«El poder que Amazon posee sobre nuestras vidas se lo hemos ido conferido nosotros con cada compra hecha en pijama desde el sofá de nuestra casa»
Annie no se viste, se uniforma. Da igual la época del año, el clima o la circunstancia, ella siempre lleva lo mismo: una deportivas blancas, unos jeans holgados, una camiseta de algodón y una gorra. En su mano derecha sostiene una Pepsi y un su izquierda un Marlboro light. Es una mujer dura, hecha a sí misma, con una gran empatía hacia todo ser sufriente; una extraña mezcla entre Clint Eastwood y la madre Teresa de Calcuta.
Si en el cielo de los Monty Python siempre es Navidad, en la casa de Annie siempre es Halloween. Gárgolas, esqueletos y cráneos ocupan el lugar que otros reservan para jarrones, velas y flores. A Annie le gusta la oscuridad porque vive de noche; trabaja de 20:00 a 6:00 friendo y glaseando donuts en un supermercado. Bromea diciendo de sí misma que es la chica más dulce del pueblo.
Antes de la pandemia trabajaba en la misma fabrica papelera en la que se jubiló su padre. Ella no pudo jubilarse. La empresa ganaba mucho más produciendo cartón para los embalajes de Amazon que papel para libros, periódicos y revistas. Ante la presión de los accionistas, la dirección no tuvo más remedio que adaptarse a las demandas de Amazon, se reacondicionaron las máquinas para fabricar cajas de cartón, se robotizó la planta y los trabajadores se vieron en la calle de un día para otro.
Cuando escucho la historia de Annie no puedo evitar pensar en las páginas de papel en las que Thomas Hobbes explica cómo se forma el gran Leviatán, o mejor (para hablar con mayor reverencia) el Dios mortal al cual todos debemos obediencia. Los hombres, en busca de confort van confiriendo todo su poder y su fuerza a un solo Hombre capaz de reducir todas sus voluntades a su voluntad y todos sus juicios a su juicio.
El poder que Amazon posee sobre nuestras vidas se lo hemos ido conferido nosotros con cada compra hecha en pijama desde el sofá de nuestra casa. En nuestra búsqueda individual de satisfacción inmediata del deseo hemos firmado un contrato colectivo en el que cada uno ha dicho: “Yo autorizo y cedo mi derecho a gobernarme a Amazon”.
Ya nos advirtió Tocqueville que nada hay más peligroso que esclavizar a los hombres en los pequeños detalles de la vida, como el de comprar, porque la libertad es más necesaria en las grandes que en las pequeñas cosas. Aunque su efecto apenas se percibe, dejarse sujetar en cuestiones ordinarias y banales quebranta nuestra autonomía hasta que un día, uno se ha vejado tanto que concluye por renunciar al ejercicio de su voluntad.
Un pueblo sometido a un poder como el de Amazon irá perdiendo, necesaria y gradualmente, la facultad de pensar, sentir y actuar por su cuenta. Quizás Annie tenga razón al pensar que vivimos en un eterno Halloween.