«Una vez liberado de las ataduras del poder, su entrega a la causa marroquí y su consiguiente desprecio a los derechos del pueblo saharaui se acrecentaron. Hoy, usted forma parte fundamental del lobby promarroquí»
Sr. Zapatero:
Estos días de campaña electoral se está multiplicando usted en mítines y comparecencias públicas. Desconozco si en el transcurso de las arengas está haciendo mención de sus ímprobos esfuerzos por buscar una solución al conflicto saharaui y convencer a esas pobres gentes de que “renuncien a posturas irreconciliables”, entierren cincuenta años de sufrimientos y privaciones, y “acepten a Mohamed VI” (el magnánimo, añado yo) como soberano.
Ya nos lo había adelantado usted en 2004, en el inicio de su primer mandato: “Me comprometo a buscar una fórmula imaginativa para solucionar el conflicto en seis meses”. Pero había que hacer renuncias (no los marroquíes, por supuesto, sino los saharauis, que para eso iban a ser los grandes beneficiados al obtener una autonomía similar a la española dentro de un reino tan descentralizado como el marroquí).
Lo malo es que los saharauis nunca quisieron renunciar a su legítimo y reconocido derecho a elegir su futuro como dueños de un territorio no autónomo y pendiente, por tanto, de descolonización. Desde 1991 llevaban esperando el referéndum aceptado por Hassan II cuando vio peligrar su ocupación del Sahara y, por tanto, su trono. Estaban siendo víctimas de un espejismo al que como nativos del desierto deberían estar acostumbrados: la ONU no obligaba a Marruecos a celebrar la consulta; Estados Unidos, Francia e Israel mantenían su papel de aliados imprescindibles y cómplices de tamaña injusticia, y la Unión Europea actuaba como una banda de mercaderes dispuesta a anteponer sus intereses económico-estratégicos al Derecho Internacional.
Menos mal que en el citado 2004 llegó usted a la presidencia del Gobierno español dispuesto a poner las cosas en su sitio pensando, por supuesto, en los saharauis. Ya en 2002 nos había adelantado algo poniéndose de parte de Marruecos con ocasión del conflicto de Perejil. En la misma línea, meses después afeaba al PP su falta de entendimiento con el régimen alauí. Paradójicamente, en el programa electoral de su partido de 2004 se apoyaba una solución del asunto del Sahara dentro de la ONU y del ignorado Derecho Internacional, y en el de 2008 se animaba a recuperar el diálogo entre marroquíes y saharauis “para buscar una solución política justa, duradera, democrática y aceptable para todas las partes, que permita la autodeterminación del pueblo saharaui”. Y digo “paradójicamente” porque sus decisiones como presidente contradijeron abiertamente tan loables propósitos. Con el exigible poder de síntesis, le enumero sólo algunas:
-En 2007, tras haber contribuido de la mano de su ministro Moratinos a su elaboración, saludó e inició -hasta hoy- la defensa de un plan de autonomía (“poderosísima, de un gran autogobierno y de respeto de la identidad para el Sahara”, diría en 2021), que es en realidad el instrumento para enterrar definitivamente una autodeterminación que incluya la opción de la independencia.
-En 2009 consintió que Marruecos trasladara a territorio español (Lanzarote) a la líder saharaui Aminetu Haidar, a la que presionaría para que acabara su huelga de hambre ofreciéndole la nacionalidad española y otros beneficios, en un intento burdo de compra de voluntad respondido con la dignidad característica del pueblo saharaui.
-En 2010, preguntado por las medidas que tomaría ante la muerte violenta a manos marroquíes de un español de origen saharaui durante los sucesos de Gdeim Izik, respondería evasivamente: “Es necesario ganar tiempo con la búsqueda de una solución justa”.
-Con ocasión de una visita a España del jefe antiterrorista de Marruecos que era buscado por Francia acusado de torturas, no sólo no lo detuvo sino que lo condecoró.
-La defensa pública de una supuesta actitud “constructiva y facilitadora del diálogo”, y de “una voluntad de entendimiento con España del rey marroquí” -al que había condecorado en 2005 con el collar de la orden de Carlos III- e incluso la disponibilidad para fotografiarse delante de un mapa del Gran Marruecos que incluía las ciudades españolas de Ceuta y Melilla, serían tan apreciadas por Mohamed VI que acabaría honrándole con la mayor distinción que concede Marruecos a un extranjero.
Una vez liberado de las ataduras del poder, su entrega a la causa marroquí y su consiguiente desprecio a los derechos del pueblo saharaui se acrecentaron. Hoy, junto a los Sánchez, González, Moratinos, López Aguilar, Bono y un largo etcétera de correligionarios, usted forma parte fundamental del lobby promarroquí. Es frecuente verlo y oírlo en foros y medios de comunicación insistir una y otra vez en las bondades de una autonomía que es en realidad una burla, un engendro, una falacia, una utopía y un instrumento de manipulación de la legalidad para cualquiera que conozca mínimamente las claves del conflicto saharaui. Así lo hizo en 2015 cuando acudió, invitado como expresidente del gobierno, al foro “Crans Montana” celebrado en Dajla para enfatizar la falsa marroquinidad de la ciudad ocupada.
Y todavía le queda a usted tiempo para acompañar, avalar y dar voz donde quieran oírlos a personajes como Hash Ahmed, un dirigente histórico del Polisario que abandonó la organización tras acusarla de no respetar las discrepancias internas para fundar después el Movimiento Saharauis por la Paz, que defiende en realidad la autonomía y que, según el CNI, tiene detrás a los servicios secretos marroquíes.
Señor Zapatero: en el cambio de posición sobre el conflicto del Sahara Occidental usted es émulo de su predecesor Felipe González, del que tanto ha discrepado y sigue discrepando en otras cuestiones. Los dos se han plegado ante los indiscutibles atractivos de todo tipo que ofrece Marruecos, un país cuyo rey es espléndido con el servil, pero que no es dadivoso, pues recompensa sólo servicios prestados.
Personajes como usted quedan a la altura de las sandalias cuando se les compara con personas como la citada Aminetu Haidar, Sultana Jaya, Brahim Dahane y tantos hombres y mujeres del desierto que rebosan dignidad y que le agradecen su preocupación por ellos, pero que están convencidos de que, mientras haya un saharaui -hombre o mujer- vivo, su causa no morirá, aunque muchos indeseables pretendan enterrarla.