Clowns te arrea un manotazo que te envía, sin pasar por la casilla de salida, a los años en los que llevábamos las rodillas raspadas y merendábamos un trozo de pan relleno de chocolate
Nada más poner el pie en el patio de butacas te das cuenta de que estás ante algo grande. Sin esconderse tras el parapeto del telón, el decorado recibe al espectador más que con una insinuación, con una promesa de que lo que sucederá en los 80 minutos posteriores a que se apaguen las luces del teatro merecerá la pena. Cada detalle del mismo recuerda, o transporta, a aquellos románticos circos de las películas, con su carromato iluminado con candiles a su puerta, sus hipnóticas luces, su telón de fondo rojo. Te sientas en la butaca y bajo la piel burbujean las ansias de que aparezcan los payasos. Los Clowns.
Con puntualidad inglesa las luces se apagan por completo y, al volver a encenderse, más tenues, te encuentras con el Carablanca. El payaso estirado casi por definición fue el maestro de ceremonias, el pegamento de una función que te abre las puertas a un mundo que todos los adultos hemos escondido en algún rincón, pero que sigue vivo. De esta forma Clowns te arrea un manotazo que te envía, sin pasar por la casilla de salida, a los años en los que llevábamos las rodillas raspadas y merendábamos un trozo de pan relleno de chocolate.
Carablanca, con el rostro tintado de nácar y su voz de barítono, es el contrapunto serio, discreto y elegante a la disfuncional familia de su troupe. Una troupe que lleva por bandera devolver la risa, la magia, y la poesía a un mundo difícil, cruel y terrible. Durante esos maravillosos 80 minutos nada importa más allá de las puertas del teatro de la Laboral. Al espectador tan sólo le queda dejarse llevar por el trepidante ritmo de la función y disfrutar. Y reír. Y soñar. Sobre todo soñar.
Cinco clowns, cinco formas diferentes de entender una profesión de esas que tanta falta hacen. El público lo agradeció, claro está. Cuando Carablanca anuncia el final de la obra, algo se rompe dentro del espectador, ansioso porque el maestro de ceremonias sólo esté jugando y que, tras su despedida, haya un número más, unos minutos añadidos como las últimas migajas de un suculento festín. No las hubo, pero el público pagó a los maravillosos payasos con la moneda más ansiada por cualquier artista que ha sufrido los meses más duros de una pandemia que amenazó el futuro de la Cultura con mayúsculas: aplaudiendo, en pie, durante más de cinco minutos. Larga vida a Clowns.
Me encanta sobre todo en estos tiempos 😍
Simplemente ¡ Bravo ! 👏 👏👏👏