Gijón reproduce a escala lo que pasa siempre en Madrid. Aquí se reduce a una anécdota, pero toda anécdota es el nervio de una gran historia
Adriana Lastra está desbocada, haciéndole la guerra al fascismo en cada mitin. Adriana es una guerrillera con la flor del No pasarán y la España camisa blanca de mi esperanza en cada solapa. Si por ella fuera, estaría todo el día gritándonos una consigna como una Pasionaria definitiva y sofisticada. Mucho mejor en el mitin que en la portavocía del PSOE en el congreso. Adriana, ya digo, es una amazona de la política, siempre impregnando cada palabra con el sentido del drama, como Bette Davis, igual de retorcida, pero más guapa. La última movida le ha dado un chute de energía y ha salido a darle un revolcón a Gabilondo, torpe como un busto alemán plantado en mitad de la plaza, cada vez que habla. ¿Sabe alguien a quién se dirige este profesor? Gabilondo, antes que un candidato, es una psicofonía. Le habla a los señores que duermen en la última fila.
A uno, que ya lo amenazaron con un par de hostias, procedentes todas, una detrás de otra, de la boca de un enajenado, ya no le espantan las amenazas políticas. Uno es un quinqui, vengan las hostias de donde vengan. Pero es fácil comprender que la vida de un columnista más bien vale poco y a nadie puede interesar en este loco mundo, que diría Rick Blaine en Casablanca. También aprendí que en este oficio, una hostia de mi columna bien vale otro par en la cara a condición de saber encajarlas. De momento, las esquivé todas. Y a seguir.
Pero las cartas, las balas y las navajas a candidatos y ministros socialistas y podemitas son otro nivel. Le han dado la vuelta a la campaña electoral madrileña y a la política nacional en muy pocos días, añandiendo plomo a las palabras. Lo que hace unos años parecía un síntoma hoy es un problema. El caso es que esta campaña pasa por los géneros cinematográficos a una velolcidad trepidante. Del Titanic de Ciudadanos al Seven de Fincher en cuestión de un par de desplantes y otro par de groserías. Cualquier día, en la correspondencia nos sorprenden con la cabeza y las manos de Cicerón amputadas. Madrid es un péplum.
Nos estamos manejando en el ring de la política donde se empezó combatiendo al centrismo para pasar a combatir al fascismo. El centro fue esa teología de los mercaderes que fracasó frente a Europa y hoy nadie se cree porque, mayormente, fue la gran mentira a la clase trabajadora. De aquel fracaso nos llega Vox. Efectivamente, querido y desocupado lector, la caída del centro nos invita a volver al frente guerracivilista. Lo ha dicho Ángel Gabilondo, «entre fascismo y antifascismo no hay neutralidad». Y tiene razón. Aunque a Kant se le olvida que fue Pedro Sánchez quien le otorgó el cuño de demócratas a los fascistas cuando VOX se abstuvo en la aprobación del decreto de los fondos europeos de regeneración.
Qué lejos queda aquella época donde se discutía sobre la crispación y el talante de Zapatero y se pedía tolerancia y respeto. Ahora nos parece que todo eso fue un juego naif comparado con los fascistas de hoy y los sepultureros de mañana, tan repugnantes todos como los del mundo del ayer, pero más numerosos y catetos y con menos calles. Mientras tanto, en la nueva sede de Vox de Gijón, han pintado un grafiti que grita nazi en la pared y aun reverberan los insultos en el escaparate de Podemos. Gijón reproduce a escala lo que pasa siempre en Madrid. Aquí se reduce a una anécdota, pero toda anécdota es el nervio de una gran historia. Así que estamos haciendo una democracia con balas y navajas, grafitis y cartas que cualquier día nos estalla en la cara. Venga, camaradas, más madera, más madera.´