Se dieron cita en Casa Zabala después de haber recibido el “no” por respuesta. Pero la magia de la buena cocina asturiana funcionó, Mundo cambió de opinión y aceptó la propuesta de entrenar al equipo en su regreso a la máxima categoría
Sabido es que en los chigres y restaurantes gijoneses se fraguaron muchas de las historias de nuestro Sporting, fichajes incluidos. Una cena en el histórico Casa Zabala del barrio de Cimadevilla fue parte del pago que el Sporting hizo por la cesión del guardameta Pachu Carril. Ocurrió en abril de 1933, el equipo sportinguista se enfrentaba en cuartos de final contra el Madrid en El Molinón y tenía a sus dos guardametas del primer equipo lesionados, así que tuvo que recurrir a buscar una solución de emergencia.
En el Reconquista, un equipo de categoría regional de Gijón, destacaba un guardameta llamado Pachu Carril y solicitó su cesión a la directiva del modesto club por un tiempo indeterminado. Se llegó a un pacto, Carril tendría ficha en el Sporting, previa cena de los directivos sportinguistas, los del Reconquista y el propio jugador en Casa Zabala, prestigioso restaurante aún existente hoy en día. Además, le darían a modo de prima, casi simbólica, 50 pesetas por partido jugado. Y así se hizo. Pachu Carril disputó ese partido con el Sporting. La recuperación de ambos guardametas hizo que no fuera necesaria su participación en más encuentros. El Sporting perdió ese día por 0 a 5.
En ese mismo establecimiento se cerró, por parte del presidente Alejandro Pidal Gilhou el fichaje del entrenador vasco Edmundo Suárez Trabanco. El míster, de familia materna asturiana, se encontraba pasando unos días de verano por Gijón cuando, por medio del ex presidente Tato González Campomanes, se le ofreció coger al equipo que acaba de subir a primera. Pese a verse tentado, declinó la oferta. Aun así, el presidente Pidal, el ex presidente Campomanes, el entrenador de Baracaldo y algún otro se dieron cita en Casa Zabala sin otro ánimo que el de cenar después de haber recibido el “no” por respuesta. Pero la magia de la buena cocina asturiana funcionó, Mundo cambió de opinión y aceptó la propuesta rojiblanca de entrenar al equipo en su regreso a la máxima categoría del fútbol español. Desgraciadamente, las cosas en lo deportivo no fueron como se esperaba y el entrenador presentó su dimisión siete jornadas antes de finalizar la competición, siendo sustituido por un hombre de la casa, Luis Menéndez “Luisín”.
Eran unos tiempos en la que la figura de los agentes futbolísticos no existía. Donde los tratos se hacían directamente entre directiva y jugador o entrenador. Y así sucedió hasta que hombres venidos del mundo del boxeo y del espectáculo, introdujeron en el fútbol profesional la figura del representante. A José Antonio Redondo, por ejemplo, un hombre que lo fue todo en el Sporting, le ofertó fichar por el Sporting su entrenador en el Turón, el ex portero rojiblanco Sion. Pese a que los inicios no fueron fáciles, fue cedido al Ensidesa, donde no jugaba, y repescado en diciembre por el Sporting, disputando el Torneo de Reservas del Norte de España (un campeonato que disputaban, en forma de liguilla, los jugadores jóvenes o menos habituales en las alineaciones, participando los equipos del Real Burgos, Athletic de Bilbao, Cultural Leonesa, Real Oviedo, Racing de Santander y Sporting). De ahí, por una cuestión de lesiones, pasó a debutar en un derbi en Primera División, disputado en el Tartiere el 7 de enero de 1973, que finalizó con victoria para el conjunto azul por 1 a 0. Pero a Redondo ya no le movieron del equipo titular en doce temporadas, primero como central y luego como lateral derecho.
Al presidente Tato Campomanes le vino a visitar un conocido representante relacionado con el mundo del espectáculo, de esos pioneros o intrusos, según se mire. El objeto era ofrecerle la posibilidad de contratar a algunos jugadores. La reunión no dejó con buen sabor de boca al máximo mandatario gijonés: “A esi nun lo dejéis pasar más, ye un negreru”. Y ahí se acabó todo. Un ejemplo contrario, por su resultado positivo, fue el del gran Doria, central sportinguista durante once temporadas. A Víctor Hugo Doria tras disputar un San Lorenzo – Estudiantes, que finalizó con victoria de los primeros por 3 a 1, fue llamado al despacho del presidente de su club, el San Lorenzo.
Junto a este, estaban dos personas: “Estos dos señores te quieren llevar a España”. Se trataba de un representante de boxeo, Héctor Méndez, y un tipo que se dedicaba a llevar equipos argentinos a distintos torneos veraniegos. Le hablaron de la posibilidad de una mejora grande en lo económico y Doria aceptó. Héctor Méndez vino unos días antes para España para tratar su posible colocación en distintos equipos a los que le ofertó. Una semana después viajó, en solitario, el defensa argentino. Muchos fotógrafos le esperaban en el aeropuerto, era de los primeros jugadores extranjeros que fichaban por un club español, tras una prohibición (con la excepción de los oriundos) de veinte años, de 1953 a 1973. Y Doria recaló en Gijón. Pese a que la prensa daba por hecho su fichaje, el Sporting, con Mariano Moreno de míster, pidió tenerlo a prueba durante diez días. El jugador fue alojado en el hotel Hernán Cortés y acudió a los entrenamientos diariamente, con una condición expresa de su representante: “Prohibido jugar partidos, ni siquiera de entrenamiento, no corramos el riesgo de que te lesiones, porque si no te quieren aquí te voy a llevar a otro equipo”.
Y así hizo, no participaba en los partidillos propios de las sesiones de entreno. Hasta que al quinto día, en la mitad del plazo previsto, fue llamado por Ángel Viejo-Feliú y firmó su contrato como sportinguista. Lo hizo por tres años, acabó quedándose once. Y con una despedida por todo lo alto, con ex compañeros y figuras de la Liga, hasta vino el mismo Maradona que, por una dolencia de última hora, no pudo disputar el encuentro y se limitó a hacerle entrega de la placa de recuerdo. Las malas lenguas decían que el mismo José Luis Núñez le había dejado venir a regañadientes, presionado por Quini, por la amistad que le unía con Manuel Vega-Arango y obligado por la buena relación entre Sporting y Barcelona, pero que a última hora se había arrepentido. El Barça ya había perdido ya la Liga y las competiciones europeas, así que el club blaugrana solo podía aspirar a ganar la Copa para no quedar el año en blanco y cuatro días más tarde disputaban la semifinales contra la Real Sociedad. Así fue. Maradona se recuperó para las semis y el Barcelona se proclamó campeón copero.