Yosune Álvarez, hasta ahora presidenta de XEGA, repasa con miGijón los diez años al frente de una entidad clave para el colectivo LGTBIQ+ asturiano: «La situación con el feminismo TERF en Asturias es un problema«
Han pasado diez años desde que Yosune Álvarez (Riaño, 1979) cogiese las riendas de XEGA. Una década en la que ha pasado casi de todo: una pandemia, la erupción del volcán de La Palma, el asalto al Capitolio, los conflictos de Palestina y Ucrania y, también, la llegada de la ultraderecha a los parlamentos de media Europa. Entre medias, y ya desde Gijón, Álvarez ha vivido todo ello como presidenta de una entidad que busca, desde lo local, ayudar a la visibilización e integración del colectivo LGTBIQ+ asediado en los últimos tiempos por la incorporación de una ‘Q’ que ha desatado la polémica dentro del propio movimiento feminista, que tan unido ha estado en Asturias al colectivo y que se encuentra ahora dividido en dos grandes trincheras desde las que el intercambio de acusaciones no parece que vaya a terminar pronto. “Seguiré por aquí”, asegura. Porque promete no desvincularse del todo de la que ha sido su casa en esta última década.
¿Cómo valora esta década como coordinadora de XEGA?
Bueno, cuando empecé, dije algo que me hace muy feliz recordar porque creo que se cumplió: quería que se notara que había una mujer al frente de XEGA. No solo por la visibilidad que implica ser la primera mujer coordinadora, sino también por el enfoque feminista que hemos impulsado. Ya no soy la única, lo cual es genial, y eso refuerza el objetivo que teníamos desde antes de que asumiera la coordinación. Estoy contenta porque hemos logrado una mayor implicación en el movimiento feminista de Asturias. El discurso feminista está bien asentado en XEGA, pese a que algunos piensen que no. Hemos conseguido un espacio en el movimiento social asturiano, y por eso me siento satisfecha.
¿Cómo han sido estos años?
Hubo algunos complicados. Entre 2015 y 2016, la participación fue escasa, pero logramos remontar. Transmitimos a la ciudadanía la importancia de estar organizados, no solo para la comunidad LGTBIQ+, sino también para todas las personas aliadas. Precisamente un grupo que ha crecido mucho en estos años es el de familias, que ahora está bien consolidado. Recuerdo también como un gran hito positivo el haber recibido la medalla de plata de la ciudad de Gijón. Evidentemente, este camino no lo he recorrido sola. Quiero reconocer a mis compañeras, que siempre estuvieron ahí. Mantener una infraestructura colectiva no es fácil.
¿Qué queda de la Yosune que asumió el cargo hace diez años y qué ha cambiado en estos diez años en XEGA?
En mí quedan las ganas. La ingenuidad, desde luego, ya no. Esas ganas de seguir, de crear proyectos nuevos para XEGA que espero poder empezar pronto a desarrollar. En cuanto a qué ha cambiado, creo que hemos conseguido mayor visibilidad. La diversidad sexual es un tema del que se habla más abiertamente. Hemos señalado la importancia de atender las necesidades específicas de cada identidad dentro de la comunidad LGTBIQ+, y de destacar las diferencias y retos que enfrentan. No es lo mismo ser lesbiana que ser gay, porque los hombres y mujeres a nivel social no somos iguales. De igual manera, no es lo mismo ser cisexual que ser transexual, porque está más que demostrado que las personas transexuales, por su visibilidad obligada en el momento que empiezan una transición, son sensibles a que puedan tener muchísimos más problemas. Diría que hemos hecho un buen trabajo de visibilizar todas esas problemáticas.
Fuera de Asturias, XEGA como colectivo histórico está muy bien visto, aunque es verdad que es difícil tener repercusión a nivel estatal, porque es muy difícil hacer políticas estatales desde las comunidades, pero hemos tenido impacto en decisiones importantes, como la Ley de 2003, donde Mane (Fernández Noriega, vocal de Memoria Histórica en XEGA y exvicepresidente de la FELGTBI+) jugó un papel clave.
Y qué queda en la balanza de lo negativo.
Lo que menos me gusta es hoy en día la situación con el feminismo TERF en Asturias. Es un problema que viene de hace tiempo. Ahora es evidente su estrategia de comunicación en los medios, con una aparición explicando lo que para ellos significa esa ‘Q’ cada pocas semanas, cuando no han tenido ningún tipo de contacto con los colectivos LGTBIQ+, que yo creo que es con quien deberían de hablar de estas cosas. Estas discusiones académicas no ayudan a la gente de a pie, a la que enfrenta conflictos en su vida diaria.
Esa ha sido para mí una de las mayores decepciones porque con el feminismo siempre estuvimos juntas en la calle. Recuerdo especialmente las movilizaciones cuando empezamos a salir con aquella ley del aborto que proponía Gallardón. Siempre estuvimos en la lucha; yo llevo en la calle mucho antes de estar en XEGA, en todas las reivindicaciones feministas, por violencia de género, aborto…. Y me acuerdo que en aquellas manifestaciones, muchas de las que ahora tenemos en frente, vinieron a felicitarnos por estar allí como colectivo. Eso ahora no gusta tanto, sobre todo que llevemos las banderas trans. Sin ir más lejos, me llamaron la atención en la protesta feminista cuando Moriyón firmó el pacto de Gobierno con Vox. Trataron de que guardáramos las banderas trans. Tuvimos que tirar de pedagogía: nuestras banderas no representan ideologías, ni países… representan a personas y precisamente a las que allí estaban. Veo esa deriva y es triste, porque las conozco a todas. Cuando Carmen Eva dice eso de que hay insultos y discusiones broncas…pues no sé dónde vive ella ni con qué colectivo LGTBIQ+ se relaciona, pero en Asturias es muy sencillo identificar a los colectivos que estamos y desde luego no es esa la comunicación que estamos teniendo.
Habla de una columna, publicada en miGijón, donde se relaciona esa ‘Q+’ con la regulación de la prostitución o los vientres de alquiler…
Respecto a ello… somos abolicionistas, pero no podemos utilizar ahora mismo esa palabra porque la manera de llegar a ese fin último que buscamos no es la misma. Las trabajadoras sexuales, muchas de ellas trans, siempre han formado parte del colectivo. Pero lo que no podemos es quitarles la dignidad. Mientras no tengamos la manera de sacarlas de las calles crear una legislación contra esta práctica es bastante poco realista. Hay que darles una vida digna e independiente. En ese momento, sí tiene sentido ir contra proxenetas y redes de explotación; sin eso, es poco realista. Lo que se conseguiría si se ilegaliza es que tengan que esconderse aún más, que tengan que ejercer a las afueras de las ciudades, con todo lo que ello conllevaría: menos seguridad para ellas y una explotación sexual que vaya a más.
En cuanto a los vientres de alquiler, existe un movimiento publicitario importante que busca relacionar la ‘compra’ de bebés con las parejas gays. Por poner un ejemplo, hace no mucho, 30 familias que habían contratado esta práctica en Ucrania estuvieron tres meses protestando en la frontera ucraniana porque el juez español que debía registrar a los niños se negaba a ello. Ninguna de aquellas 30 familias estaba formada por personas gays ni del colectivo. Eran todas parejas heterosexuales. Hay que revisar desde dónde se está haciendo ese discurso. Los usuarios de vientres de alquiler son, en su mayoría, parejas heterosexuales.
En toda esta década, ¿recuerda algún momento de esos en que dices ‘por esto es por lo que vale la pena seguir’?
Los que recuerdo con más emoción son cuando vienen personas muy vulnerables a XEGA, que llegan que parece que se les va a caer encima el mundo. Las familias que tienen hijos o hijas trans, adolescentes, vienen desvalidas, no saben qué hacer con la situación cuando su hijo o hija les dicen que son trans. Los pequeños milagros de sentarte a tomar un café y decirles que lo único que tienen que hacer es preguntarle a su hijo, contarles la realidad del proceso, explicarles que lo importante es que esa persona sigue siendo, simplemente, su hijo o hija… Me acuerdo mucho de una pareja de Noreña. Me llamaron porque su hija les había contado que era trans. Ellos tenían clarísimo que la iban a acompañar pero estaban angustiados, no sabían si iban a tener apoyo en el instituto, en el entorno… no querían que lo pasara mal.
Hablé con la madre por teléfono. Le expliqué que ahora ‘solo’ había que lidiar con la adolescencia de una hija, en lugar de un hijo, y darle herramientas. Tienen que prepararse; hay gente que no va a entender su situación, y prepararla a ella también, porque se pueden minimizar los daños si preparas a alguien para esos rechazos que desgraciadamente sufrirá. La madre siempre me dice que aquella llamada de teléfono le llenó la piscina de agua. Fue como «vale, no estoy sola, puedo hablar con Yosune de mis dudas y puedo hacerlo sin miedo a meter la pata». Me gusta ese acompañamiento, aunque me remueve porque siempre me va a recordar a cuando yo salí del armario como lesbiana y todo lo que aquello implicó, pero me gusta poder tener con ellos esa conversación que, a veces, es casi lo único que necesitan.
Han pasado diez años, también para la ciudad de Gijón. ¿Cómo era entonces y cómo es ahora la vida aquí para una persona abiertamente lesbiana?
Tengo que decir que me sentía más segura hace diez años que hoy. Ahora noto miradas cuando voy con mi pareja por la calle. Hace diez años no pasaba o, al menos, no pasaba tanto. La gente joven, gente que ya nació con una ley del matrimonio homosexual aprobada, tiene hoy un discurso lgbtifóbico. Los discursos de odio a nivel político están ahí. La gente joven se atreve a mirarnos e insultarnos. Y eso es un caldo de cultivo peligrosísimo. No pasa a las cuatro de la mañana, pasa a las doce del mediodía, a las seis de la tarde. Ahí tenemos que reflexionar sobre cómo estamos educando, no solo a nivel familiar, sino social a la gente joven, y ver qué está pasando en redes sociales, en TikTok, con los influencers, la machosfera, esos nombres nuevos para cosas que ya pasaban antes.
Por otro lado, hay gente joven LGTBIQ+ o no LGTBIQ+ pero que sí es sensible a los derechos del resto de las personas, que sí ve la diversidad y la tiene normalizada en su vida, y que van a tener su propia batalla y sus propios conflictos. Y hay una cosa que me parece muy curiosa y positiva, y es que cada vez hay gente más joven que se visibiliza. Hace diez años era impensable, en los talleres que impartimos de Ogros y Princesas ahora hay alumnado que se visibiliza o que te habla de que tienen algún familiar del colectivo. Eso hace años solo pasaba de forma muy residual.
Dejas la presidencia aunque seguirás ligada a XEGA
Me hago a un lado porque llevo muchos años, y creo que el objetivo de la visibilidad no es solo que el colectivo sea visible, sino que hay muchas personas que forman parte de él. Creo que más gente visible y caras nuevas nos vienen muy bien, porque muestra la realidad del colectivo, que somos mucha gente y que somos un movimiento. Voy a seguir impartiendo parte de los talleres de Ogros ni Princesas que coordina Iván Gómez. También voy a mantener un poco el frente político en XEGA y espero poder sacar nuevos proyectos en la asociación, pero XEGA se queda en buenas manos. África (Preus, nueva presidenta) lleva año y medio en el colectivo, poco tiempo, pero lo suple con ganas e ilusión. Viene del movimiento feminista de Madrid así que tablas no le faltan, y tiene las cosas clarísimas, a nivel político, de lo que tenemos que conseguir. Es trabajadora social, por lo que por gracias a su trabajo tiene una posición privilegiada para ver qué cosas pueden hacer falta para conseguir esa igualdad en derechos y viene con muchas ganas de hacer cosas.
Y para el futuro asturiano… ¿el mayor reto al que se enfrenta el colectivo?
Que se apruebe la ley autonómica.