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Daniel Guzmán presenta en Asturias su «despedida» del cine: «Soy el más tonto del audiovisual español»

Paula G. Lastra por Paula G. Lastra
28/10/25
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Hablamos con el director y actor madrileño, que este lunes visitó los Cines Embajadores Foncalada para presentar la que asegura será su última película. “Es inviable hacer este tipo de cine. A todos los niveles: personal, económico, profesional. ¿Tú te tiras cinco años para que una película esté dos semanas en cartelera? ¿Y para que cuatro periodistas especializados decidan cuáles son las que van a los Goya?»

El actor, director y guionista viajó a Asturias para presentar su último film, La Deuda. / miOviedo

Saltó a la fama para el gran público como Roberto, el eterno novio de La Pija en Aquí no hay quien viva. Entonces encarnaba a un niño grande. Un veinteañero apegado a los cómics y a la inmadurez; torpe y, sobre todo, buena gente. Y en esto último es donde conectan personaje y actor. Daniel Guzmán (Madrid, 1973) no ha perdido la picardía en la mirada, pero ahora, pasados los cincuenta, en su discurso resuenan ecos de media vida de lucha. No en cuarteles, claro. Pero sí partiéndose la cara delante y detrás de la cámara. Este lunes viajó desde la capital hasta Oviedo para presentar en los cines Embajadores Foncalada su última película, La deuda. La última, dice él mismo, porque no habrá más. O al menos no así. “¿Por qué no voy a hacer más? Porque no tiene sentido estar cuatro años para que estén dos semanas en taquilla. Y para que cuatro medios, cuatro periodistas especializados, decidan qué película tiene que estar en los premios y cuál no”, confesaba en entrevista a miOviedo en la que, como es habitual en él, no esquivó ninguna bala.

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Esos cuatro años fueron los necesarios para sacar adelante una película valiente, con “mucha verdad”, como reconocía un siempre polémico Carlos Boyero, rendido a un film que retrata a un antihéroe metido a héroe —y viceversa—. En el trasfondo, Dani, como acabas irremediablemente llamándolo tras cinco minutos de charla, director, guionista y actor protagonista de la cinta, vuelve a tocar la relación con los ancianos. Y es que su dupla en esta película es junto a la nonagenaria Rosario García, “Charo”, actriz amateur fallecida el pasado mes de mayo a los 92 años. No es que su cine vaya de eso, de esa necesidad de conectar con las personas mayores. Es que su vida siempre lo fue. Compartió el cuidado de su abuela, con quien trabajó en su primer largo, A cambio de nada, y con la que se llevó el Goya a Mejor Dirección Novel. Por eso, esa mirada tierna y fuerte de mujeres mayores llena su cine. Porque también llena sus recuerdos.

La deuda, explica Guzmán, es la historia de un tipo que intenta conseguir dinero para evitar la pérdida de la casa de una persona vulnerable. “Lo entiendes, aunque tome decisiones erráticas. Yo no tengo una mirada ni moralista ni paternalista. No quiero juzgarlo, pero sí quiero entenderlo. La única manera de no juzgar a las personas es entendiéndolas”. Un thriller trepidante, que logra enganchar al espectador a lo largo de sus 115 minutos, y que es la excusa con la que narra el entramado de vidas en una ciudad que es Madrid, pero que pronto será cualquiera. Cualquiera en la que la gentrificación, las viviendas turísticas, los grandes tenedores y el alquiler de temporada expulsen sin piedad alguna a sus vecinos y, con ellos, a esa verdad que tanto busca el director en sus cintas. Un viaje a una distopía en el que todas las ciudades acabarán siendo la misma, aunque nosotros quizá nunca lo seamos.

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La reivindicación de que otra forma de hacer cine no es posible

Guzmán, en el coloquio tras la película este lunes en Cines Embajadores Foncalada. / miOviedo

“Madrid cada vez es más difícil, más insostenible», apunta el autor. «Todo está apostado a la rentabilidad, con derechos como la vivienda. Se rompe la cohesión social, desaparecen los pequeños comerciantes, las relaciones entre vecinos ya no se producen. Están desarraigando al individuo. Pierde sus raíces y sus referencias. Pero no solo pasa en Madrid, pasa en Valencia, San Sebastián, Barcelona, Sevilla… Es el propio neoliberalismo, el propio capitalismo. Se está perdiendo ese alma en todas las ciudades».

«La juventud ahora lo tiene mucho más difícil que yo. No tengo WhatsApp, y ni siquiera creo que haga falta tener móvil»

Un futuro sin nombre en las ciudades en el que, además, se vislumbra un giro hacia posiciones políticas ya olvidadas, lejanas de posturas democráticas. «Han impregnado todo de eslóganes y de titulares sin argumento. Que son los que calan en una población que carece de pensamiento crítico. O que intenta investigar solo con palabras como libertad. O frases como ‘dar la vida por la nación’. Cosas así medio absurdas. Pues calan. Y calan con la xenofobia, con la inmigración, con el machismo. La juventud ahora lo tiene mucho más difícil que yo, que viví sin un dispositivo. Lo experimenté y lo probé todo de manera física. No a través de una pantalla. Yo no tengo WhatsApp, y ni siquiera creo que haga falta tener móvil«. Pantallas, dice, que llenan de falsos mesías las notificaciones, «lo que llaman creadores de opinión… Esos son ahora los mesías. Y por eso es tan peligroso. Porque no hay muchas veces una preparación. Un código lógico. No hay una base. Y sin embargo, ahora, eso puede guiar a las masas».

Tras ver desfilar grandes actuaciones de Itziar Ituño, Susana Abaitua y, fugazmente, Luis Tosar, el fundido a negro final deja un silencio, el que pocas películas consiguen, en el que ningún espectador se atreve a moverse. Así sucedió ayer en los dos pases, repletos, en Oviedo. Un silencio que se vive siempre como la primera vez desde la butaca, pero que para el de Madrid no es nuevo. En cada proyección, cuenta, le pasa lo mismo. Es gratificante. Aunque duela haberse dejado los últimos años en un proyecto que, reconoce, nace muerto. “Es inviable hacer este tipo de cine. A todos los niveles: personal, económico, profesional. ¿Tú te tiras cinco años para que una película esté dos semanas en cartelera? ¿Y para que cuatro periodistas especializados decidan cuáles son las que van a los Goya? Lo único que pido es que mi película se defienda por sí misma. Todas las salas que he ido han estado llenas. El martes fue la segunda película más vista, y toda la semana ha sido la quinta. Si no hubiera diecisiete estrenos semanales, podrías aguantar un mes o dos. Con diecisiete estrenos, los borran. Solo sobrevive uno o dos. Es inviable”. ¿Y qué pasa con el futuro?, le pregunto. «Pues que como mi abuela me enseñó a ser libre seguiré haciendo lo que me dé la gana. Y no pasa nada».

«Que vengan a ver una película un lunes y se queden dos horas hablando. Eso vale más que cualquier premio«

Por eso, cuando dice que será su última película, no suena a pose ni a cansancio: suena a realidad. A alguien que ha peleado a contracorriente durante años y que, aun así, sigue hablando de cine con pasión: «Hay un tipo de cine que me ha dado pensamiento crítico, que me ha hecho ser mejor persona, que me ha humanizado, que me ha dado otros puntos de vista, que me ha cambiado. Y yo lo sé, que lo que es importante es necesario. Para mí el cine es vital, pero yo ya no puedo seguir haciendo cine».

Hablando con el público, en el coloquio posterior, alguien le preguntó por la culpa, esa otra protagonista de la cinta. Guzmán sonrió. “Bueno, ¿qué nos pasa? Todo nos… La culpa está. Es intrínseca. Está en nuestro imaginario, en nuestro ADN, por un tema social, cultural y religioso. Naces con ella. Según la religión cristiana, la vas desarrollando. Está en tu educación, en la moral, en los buenos y los malos, la redención, la doble moral de las religiones”. Ya en entrevista con miOviedo completó aquel discurso: “Las religiones son muy graciosas porque tienen una doble moral. Tú puedes hacer lo que quieras: ser infiel, matar, robar, desear a la mujer del prójimo… pero si rezas los padres nuestros y me lo cuentas, te salvas”. En su película, la redención no viene de los rezos, sino del intento, a veces torpe, a veces desesperado, de reparar el daño.

«Mi abuela me enseñó a ser libre. Seguiré haciendo lo que me dé la gana»

El público de Oviedo no quería dejarle ir. Las preguntas se sucedían, y Guzmán respondía con esa mezcla de lucidez y desencanto que le caracteriza. Había humor, había rabia y, sobre todo, había honestidad. La deuda parece cerrar un ciclo. A la salida, un buen puñado de espectadores le felicitan. Y le cuentan, también, que a veces el cine, en este caso el suyo, es lo que los salva. No es poco. Aunque para alguien que está convencido de haberse dejado los últimos años en un proyecto que no brillará como debiera, quizá. No por falta de calidad, sino por decisiones ajenas a él mismo. De ahí viene esa pelea de Guzmán, “el más tonto del audiovisual español”, se dice, por sacar esa verdad de dentro y haciéndolo tirando muros mucho más altos que él.

Antes de despedirse, miOviedo le pregunta qué se lleva de la ciudad. “La cercanía de la gente”, respondió sin dudar. “Que te escuchen con respeto. Que vengan a ver una película un lunes y se queden dos horas hablando. Eso vale más que cualquier premio”.

La deuda se proyecta actualmente en Yelmo Cines Los Prados, Cinesa Parque Principado y Cines Embajadores Foncalada en Oviedo. Y en Cines Ocimax en Gijón.

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