La escritora y periodista zaragozana presenta en Gijón la iniciativa ‘Mi voz, mi decisión’ a favor del libre aborto, en una ciudad que para ella, «como toda Asturias, es simbólica en la lucha por los derechos de la mujer»
«Para que el mal triunfe, basta conque los hombre buenos no hagan nada«. Mucho se ha debatido desde el siglo XVIII sobre si esa célebre cita, usualmente atribuida al filósofo y político británico Edmund Burke, fue en verdad de autoría suya; si realmente significa lo que aparenta, si su premisa tiene o no sentido… Pero nada de todo lo anterior ha impedido que ese mensaje haya calado con fuerza entre quienes están convencidos de plantar cara a lo que cada cual entiende como ‘mal’. Y Cristina Fallarás Sánchez (Zaragoza, 1968), periodista, escritora y abanderada del feminismo mediático español, ha sentido ese mal en sus propias carnes. Denigrada y atacada en distintos medios de comunicación de tendencia conservadora, algunas de sus declaraciones sobre temas tan polémicos como el franquismo, el machismo o la violencia contra las mujeres han sido no sólo criticadas, sino abiertamente manipuladas y tergiversadas, degenerando, incluso, en agresiones físicas y amenazas de muerte contra su persona y la de sus cercanos. Una dura prueba que, sin embargo, no han hecho perder ni un ápice de su combatividad a esta guerrillera del feminismo, curtida en mil y una batallas, y que, en esta etapa de su trayectoria reivindicativa, centra sus esfuerzos en luchar por el blindaje del derecho al libre aborto. Una cruzada que sirve de base a la iniciativa ‘Mi voz, mi decisión’, integrada por una docena de países europeos, que Fallarás lidera en España y con la que este lunes recalaba en Gijón, acompañada por Kika Fumero, activista feminista y exdirectora del Instituto Canario de la Mujer, para presentarla al tejido asociativo de la ciudad.
Llegan a suelo gijonés usted y Fumero con ‘Mi voz, mi decisión’ bajo el brazo, con la cuestión del aborto como espina dorsal… Y, supongo, asumiendo que se trata de un tema que aún hoy levanta ciertas ampollas. ¿Por qué esta campaña?
Por dos razones. La primera de ellas, que más de veinte millones de mujeres en la Unión Europea no tienen derecho al aborto seguro y gratuito, aunque uno se pregunte «¿Cómo puede ser eso, en la Unión Europea, que es el centro de los derechos del mundo, y en el siglo XXI?». Y la segunda, por el avance de la extrema derecha y de la derecha en general, tanto en Europa como en Estados Unidos, en Argentina… Es algo que está poniendo en peligro ciertos derechos de las mujeres que ya dábamos por logrados. Y el primero que tocan es el del aborto.
Ya que lo arroja, le recojo el guante. ¿Cómo es posible que en pleno año 2024, y en un territorio presuntamente avanzado como Europa, continúe el debate jurídico y político sobre una cuestión tan ligada a la esfera de lo personal?
Es tremendo. Pero también estamos viendo cómo se cuestiona la idea de que exista la violencia machista, o la violencia de género. Estamos presenciando cómo se cuestiona la identidad de las personas, cómo se tocan las leyes de memoria histórica… Estamos percibiendo que viene una época de retroceso en los derechos. Y tú te dices «¿Cómo puede ser?». Bien, porque ningún derecho es intocable eternamente. Siempre puede suceder que llegue una fuerza que se oponga a esos derechos, en este caso los de las mujeres, y que revierta todo aquello en lo que hemos avanzado. Quiero recordar que en España, cuando hubo el golpe de Estado del 36 y vino una dictadura de cuarenta años, todos los derechos que había entonces, entre ellos algunos tan inocentes como el derecho al divorcio, o que hubiera mujeres en el Congreso de los Diputados, desaparecieron.
Y eso que entonces, como en otros momentos del pasado, no escasearon las señales de alarma…
Hay una pregunta que llamo la del idiota, que es una de las más tristes de la historia: «¿Cómo no lo vimos venir?» Es el gran problema del desarrollo de las democracias. No podemos preguntarnos dentro de unos años cómo no lo vimos venir. Por eso ahora doce países de la Unión Europea nos ponemos en marcha y decimos «Ciudadanas, ciudadanos, que no volvamos a preguntarnos cómo no lo vimos venir». Lo estamos viendo venir ahora mismo, y vamos a poner lo mecanismos necesarios para que eso no suceda.
De todos modos, entre sociólogos, psicólogos, políticos e, incluso, periodistas está sorprendiendo el avance de conductas machistas entre los más jóvenes, que son aquellos que, en teoría y a decir de muchos, por su edad deberían esgrimir una actitud más progresista. ¿A qué lo atribuye?
Los jóvenes y los no tan jóvenes, pero sobre todo la gente de cuarenta años hacia abajo, dejaron de informarse en los medios de comunicación tradicionales, y pasaron a hacerlo en las redes sociales y en ciertos canales de YouTube de contenido, diría, preocupante. La difamación y la difusión de mentiras roza lo delictivo, o son delito directamente. Y el hecho de informarse en canales que no son veraces y que no difunden la verdad hace que se les haya vendido el avance del feminismo y de los derechos de las mujeres como una amenaza. Esto es gravísimo, porque podríamos estar mirando el avance de los derechos de las mujeres contra el patriarcado como un avance de los derechos de los hombres contra el patriarcado.
De hecho, se incide en que aún perviven múltiples conductas machistas, a todos los niveles de la sociedad…
Mira, hace poco, hablando de matrimonios, le decía a un amigo «Es un momento muy feliz de tu vida, pero seguro que ya has oído decir que te han pillado, o que ya estás cazado». Esa idea que se le ha vendido al hombre de que, a la hora de empezar un momento feliz de su vida, que es el de compartirla e, incluso, querer formar una familia, es un momento de caza, de que te han convertido en presa, de que te van a engañar, de que esa tía se va a quedar con no sé qué… Todo eso es un daño que el patriarcado hace a los hombres. Hay una serie de canales comunicativos, pero no informativos, que están generando odio y dudas en la gente más joven. Y como esa gente ha dejado de informarse, y sólo compra mensajes que le llegan, sobre todo, por TikTok y YouTube, no tiene argumentos para defenderse. Cuando te sientas y hablas con esos jóvenes, de repente dicen «¡Ostras, es verdad!», pero tienen que oírlo. Así que… ¿Hasta qué punto debemos estar pendientes de estas formas de comunicación para cortar la difusión de la mentira? Porque la difusión de la mentira y la desinformación deberían ser vigiladas. Son capaces de echar abajo una democracia, y de generar violencia.
En ese sentido, en las últimas semanas se ha popularizado el uso de la expresión ‘máquina de fango’ para definir esa proliferación de muestras de desinformación en según qué medios. Usted misma ha sido víctima de esa ‘máquina’, así que la gran pregunta es… ¿Cómo lograr la cuadratura del círculo, y detenerla sin atentar contra libertades como la de expresión o la de prensa?
Fiscalizando la verdad. Es así de sencillo. Puedes mirar la verdad desde un lado o desde otro. Puedes estar a favor o en contra de unas medidas o de otras, pero la verdad tiene que estar en el centro. Por ejemplo, puedo decirte que una silla es blanca; tú puedes decirme que hay que quemar las sillas blancas por ciertas razones, y yo te diré que no, que estamos contra las sillas negras por otros motivos… Pero que la silla es blanca es incuestionable. Lo que hemos hecho ha sido correr el foco de lo que era opinión a lo que es información, o a lo que es, en este caso, realidad. Llamamos ‘máquina de fango’ a la creación de mentiras sobre alguien, o sobre un movimiento, partido o grupo determinado, o incluso sobre una disciplina. Cualquier cosa sirve. ¿Qué haces? Cubrirla de un manto hecho de mentira mezclada con opinión, para desacreditarla y generar violencia contra ella. Porque, no nos confundamos, hay una cosa que es el descrédito, al que puedes hacer frente, y otra, mucho más seria, que es cuando ese descrédito está construido para generar violencia.
¿Fue lo que le sucedió a usted?
Sí, contra mí se generó violencia, hasta el punto de recibir amenazas de muerte yo, y recibir amenazas de muerte mis dos hijos, que eran muy pequeños; tenían nueve y quince años. También se crearon imágenes con inteligencia artificial con mi cuerpo penetrado, decapitado y desmembrado, y se las mandaron a mis hijos, Me escupieron y me empujaron por la calle, pintaron una cruz en la puerta de mi casa, tuve que cambiarme de vivienda y de barrio… Todo eso empieza con una pequeña mentira sobre mí. A partir de ahí, puedes crear una gran estructura que destroce la vida de una familia. Y pudo costarme un daño físico grave. Uno de los empujones me tiró al suelo y me rompí una rodilla; tuve unos problemas serios, que podrían haber ido a más si, en vez de en la rodilla, me doy en la cabeza.
En ciertos espacios comunicativos se la llegó a acusar de odiar a los hombres, y de afirmar que se entretenían matando a las mujeres…
¿Cómo voy a odiar a los hombres? Primero, yo no odio; no me merece la pena el esfuerzo. Yo amo. Amo y disfruto de la belleza. Si odiara, no estaría aquí, concediendo entrevistas; estaría dando guerra con violencia, pero no creo en la violencia. No odio a nadie, y mucho menos a los hombres. No sólo eso; creo que buena parte de la lucha por el feminismo es para que los hombres tengan una vida mejor. En cuanto a la segunda frase… No voy a comentar aquellas que no he dicho yo. Lo que sí diré es que son los hombres los que matan a las mujeres; no nos matamos entre nosotras. Pero es que, en general, son los hombres los que matan a los hombres. La construcción de la violencia que lleva a la muerte es una construcción del macho, pero no me genera odio. Me genera compasión para la mayoría de los hombres, que son con los que yo trato: compañeros de trabajo, de vida, de calle… Pienso «Qué rabia que vosotros no os estéis revelando contra ello también».
Después de todo lo que ha sufrido, y a la vista de ese avance del conservadurismo en determinadas esferas, ¿cómo se las arregla para mantener la esperanza y los arrestos, tras tantos años en la brecha?
Para empezar, creo que hay un movimiento, que es el feminismo, que trasciende izquierda y derecha, los movimientos históricos… El feminismo es un movimiento universal y solidario. Une a las mujeres inuit con las japonesas, pasando por Europa, Latinoamérica, Norteamérica… Lucha porque todos y todas tengamos una vida mejor, y mira de frente a algo que llamamos los cuidados. Tenemos la conciencia de que, cuidando al resto, la vida es más fácil y mejor. Lo contrario es la violencia, pero también la opresión y la explotación. Estos días se está hablando de la bajada del paro. Sí, pero si el salario que te pagan en tu trabajo no te da para pagar el techo, ¿es importante el paro? ¿O no es tan relevante? Pongamos el foco donde hay que ponerlo. Tengo la experiencia y la conciencia de que somos muchos millones de mujeres en el mundo tirando del carro del feminismo y de los cuidados para que nuestras sociedades sean mejores. Y, además, tenemos hijos e hijas, y queremos que vivan en un mundo donde se pueda respirar. Esta lucha es por mí, sí, pero también por ti y por los que vendrán. No pueden heredar un mundo como este.
Ya que habla de lucha, la propia Gijón fue punto de nacimiento de uno de los movimiento feministas con mayor impacto de las últimas décadas: el ‘Tren de la Libertad’. ¿Qué supuso para usted aquella marea?
Gijón, como toda Asturias, son para mí dos territorios simbólicos en la lucha por los derechos, ya sean laborales, de las mujeres y, muy concretamente, en la lucha por los derechos a la interrupción voluntaria del embarazo. Dicho esto, aquel movimiento, el ‘Tren de la Libertad’, supuso un vuelco en la historia de España, y parecerá muy gordo decir algo así, pero no. Un Gobierno de derechas se vio obligado a retirar a un ministro, quiero recordar. ¿Por qué? Porque el pueblo se movilizó. ¿Y de dónde salió esa movilización? De Asturias. Asturias, durante toda la historia de España, de sus democracias y de sus dictaduras, nos ha demostrado que es capaz de movilizar desde lo popular, desde el pueblo, desde la ciudadanía. Eso, para nosotras, es muy inspirador.
Sin embargo, aquella gesta tuvo una cara más sombría: el debate en torno a si el transfeminismo debe ser visto como una causa diferente, o si ha de integrarse en el feminismo general…
¿Carla Antonelli es un hombre? No, ¿verdad? A mí me parece que las mujeres ‘trans’ son mujeres y, como mujeres, tienen los mismo derechos que el resto de las mujeres, y pelearé por ellas contra viento y marea. ¡Es que son mujeres, no tengo ninguna duda! Y, además, no creo que haya mucho debate en esto. Pienso que hay ciertos sectores, muy poquitos y muy poco representados, que han hecho mucho ruido, pero también creo que cualquiera que sufre opresión, represión y violencia por su cuerpo, por su sexualidad, por su identidad, por su género… Por cualquiera de sus opciones de vida, debe ser defendida. En eso es en lo que estoy, y en lo que seguiré estando.