Hoy Cascos es un hombre hidalgo, sucesivamente divorciado, acumulado de partidos, mujeres, hijos y querellas en la etapa final de su vida
Cascos se ha dado finalmente de baja del partido que él mismo fundó hace diez años. Lo ha hecho denunciando la lapidación ética y política que ha recaído sobre su persona tras ser acusado por apropiación indebida. El fiscal pide para Cascos dos años de cárcel por algo más de cinco mil euros en gastos que no se justifican con la función del ex vicepresidente del gobierno durante todo el tiempo que ejerció de máximo dirigente de la formación regional. De todo lo que ha dicho Paco Cascos, lo más interesante es el análisis que hace del estado actual de Foro. El ex presidente asturiano afirma que su partido ha dejado de ser regionalista, que ya no está al servicio de España y que, bajo la excusa de la «transversalidad», lo que se oculta es un partido de corte nacionalista.
Cascos siempre da un titular, una visión política de su partido, del país, de su persona, incluso en las horas más bajas. Cascos ha citado a Cervantes en su Quijote: «y puesto que todo ha sucedido al revés de cómo lo he imaginado, la gloria de haber emprendido esta hazaña no la podrá oscurecer malicia alguna». Cuando Don Quijote en su hora última afirma, patético y yaciente «Yo sé quien soy», sabemos perfectamente que Francisco Álvarez Cascos también sabe quién ha sido y quién es. Anda predicando, del derecho y del revés, la razón última de un proyecto político que toma definitivamente otro rumbo, otros intereses, sin su figura absoluta y total, derruida, arruinada y moribundiente, de un juzgado a otro en los últimos meses, apelando a su inocencia, relatando su ignorancia y lamentando su mala baraca.
De pronto, Cascos eleva el nivel político de esta región citando al Quijote, que es como sacar a relucir el español plateado de un yelmo hasta entonces oxidado. Ese relámpago cervantino que siempre nos llega en el peor momento, mejora por un instante nuestra visión de toda la política asturiana, aunque sólo sea para darse un baño de gloria y melancolía. Ciertamente, Cascos pasará a los anales por haber reformulado la derecha española a finales de los 80, por construir un partido monolítico en torno a su figura y la de José María Aznar, que se financió desde entonces con mordidas, comisiones y vendiendo el suelo de España en cuanto el General Secretario y sus dóbermans derrocaron a Felipe González y tomaron el poder. Sin embargo, toda esta épica cruel, devastadora y maliciosa quedará deconstruida por ocultar las cosas tanto como su persona.
Del mismo modo que John Wayne logró convertirse gracias a la mirada de John Ford en el rostro de América, José María Aznar logró que Cascos fuera el rostro malvado y rebelde de la derecha en aquella primera legislatura del PP. Toda rebeldía, como fue la de Don Quijote, deja una herencia. Hoy Cascos es un hombre hidalgo, sucesivamente divorciado, acumulado de partidos, mujeres, hijos y querellas en la etapa final de su vida. Un hombre así tiene demasiada vida como para ignorarlo. Un hombre así deja demasiada herencia. Qué delirio, aún sigue viendo gigantes donde sólo había molinos.