«Para un hombre que no callaba ni debajo del agua, su último legado a sus oyentes lo dejó escrito y para regalar en su funeral. Y ahora que ya no está pienso en que quizás, después de haberle escuchado y conocido, yo estoy en la radio por algo más que la casualidad»
Cuando uno es diplomado en magisterio, casi acabó filología, cursó estudios de psicología y pedagogía, pero realmente le hubiese gustado ser médico, no le resulta extraño que le pregunten cómo acabó siendo periodista. Básicamente porque esa pregunta me la he hecho yo en numerosas ocasiones para intentar entender el motivo de esta especie de esquizofrenia profesional en la que me mueve desde hace ya más de treinta años.
El caso es cada vez que me han hecho la referida pregunta siempre contesto que todo empezó por casualidad. Exactamente todo comenzó una noche de junio de 1986 en la que mi madre me dijo que el fin de semana siguiente comenzaría a trabajar en Radio Minuto. Lo que en principio era una aventura para los fines de semana de aquel verano se acabó convirtiendo en mi actual profesión.
Y el caso es que, aun manteniendo la casualidad como principal respuesta a mi llegada a la radio, cuando ayer me enteré de la muerte de Casimiro Álvarez reconozco que vinieron a mi cabeza recuerdos de una infancia en la que la radio siempre estuvo presente. Recuerdo escuchar por las mañanas, en la SER, la radionovela humorística la saga de los porretas; me reconozco durante muchas noches con la radio debajo de la almohada escuchando los resúmenes deportivos de un Fernando Losada transmutado en Javier Naves; y camino de los playa de La Ñora con mis padres y mis hermanos me llega el eco de la música de Rosendo Menéndez –el “Charro incógnito”- y la fuerza de un risa contagiosa y potente: la de Casimiro Álvarez, que también llego a la radio por casualidad.
Tras unos escarceos teatrales en la Compañía Lope de Vega, en Madrid, volvió a su Gijón del alma y comenzó a colaborar con un teatro radiofónico dirigido por Enrique Granados, uno de los locutores de la época en Radio Gijón al que puntualmente suplía, comenzando de esa manera una vida de más de treinta años en la radio. Siempre bajo la frecuencia de EAJ-34, la calle de los Moros fue el escenario para que Casimiro forjase una carrera de éxito personal, pero, sobre todo, un recorrido lleno de oyentes que se aferraban a la radio para escuchar “Los treinta del Club”, “Acróstico musical” o “Los artistinos”, algunos de sus programas más conocidos.
Este célebre gijonés se metió a la ciudad en el bolsillo porque nació para comunicar y porque entonces la radio era la esencia de una sociedad que quería escucharse y para eso, Casimiro era un genio. En la época de la radio con dedicatoria, el polifacético locutor era la voz de los concursos con regalo y los seriales, las bromas improvisadas; la de los magazines y las actuaciones en directo. Era la radio de Bobby Deglané y de Casimiro Álvarez, era la esencia de un radio de cientos de miles de oyentes que lloraban y reían al ritmo que marcaban locutores como el que nos acaba de dejar. Durante más de treinta años, solo o en compañía de Mari Paz Lucas, aquella emisora Gijón ‘E.A.J.-34’ no solo transmitía noticias, sino que incluso llevaba esperanza a los hogares. Muchos enfermos acudían a la emisora en busca de ayuda y consuelo.
Aún recuerdo a mi padre y a mi madre rememorando en numerosas ocasiones la que se convirtió en la principal de las anécdotas que Casimiro provocó o vivió en directo. Fue la pista que le dio a una participante que debía adivinar la palabra mayonesa. “Es lo que le echas en los huevos a tu marido”, le dijo supuestamente el locutor. A lo que la oyente respondió con absoluta normalidad: “Polvos de talco”. Casimiro Álvarez derrochaba arte e ironía como para convencer a la audiencia de que el “señor X” del programa «Cantando para usted» era otro que no él.
Para un hombre que no callaba ni debajo del agua, su último legado a sus oyentes lo dejó escrito y para regalar en su funeral. Y ahora que ya no está pienso en que quizás, después de haberle escuchado y conocido, yo estoy en la radio por algo más que la casualidad. Gracias Casimiro y espero, al igual que muchos gijoneses, que al menos una calle en la ciudad de tu alma lleve tu nombre.
Genial e irrepetible Casimiro Álvarez, me parece bien que se le recuerde con una calle, pero….. ¡pregunto!, ¿porque no se la dieron en vida, para que disfrutará con esa alegría?? Hombre afable,, gran comunicador, muy conocido y querido, ¿morirse era llo que le quedaba por hacer para merecer una calle???, aunque más vale, tarde de nunca, él ya no puede ver ese reconocimiento.