Como ya hiciera con la puerta del Ratoncito Pérez y la del Hada de los Chupetes, el Soldadito de Plomo ya tiene también su propia casa en Gijón. Concretamente está situada en el Polígono Campus Universitario de Gijón.
Tras la iniciativa se encuentra Sebastián Mallado, creador también de las dos primeras puertas mágicas y que, en esta ocasión, nos ofrece un cuento para los más pequeños de la casa, para aprender «grandes valores como la fuerza de voluntad, el tesón o la valentía. También es un cuento indicado para niños que tienen que superar algún problema, ya que el soldadito nos demuestra que hay que seguir adelante, aún faltándole una pierna», destaca el creador.
La historia cuenta que, en el día de su cumpleaños, un niño recibe una caja de veinticinco soldaditos de plomo. Uno de ellos tiene solamente una pierna, pues al fundirlos había sido el último y no había suficiente plomo para terminarlo.
Cerca del soldadito se encuentra una hermosa bailarina hecha de papel con una cinta azul anudada en el hombro y adornada con una lentejuela. Ella, como él, se detiene sobre una sola pierna, y el soldadito se enamora de ella.
A medianoche otro juguete, un duende en una caja de sorpresas, increpa furioso al soldadito prohibiéndole que mire a la bailarina. El soldadito finge no oír sus amenazas, pero al día siguiente, acaso por obra del duende, cae por la ventana y va a parar a la calle. Allí, tras llover un buen rato, dos niños lo encuentran y lo montan en un barquito de papel, enviándolo calle abajo por la cuneta. La corriente arrastra al soldadito hasta una alcantarilla oscura donde una rata lo persigue exigiéndole un peaje.
Por fin, la alcantarilla termina y el barquito de papel se precipita por una catarata a un canal, donde el papel se deshace y el soldadito naufraga. Apenas comienza a hundirse, un pez lo engulle y de nuevo el soldadito queda sumido en la oscuridad. Sin embargo, poco después el pez es capturado y cuando el soldadito vuelve a ver la luz se encuentra de nuevo en la misma casa donde se encontraba. Allí está también la bailarina: El soldadito y ella se miran sin decir palabra. De repente, uno de los niños agarra al soldadito y lo arroja sin motivo a la chimenea. Una corriente de aire arrastra también a la bailarina y juntos, en el fuego, se consumen. A la mañana siguiente, al remover las cenizas, la sirvienta encuentra un pequeño corazón de plomo y una lentejuela.
Por miGijón