La presencia de un asentamiento cerca del antiguo campo de fútbol de San Martín, convertido en un vertedero improvisado, pone en guardia a los vecinos de ambos barrios; afirman que sus ocupantes no dan problemas, pero piden al Ayuntamiento que tome cartas «por higiene»
Hace falta un recuerdo propio de lo ocurrido allí hasta hace trece años o, en su defecto, unas dosis de imaginación verdaderamente grandes, para asociar el extenso terreno conocido como campo de San Martín con el flamante campo de balompié que en otro tiempo fue. Desde que, en junio de 2012 y tras medio siglo de presencia continua, el Veriña Futbol Club se ‘mudase’ a Roces, la vasta parcela a orillas de los caminos del Solar y de la Fama decae día a día, abandonada y olvidada, con sus instalaciones hechas una ruina, la maleza creciendo por doquier, y pequeñas balsas de desechos aquí y allá que le dan al conjunto el aspecto de lo que, en la práctica, es: un vertedero improvisado. Y a ese conjunto de características, que ya de por sí hace el lugar poco apetecible para dar un plácido paseo, se suma una más… Que no contribuye a mejorar el conjunto, precisamente. Desde hace alrededor de un año se yergue en dichas parcelas un poblado de chabolas que da cobijo a, aproximadamente, una veintena de personas, niños incluidos, y a varios animales. Vaya por delante que ninguno de los anteriores causa problemas, pero los vecinos de Veriña y de la cercana La Calzada han solicitado la intervención municipal por una cuestión de salubridad. La Asociación Vecinal del primero de ambos barrios ya ha trasladado la cuestión al Ayuntamiento.
La presencia de los moradores de dicho poblado se ha vuelto cotidiana para los lugareños. «Los vemos todos los días, pero no se meten con nadie«, relata Marisa F., quien habita en uno de los bloques de la carretera de Avilés, a escasos siete minutos a pie de esa ‘zona cero’. Prudente ante el temor de que cualquiera de sus palabras pueda perjudicar a los aludidos, insiste en ese último aspecto: el de que problemas, hoy por hoy, no causan. Algo en lo que coincide la amiga que la acompaña en sus recorridos matutinos, y que prefiere mantener tanto su nombre como sus apellidos en el anonimato. «Llevarán cosa de diez o doce meses ahí, y no dan guerra, más allá de algún que otro grito entre ellos; van con sus carritos llenos de garrafas de agua, que llenan en la fuente, y a lo suyo; ni te miran«, detalla. De hecho, si hay un lugar en el que es frecuente encontrar a los habitantes es en las inmediaciones del ‘punto limpio’ que la Empresa Municipal de Servicios de Medio Ambiente (EMULSA) opera en el cruce de la calle Simón Bolívar con la avenida José Manuel Palacio Álvarez. «Se quedan esperando a que den las dos de la tarde; entonces, cuando los operarios cierran, saltan la valla y ven qué se pueden llevar«, confirman ambas colegas, que, sin embargo, disculpan tal conducta. «Cada cual se gana la vida como puede, y mientras no den guerra…«, zanjan.
Claro, que no todos en Veriña y La Calzada son tan condescendientes. Una parte de los lugareños ve con ojos críticos la proliferación de ese microcosmos de palés de madera, trozos de plástico, chapas metálicas y detritus descontrolados varios. Sobre todo, porque en esas construcciones irregulares residen no solo adultos, sino también niños y adolescentes. «En un auténtico foco de insalubridad extrema, falta de higiene y sin servicios básicos, y nadie toma medidas para proteger, al menos, a esos menores«, denuncia José María P., con domicilio en La Calzada. Él es el primero que añade al conjunto una derivada extra: la puesta en conocimiento del Ejecutivo local de la realidad que se da en el antiguo campo de San Martín… Y la supuesta falta de actuaciones al respecto. «Las quejas vecinales llevan más de un año registrándose por diversos canales oficiales, pero la respuesta municipal ha sido nula; ni limpieza, ni control, ni intervención social visible«, prosigue José María P. Sobre esa misma cuestión se pronuncia Etelvina Ferroso, residente en suelo de Veriña, preguntándose «cómo puede ser que en pleno 2025 haya gente que tenga que vivir así… Hay que ayudar a esas personas«. A ellas… Y a las que, asegura, mantienen ‘okupadas’ dos viviendas abandonadas al inicio del camino del Solar, cerca de su conexión con la calle Editor Silverio Cañada. «También están ahí: sin luz, sin agua, sin lo básico… ¿No se supone que todos nos merecemos una vida digna?«, reflexiona.
Por el momento, el Ayuntamiento no ha confirmado, ni desmentido, la existencia de tales protestas ciudadanas. No obstante, quien informa de que, en efecto, ha habido un contacto con el equipo de Gobierno es el presidente de la Asociación Vecinal de Veriña, José Luis García Nicieza. «Hemos dado aviso al Ayuntamiento, y están sobre ello«, concreta, si bien añade que ese movimiento de ficha se ha debido a su propia observación del poblado, no a la llegada de alguna suerte de aluvión de quejas emitidas por sus representados. De hecho, «no ha habido nada de todo eso; ningún vecino ha venido a comentar lo de esa gente«. Y tampoco percibe sensación de inseguridad alguna, aparte de que «tanto la Policía Local como la Guardia Civil pasan por ahí frecuentemente«. Por ello, la base del contacto con el Consistorio ha sido eminentemente sanitaria, aunque en el barrio son conscientes de que cualquier toma de cartas en el asunto será complicada. ¿La razón? Que, según ha podido saber este periódico, la propiedad de los terrenos en los que se ubica el poblado está repartida entre el Ayuntamiento, el ente público nacional Administrador de Infraestructuras Ferroviarias (ADIF), y el cántabro Grupo Tecniobras, desde 2023 poseedor de las parcelas en las que se habría levantado el proyecto EcoJove, de infausto resultado. Un puzle burocrático que podría ralentizar una hipotética intervención en favor de los habitantes del precario poblado y, de paso, orientada a dignificar el lugar..









