quinta de ‘Quini’, al que hizo debutar el 22 de diciembre de 1968 en Sevilla frente al Betis, con derrota de los gijoneses por un gol a cero. Salió el Sporting campeón de Segunda División en la temporada 69-70. Ascendió a primera con un vertiginoso equipo que logró encandilar a prensa y afición de igual manera, pisando el césped como local o visitante. Era Carriega un entrenador de carácter enérgico y muy valiente. Su Sporting fundamentaba el triunfo en una defensa compacta y en un contraataque letal. Las transiciones rápidas concedían galones a los extremos y la presión, bien arriba, empezaba por los entregados delanteros que «mordían» desde el minuto uno de cada partido. Quinocho marcó 21 «chicharros» la campaña de aquel ascenso con aires de paseo militar.
Alonso aportaba solidez en el once, Eraña fuerza, Tati Valdés pases decisivos, Churruca y Lavandera peligro constante y esa velocidad que regalaba puntos y encendía a la norteña grada. El 21 de abril de 1970, domingo de una tarde primaveral, los gijoneses se jugaban el ascenso matemático recibiendo en El Molinón a la Unión Deportiva Salamanca. En el vestuario hablaba Tamayo, legendario futbolista que ejercía, a su retiro, de masajista y utillero y que hoy en día sería una suerte de coach. Flotaban y se mezclaban, densos los aromas, del coñac abierto con el linimento «reparador» y la grasa de caballo utilizada para conservar el cuero de botas y balones. Los jugadores se daban ánimos y golpeaban nerviosos el suelo con los tacos de sus borceguíes. Todos se volvieron mudos cuando apareció Carriega, cerró la boca hasta el locuaz Tamayo. Repasó el míster con la mirada a cada futbolista, con cierta parsimonia y repitiendo un ritual consagrado a la buena suerte. Colocó al once en fila, barbilla en alto, antes de salir por la bocana hacia el terreno de juego: «Ya saben lo que tienen que hacer, esos treinta mil sportinguistas que están rugiendo ahí fuera, merecen ser tan felices como ustedes». El Sporting ganó 3-1 y en la celebración del merecido ascenso Gijón, Sporting y Carriega empataron en aplausos y vítores.