Los entornos escolares, al igual que el resto de las calles de Gijón, salvo excepciones, no reciben una atención especial en cuanto a la movilidad peatonal si no es en coche
Cuando hablamos de entornos escolares, nos referimos a algo que va mucho más allá del simple perímetro de las escuela o instituto al que llevamos y también van solos, nuestros hijos e hijas a diario. Los centros educativos, especialmente en una ciudad como Gijón, donde están generosamente distribuidos por cada barrio, desempeñan un papel fundamental no solo en la movilidad, sino también en la cohesión social de la comunidad vecinal que los rodea.
Además, los centros educativos influyen en gran medida en la ubicación del comercio local, ya que muchas familias aprovechamos el trayecto diario para hacer recados. Es común encontrar cafeterías, papelerías, supermercados, farmacias, academias de actividades extraescolares y paradas de transporte urbano en sus alrededores. En general, los entornos escolares suelen ser un foco de actividad, muy vinculado tanto a las personas que cuidan de menores como a los servicios destinados a esas comunidades escolares y sus familias, con un constante flujo de personas que van y vienen a las horas de entrada y salida.
También son un punto clave a la hora de escoger el lugar donde vivir, ya que su cercanía facilita mucho la conciliación y permite integrar esas idas y venidas en la rutina diaria del cuidado. Si además cuentan con un espacio cercano para el juego libre, como parques, zonas amplias o áreas más seguras, es común que haya una mayor concentración de niños, niñas y familias que aprovechan estos desplazamientos para prolongar un poco más ese necesario tiempo de esparcimiento diario.
Y de puertas para adentro, las escuelas y sus patios también cumplen una función deportiva y vecinal, ya que muchas de ellas cuentan con instalaciones que fuera del horario escolar, son utilizadas por los vecinos y vecinas del barrio. Estos espacios se convierten en puntos de encuentro para actividades deportivas y comunitarias, etc.
En definitiva, un entorno escolar es un espacio central del barrio generalmente sometido a una gran intensidad de movimientos, intercambios y comercio. Por ello, se convierte en un punto clave para analizar la movilidad del barrio y cómo entendemos la conciliación familiar y la educación de los menores. Es un lugar donde debemos extremar las precauciones en cualquier intervención que se realice sobre él.
Por lo tanto, la forma en que cuidamos estos espacios y cómo nos desplazamos hacia ellos o desde ellos, está directamente vinculada con la educación que proporcionamos y con la calidad de vida que ofrecemos a nuestros hijos e hijas. Es en estos desplazamientos donde también podemos educar, observar, y donde los niños y niñas pueden practicar su autonomía al moverse por el espacio urbano.
Esto es algo que ya se contempla en la propia Ley Orgánica de Educación (LOMLOE). En su artículo 17, se establece como objetivo para la educación primaria el «desarrollar hábitos de movilidad activa y autónoma», fomentando la educación vial y la prevención de accidentes. Además, en el artículo 110, se menciona que las administraciones educativas deben garantizar caminos escolares seguros, lo cual está directamente relacionado con la promoción de la movilidad activa y la reducción del sedentarismo.
Es importante tener en cuenta que estas menciones en la nueva ley no surgen de manera aislada, sino que se basan en años de estudios y experiencias que han demostrado que, durante esos desplazamientos continuados, los menores están expuestos a altos niveles de contaminación importantes. Esto se debe principalmente al tráfico que acompaña estos movimientos, lo que genera emisiones de gases contaminantes, ruido y problemas de seguridad vial.
Con todos estos datos y conocimientos sobre la mesa, ¿por qué prestamos tan poca o ninguna atención a estos espacios? ¿Por qué seguimos tratando el perímetro escolar y las vías principales que conducen a él como simples viales destinados únicamente a la distribución del tráfico?
Esta falta de atención es preocupante, ya que un entorno escolar y sus accesos deberán cumplir con todas las especificaciones técnicas necesarias para garantizar que esos desplazamientos sean coherentes con la educación en salud y seguridad que todos deseamos para nuestros hijos e hijas. En definitiva, esas calles no deberían limitarse a su función habitual de facilitar el aparcamiento y el tráfico de vehículos motorizados, sino que deberían transformarse en espacios con múltiples usos y propósitos que pongan especial interés en la comunidad escolar y sus familias, permitiendo que la propia ciudad «eduque» a través de sus calles.
Por lo tanto, es evidente que no es compatible con un entorno escolar seguro el hecho de que el ruido del tráfico impida una conversación, que nuestros hijos deban caminar por aceras estrechas de menos de un metro, o que se realicen maniobras peligrosas cerca de ellos, situaciones que podrían o ya han acabado en tragedia en nuestra ciudad.
El que escribe es plenamente consciente de que, por circunstancias personales, muchas familias a veces necesitan desplazarse en vehículo privado hasta los alrededores de la escuela. Sin embargo, seguramente, todos estaremos de acuerdo en que eso no da derecho a estacionar de manera indiscriminada, mucho menos a obstaculizar los caminos escolares, dificultando aún más las condiciones de accesibilidad para la mayoría de las familias que llegan a pie en la ciudad.
¿Y cuál es la situación en Gijón?
Como cualquier familia puede constatar, ya sea por experiencia propia o a través de los datos proporcionados por el Ayuntamiento de Gijón y otras organizaciones (mapa de ruido, estudios sobre contaminación, etc.), los entornos escolares, al igual que el resto de las calles de la ciudad, salvo excepciones, no reciben una atención especial en cuanto a la movilidad peatonal si no es en coche. La mayoría de las medidas o diseños, más bien ñapas superpuestas, aceras estrechas y cruces que no están pensados para facilitar un acceso seguro y cómodo a pie o en bici/patinete, sino que parecen ser soluciones superficiales para evitar problemas mayores. Incluso muchas de estas medidas, como vallas, botones en los semáforos, etc, parecen centrarse más en prevenir sustos a los conductores, que en proteger la integridad física de los menores.
Si bien los últimos años ha comenzado cierta sensibilidad hacia este tema, como la efectiva reforma en torno al colegio Clarín, así como otros proyectos nonatos y otras medidas más cutres pero en muchos casos efectivas, la triste realidad es que hemos dando unos cuantos pasos para atrás, por ejemplo, con la retirada de los bolardos para ganar unas míseras plazas de aparcamiento. Medida que incluso en algunos colegios como el Jovellanos o el Nicanor Piñole, donde se ha tenido que recular y reformar tímidamente porque era evidente que no se podía volver para atrás.
Desde el actual Ayuntamiento se ha hablado mucho en campaña y posteriormente de “Entornos escolares seguros” y otra serie de ideas para mejorar algún entorno, incluso se han presentado proyectos como el de la “Escuelona”, pero lo cierto es que hemos vuelto al cole y nada se sabe de todo ello.
¿Qué mejor proyecto de ciudad y más real, que la mejora ambiental de nuestras escuelas?. Les animo a ello, es urgente.