Mientras centros de salud como Zarracina o Puerta de la Villa esquivan la saturación por el repunte de enfermedades respiratorias, usuarios y pacientes claman por reimponer el uso de mascarillas en espacios sanitarios
Muchos quizá ya lo hayan olvidado, tras todo lo vivido desde entonces, pero el 5 de julio de 2023 entró, con todas las de la ley, en los libros de Historia. Ese día, tan sólo uno después de su aprobación por el Consejo de Ministros, el uso obligatorio de la mascarilla en espacios médicos y farmacéuticos, uno de los últimos remanentes de las medidas para hacer frente a la pandemia del coronavirus, quedaba definitivamente derogado. Hoy ha pasado medio año desde aquella fecha, y las cosas han cambiado. Bastan unos minutos a la puerta de cualquier centro de salud, tanto de Gijón como del resto de Asturias y de España, para comprobar cómo son cada vez más los pacientes que, temerosos del aumento de enfermedades respiratorias registrado en las últimas semanas, vuelven a cubrirse el rostro de motu propio, por su propia seguridad y por la de la de los demás. Y, mientras las Administraciones debaten sobre si reimponer, o no, aquella obligatoriedad, los usuarios, de forma casi unánime, tienen bien clara la respuesta: sí.
El de Zarracina, situado en la zona centro de la ciudad, es uno de esos espacios sanitarios a los que ha retornado aquella costumbre nacida en los lúgubres tiempos la crisis sanitaria. Aunque no todos lo hacen, son muchos los jóvenes, adultos y mayores que, al llegar frente a sus puertas, extraen de bolsos y abrigos la mascarilla, cubre con ella nariz y boca, y no se desprenden de ella hasta regresar al exterior. Y eso que, pese a lo que ocurre en otros ambulatorios y hospitales, aquí no se detecta saturación alguna por exceso de enfermos de gripe o COVID. «Me han atendido al minuto; tenía cita a las 10.55, y a en punto ya estaba fuera», relataba esta mañana Ana María Bacca, quien acudió con su hija, Jana Pulido. Sin largas colas, ni esperas dilatadas, esa agilidad no ha impedido a ambas tapar sus rostros antes de entrar. «Es una buena forma de prevención».
Tras ambas abandonaba el centro de salud Mariam González, después de haber esperado diez minutos hasta ser atendida. «Es lo habitual; estas semanas atrás sí que se notó un poco más de movimiento, pero ahora no», aseguraba. Ella misma pasó parte de la Navidad aquejada de una virulenta gripe, ya superada y muy útil para terminar de convencerla de que «lo de la mascarilla dentro de ambulatorios y farmacias tendría que volver a ponerse, totalmente; al final, es una buena forma de prevención, y nos dio seguridad a todos en tiempos de la pandemia». Un pensamiento que con ella comparte Belén Quiroga, también alineada con la idea de que, «como precaución, está bien, y no cuesta nada. Si, al final, no lo hacen obligatorio, sí debería poner indicaciones de los beneficios que tiene, para uno mismo y para los demás». Y lo mismo opina Julia Blanco, recién salida de un catarro nada desdeñable. «Entras en la sala de espera, o en el autobús, y hay mucha gente tosiendo; con mascarillas todos nos sentiríamos más seguros».
«No apetece entrar sin ella; hay un no sé qué, por ti y por los demás, que te empujar a ponértela»
Menos de un kilómetro más al oeste, a orillas del frondoso parque de Europa, el ambulatorio de Puerta de la Villa registraba este lunes una dinámica muy similar. Poco flujo de usuarios, tiempos de espera incluso inferiores a los de las semanas previas, ninguna saturación… Pero las mascarillas, de nuevo, convertidas en grandes protagonistas. «No apetece entrar sin ella; hay un no sé qué, por ti y por los demás, que te empujar a ponértela, con la que está cayendo», confiesa Luciana Loaiza. Ella misma ha pasado hace quince días por la temida gripe A; la misma que ayer le diagnosticaban a la pequeña Berta Fernández, confirmando así las sospechas de su madre, Alejandra Vega. «Ha sido mejor que cualquier otro día, mucho más rápido, y eso que esperaba follón…», señalaba, satisfecha, mientras se desprendía de la cobertura del rostro. «Es sólo un momento ponérsela, y nos ponemos a salvo».
Con su pequeña Iratxe en brazos, David Pérez también admitía formar parte de esa amplia legión de defensores del regreso de las mascarillas. «No es que notemos que haya mucha más gente; tardan en atendernos lo mismo de siempre. Pero hay muchas personas mayores, y protegernos y protegerlas está ahí, es sencillo», meditaba. Igual que Carmen Rodríguez, quien ha hecho extensivo su uso, incluso, a lugares no vinculados a lo sanitario. «Tenemos a gente mayor en casa, así que hay que tener cuidado. Esta mascarilla que llevo, en cuanto llegue, la meto en una bolsa, y a la basura», detallaba. Cerca de ella, a punto de entrar en el Puerta de la Villa, Berto Otero se emplazaba en un punto intermedio entre los dos pacientes anteriores, al concluir que «hay que olvidar los traumas de la pandemia, y dejar de ver con pereza lo de cubrirnos la cara. Estamos hablando de un rato dentro de consulta, o en una farmacia; si salva vidas, el esfuerzo merece la pena».