A punto de completar su primer y único mandato, este estudiante de Historia Contemporánea tira de su experiencia y de la proximidad del final de su ciclo para analizar los aciagos tiempos que a los jóvenes asturianos les está tocando vivir
Corren tiempos sombríos para los jóvenes asturianos. Probablemente el lector promedio esté harto de leer, escuchar e, incluso, apartar de su mente esa máxima, en cualquiera de sus múltiples variantes, pero eso no le resta ni un ápice de verdad. La incertidumbre del mercado laboral, la precariedad salarial, el vertiginoso aumentos del precio de la vivienda, una dinámica climática cada vez más inquietante, un deterioro de los equilibrios internacionales in crescendo… En fin, entre los más mozos de la sociedad actual no abundan las razones para preservar un optimismo sólido. Algo de lo que Daniel Sierra Suárez (Salinas, 2001) puede dar testimonio, directo y ajeno, pero fiel. Dos años después de que, en febrero de 2022, asumiese la presidencia del Consejo de la Juventud del Principado (Conseyu de Mocedá d’Asturies), este estudiante de Historia, próximo a iniciar su doctorado en Historia Contemporánea, tiene ya muy presente cuándo llegará al final de esa carrera representativa. Será el 29 de junio, en Mieres; el mismo día en que se presentará en asamblea la candidatura de consenso que le relevará del mando. Porque Sierra tiene claro que no continuará al frente del Conseyu, y por decisión propia. Decidido a centrarse en concluir su formación académica, estancia en Italia el año que viene mediante, este castrillonense aprovecha la clarividencia de la experiencia acumulada en este tiempo, y la tranquilidad que proporcione estar a las puertas del fin de una etapa, para reflexionar sobre esa aciaga realidad que los jóvenes de la región deben encarar… Pero en la que, por supuesto, no faltan algunos potentes rayos de esperanza.
Es cuestión de apenas un mes que cruce la línea de meta de su periplo al frente del Consejo. ¿Lo hará con buen sabor de boca?
Diría que un poco agridulce. Ha sido un mandato muy centrado en lo interno porque, cuando llegué, había algunos problemas de personal. De cinco personas que el Consejo debería tener trabajando, dos se fueron con contratos relevo de seis meses cada uno, hubo bajas, el coordinador de actividad solicitó el cambio a otro puesto en el Principado… Me vi un poco empantanado. Por suerte, todo eso está solucionado, y el Consejo tiene por delante, como mínimo, tres años de estabilidad. De hecho, ahora estamos acabando el reglamento de organización y funcionamiento interno, que la ley nos obliga a tener, pero que en el mandato anterior no se había hecho. Mi objetivo es dejárselo cerrado a la próxima comisión permanente, para que se pueda centrar más en proyectar el Consejo hacia fuera.
Habla como si el no poder haber llevado a término ese último objetivo, el haber tenido que centrarse en poner orden en casa, le pesase…
Personalmente, he tenido momentos de mucho estrés en el Consejo. Muchas reuniones, tener que compaginarlo todo con los estudios, tener la sensación de que no vas a llegar… Y deberíamos hacer más cosas, ser más proactivos, pero nos está costando. Al fin y al cabo, hay que reordenar internamente para poder avanzar.
En términos de representatividad, y teniendo presente que se trata de un organismo cuyo impacto real ha sido puesto en tela de juicio a menudo, ¿cómo ha evolucionado el Consejo desde su llegada?
Al final, el impacto del Consejo siempre parece estar en entredicho, porque está eso de que es algo que muchos jóvenes no conocen. Quizá en Gijón ocurre menos, porque en el Conseyu de Mocedá de Xixón pasan muchas cosas: consultar frecuentes, el intercambio de libros en verano, temas de vivienda… Ahora bien, a escala asturiana, en cuanto a programas de impacto, creo que nos encontramos mejor. El haber estabilizado esa parte de personal favoreció que saliesen muchas cosas, ‘Ni ogros, ni princesas’, que es nuestro programa estrella, sigue funcionando perfectamente, hemos suscrito acuerdos con la Universidad de Oviedo… Y, luego, uno de los proyectos más bonitos que se han hecho es el club de lectura en el módulo femenino del Centro Penitenciario. Cuando se hace política, parece que olvidamos que las personas privadas de libertad tienen derechos y unas necesidades que, muchas veces, no se cubren. En fin, que, cuando se presente el informe de actividad, va a sorprender todo lo que se ha hecho.
Efectivamente, para haber tenido que poner orden en su organigrama interno, no parece poco… ¿Qué quedaría pendiente?
La espinita clavada es hacer encuentros de juventud como tal. Yo, que soy historiador, hace meses estuve mirando los archivos del Consejo, y encontré un periódico de los 80 y 90 llamado ‘Tropo’. En sus artículos veíamos lo de las Escuelas de Seronda, que ofertaban 150 plazas, y siempre se quedaban cientos de personas fuera. Vale, los tiempos han cambiado desde entonces, pero organizar algo así es lo que me queda un poco pendiente. De todos modos, por en medio está la maravillosa Ley de Contratos de la Administración Pública, que ralentiza una barbaridad todos los procesos, pero bueno… Contra eso sí que no se puede luchar.
¿Confía en que su sucesor sigua esa estela que usted ha trazado, y que lleve a término ese objetivo en el tintero?
Sí. A partir de junio creo que el equipo que llegue puede tener perfectamente la capacidad para sacar adelante este tipo de cosas, con el Consejo de la Juventud de España, y en coordinación con los Consejos locales.
Se afirma a menudo que el asociacionismo vive cierta fase de decadencia, especialmente entre los jóvenes. Sin embargo, también parece que asistimos al periodo de mayor compromiso colectivo de la juventud ante determinadas causas, como la guerra en Gaza, la emergencia climática, el feminismo… ¿Percibe que haya un problema real en ese sentido? ¿Una contradicción, tal vez?
El diagnóstico que hago es que, obviamente, está habiendo un cambio de las relaciones, y también de los intereses de cómo usamos nuestro tiempo libre. Estamos en un momento en el que los tres movimientos sociales hegemónicos, que son el cambio climático, el feminismo y la defensa de los derechos LGTBIQ+, no se organizan de la misma manera que se organizaba el movimiento obrero en los 80, o ciertos movimientos juveniles y estudiantiles. Y también detecto una cosa: en momentos puntuales, esas causas pueden recibir mucha afluencia de gente, al calor de noticias como la de La Manada, el 8M, el Día del Orgullo… Pero luego las personas que participan no se organizan en asociaciones formales, como en el pasado.
O sea, que apunta a algo sistémico…
Esto tiene que ver con un modelo al que, en general, deberíamos darle mucha vuelta. Llevar cualquier papel al Registro es una odisea; cuando quise fundar una asociación de estudiantes en el IES de Salinas, me dijeron que qué era eso de que un estudiante fundase una asociación… Dicho esto, tampoco creo que la gente joven esté menos implicada. Ahora, con el tema del genocidio en Gaza, vemos cómo resurge en la Universidad de Oviedo un movimiento más o menos fuerte, tras años dormido. No tiene la fuerza de Madrid o Valencia, pero está atrayendo a gente. Y, al final, pienso que la movilización es cíclica. En España y en Asturias hay movimientos, como el del 15M o las asambleas mozas, que están decayendo, pero que, en un futuro no muy lejano, volverán.
¿No cree, entonces, que estemos asistiendo al final de ese movimiento asociativo?
Mira, en ‘Tropo’ uno de los artículos de cierto presidente del Consejo de entonces era sobre la crisis de participación del movimiento juvenil. Llevamos así treinta años y, obviamente, entonces había más actividad, pero sigue existiendo algo de lo que debemos tirar.
Bajemos a la masa crítica del Consejo. ¿Qué es lo que más quita el sueño a los jóvenes asturianos ahora, mediado el año 2024?
En general, los principales son la vivienda y el trabajo de calidad, con sueldos dignos, que son cuestiones que van de la mano. Es algo en lo que el Consejo siempre ha trabajado mucho, aunque para mí la vivienda debería ser un derecho fundamental, al nivel de educación o de la sanidad y, por tanto, debería estar fuera del mercado. De hecho, diría que es más importante la vivienda que la educación, porque toda persona necesita un techo bajo el que vivir, donde poder crear su proyecto vital. Cuando te vas de casa de tus a los veintinueve años, ese proyecto se retrasa mucho. Es algo que está relacionado con la cuestión demográfica. No podemos negar que hay un cambio cultural y que mucha gente no quiere tener hijos; el problema es aspirar a tenerlos, y no poder.
Eso, en cuanto a la vivienda, pero está ese segundo foco de inquietud: el empleo, otro gran foco de frustración entre su colectivo…
Pues sí, y es una frustración que parte de no encontrar un trabajo de lo tuyo. Sinceramente, me parece que hemos sobredimensionado mucho la universidad; ahora todo el mundo quiere ir a ella. Yo, por ejemplo, veía gente en mi clase estudiando Historia y, por las actitudes de algunos compañeros, pensaba «Cuando acabes, no te vas a poner a estudiar unas oposiciones; tampoco vas a sacar un doctorado, que son las dos salidas principales. Entonces, ¿qué vas a hacer?». Es como que no estás rentabilizando esos años. Podrías estar cursando una FP de algo que te guste; yo mismo lo pienso a veces. Así que sales de la universidad con el deseo de trabajar de lo tuyo, pero el mercado laboral actual no tiene la capacidad para absorber a todas esas personas. ¿Cuánta gente se gradúa en Derecho anualmente? ¿Unas 250 personas sólo en Asturias? ¿Hacen falta tantos juristas a nivel nacional todos los años?
¿Es consciente de que los defensores del «Estudia lo que te guste» quizá tengan problemas para asimilar ese razonamiento?
A ver, tampoco es que la universidad deba responder a esa visión mercantilista de que estudias para trabajar. Muchos estudiamos la carrera porque nos gusta. Aparte, creo que también tenemos una universidad que no se relaciona con la comunidad autónoma de la mejor manera que podría. Y, en cuanto a los trabajos, se confía mucho en la industria, y demasiado en la cuestión del turismo. Veíamos hace poco en Madrid carteles de ‘Ven a Gijón a comprar tu segunda vivienda’, cuando prácticamente es imposible poder emanciparse. Por no hablar del paso del AVE por Mieres esta semana, con la gente aplaudiendo; aquello parecía ‘Bienvenido, míster Marshall’. Tenemos que aprender a conjugar. Ojalá se apruebe esa Ley de Deslocalización para que el tejido industrial se quede en Asturias. Los trabajadores de ese sector tienen mejores condiciones y salarios que quienes están en turismo, o en hostelería.
Parafraseando a Humphrey Bogart en ‘Casablanca’, «Siempre nos quedará la industria»…
Sí pero, insisto, también necesitamos diversificar nuestra actividad económómica. Aquí, en Asturias, todavía tenemos cierto privilegio, con un peso industrial relativamente alto, pero mucha gente sale de la universidad, de estudiar carreras muy técnicas, y en otras zonas de España, o de Europa, puede tener unos salarios que en Asturias ni soñaría. Es verdad que el nivel de vida es distinto al de Madrid u otras naciones, y que en los últimos años está viniendo mucha gente joven a Asturias, más de la que se va. Ahora, lo que nos hace falta es creerlo. Asturias tiene muchas osas que ofrecer, más allá de todo eso del refugio climático, que me parece una pifia total por los problemas que nos traerá. Lo que sí necesitamos es una mayor oferta cultural. Vemos Málaga, que es a donde más gente joven está yendo, y tiene una tasa de paro juvenil más alta que Asturias, pero una propuesta cultural rica. Tenemos que preguntarnos, más allá de vivienda y el empleo, qué hace que los jóvenes vayan a zonas en las que puede tener menos oportunidades que Asturias. Ahí entra en juego el dinamismo.
¿Y piensa que ese dinamismo aquí, en el Principado, falta?
Creo que sí. Muchas ofertas son a nivel municipal, y pienso que al Ayuntamiento de Oviedo debería pintarle la cara que Mieres, con una población mucho menor, tenga una programación mejor y atraiga a artistas que no están yendo a la capital. Esa hambre de más cosas existe. Tenemos un ocio y una oferta cultural completamente mercantilizada. Mira, eso es algo sobre lo que también queremos trabajar en el Consejo, elaborando un estudio sobre los espacios que tienen los jóvenes para disfrutar. Llega una edad, de los catorce a los dieciocho años, en que ya no estás en los parque, pero tampoco tienes ese espacio al que ir; sólo te quedan los bares. Eso nos parece un tema preocupante, porque es prácticamente imposible salir de casa sin gastar dinero.
¿Qué tal han sido sus relaciones con Adrián Barbón, presidente del Principado, durante estos dos años al frente del Consejo?
Creo que, en general, han sido buenas. Es la primera vez en muchos años que un presidente del Consejos se reúne con uno del Gobierno autonómico y, además, a petición suya, al poco de que yo empezase el mandato. Por su parte, siempre hemos tenido la mano tendida. Es cierto que ha habido puntos de tensión, como cuando se publicó la guía del sexting, pero tratamos de resolver el problema internamente, y recibimos una llamada de Barbón por la que le estamos muy agradecidos.
¿Y qué decir del Ayuntamiento de Gijón, a tenor del regreso de la derecha al poder municipal y, en sus primeros meses, en alianza con Vox?
Reuniones como tal con el equipo de Carmen Moriyón no ha habido, pero siempre se ha dado la máxima cordialidad. Es más, el Consejo ha venido a varias ruedas de prensa y actos, porque hay proyectos que se hacen con el Conseyu de Xixón y con el Ayuntamiento en los que participamos nosotros. Esperamos que en estos tres años de mandato que quedan en la ciudad esa relación entre Consejo y Foro sea como la que hubo en sus anteriores periodos en el Gobierno, que no fue especialmente mala. Al final, es beneficioso para todas las partes.
Ya que hablamos de Gijón, la elección de la nueva directiva del Conseyu de Mocedá estuvo envuelta en cierta polémica. Desde Juventudes Socialistas se denunció una excesiva politización de la cúpula, una continuidad en el tiempo de la influencia de Izquierda Unida… ¿Qué le parecieron aquellas acusaciones?
De entrada, me parecieron poco estratégicas. Al final, cualquier entidad puede tener la opinión que quiera sobre los consejos internos, que el cambio se podía hacer una manera u otra… Pero salir en prensa con polémicas de ese tipo, y a la vista de la situación política que se está viviendo en Gijón, me parece poco afortunado. Dicho esto, creo que las personas que participamos en el movimiento asociativo nunca estamos sólo en una entidad. Y también me parece desafortunado porque Yurena Sabio es una persona, primero, que no está afiliada a Izquierda Unida, y segundo, que, aunque lo estuviera, la doble militancia existe, y la estructura de Juventudes Socialistas, si no me equivoco, la fomenta.
Entonces… ¿Aquel señalamiento por parte del Juventudes Socialistas careció de fundamento?
Lo que se comentó en aquella asamblea, que fue muy tensa, por cierto, es que la Constitución nos da a todos la libertad para afiliarnos al partido político con el que más nos identifiquemos. Para mí, si Yurena hubiera estado afiliada a Izquierda Unida, tampoco habría sido un problema. Al final, la, dinámica que debemos tener es que puedes tener la opinión política que quieras pero, cuando estás en el Consejo, defiendes al Consejo. Muchas veces debo defender cosas, o abordar temas, con los que puedo no estar de acuerdo, pero sé cuál es mi puesto.
Poco después de aquella problemática miGijón entrevistó al presidente de Nuevas Generaciones en Gijón, Carlos Álvarez, quien reconoció que su organización, aun formando parte del Conseyu de Mocedá, es poco activa en él, al considerarlo demasiado tendente a la izquierda. Eso genera una duda de más amplio espectro… A efectos de pluralidad, ¿está en Consejo de Juventud de Asturias preparado ante la posibilidad de que, en tres años, sea el PP el que asuma el Gobierno del Principado?
El Consejo es un órgano autónomo, y las actividades, dentro de nuestras posibilidades, las seguiremos llevando con autonomía. Es verdad que muchas tienen un claro sesgo progresista, pero puede que haya una explicación. Muchas veces se acusa a las organizaciones de izquierdas de ocupar los Consejos, y esto viene más de una progresiva desaparición de organizaciones juveniles de derechas. Ellas tendrán sus motivos para abandonarlos, pero la consecuencia inmediata es que haya más organizaciones progresistas y, por ende, que su sesgo sea ese. A partir de ahí, creo que el Consejo está preparado para afrontarlo. Al final, el trabajo técnico lo hacen profesionales, que lo seguirán haciendo exactamente igual gobierne le que gobierne. En cuanto a presupuestos, somos completamente transparentes, así que… Será cuestión de reunirse con quien salga de las urnas entonces.
Y hablar de un eventual cambio de siglas al frente de la Junta General exige sacar a colación otra cuestión: la de la oficialidad del asturiano, con la que el Consejo siempre ha estado a favor. Hace escasas semanas Barbón prometió «llegar hasta el final» antes de que concluyese esta legislatura. ¿Confía en que se cumpla aquella declaración?
Como bien dice, la posición en ese sentido es clara y meridiana: estamos a favor de la cooficialidad. Ni amable, ni agresiva; cooficialidad sin más. No hay que ponerle adjetivos. Por ejemplo, oficialmente somos ‘Consejo de la Juventud del Principado’, pero el título que utilizamos es ‘Conseyu de Mocedá d’Asturies’. Las personas que estamos en la comisión permanente tenemos unas opiniones uj otras al respecto, pero en el Consejo defendemos lo que las entidades aprobaron en las pasadas asambleas, y esa línea no ha cambiado. ¿Si pasará, por fin, antes de que Barbón agote este mandato? La legislatura pasada fue una oportunidad única y perdida. No creo que se trate de si fue culpa de Izquierda Unida por abandonar la mesa de diálogo, si fue de Foro por proponer otra cosa… Ninguno de los cuatro partidos que sumaban y que, en principio, estaban a favor supieron estar a la altura, y creo que se viene un momento en el que o el PP y sus afiliados acaban abrazando y apoyando la oficialidad, o no la vamos a ver hecha realidad en muchos años.
Ahora que le quedan semanas para concluir su ciclo como responsable del Consejo, ¿cuál sería su reflexión final?
Que los jóvenes estamos en un momento muy malo. El otro día salía el Banco de España diciendo que los menores de 35 años tenemos nula capacidad de ahorro, y eso es una realidad. Sumemos eso a todo lo demás que estamos viviendo. Y, luego, a mí me molesta especialmente el paternalismo. Gente de cuarenta, de cincuenta o de sesenta años que te habla de que, en su época, la situación tampoco era mucho mejor, pero ves los datos, y ambas realidades son completamente distintas. Vale, tampoco debemos romantizar el tema de la vivienda; nuestros padres se endeudaron, hubo una burbuja inmobiliaria… Pero vemos cómo han evolucionado los salarios y el precio de la vivienda, y para ellos era más fácil comprar de lo que probablemente sea para nosotros jamás. Yendo más atrás, incluso nuestros abuelos, pese todo lo que sufrieron, vivieron en una época más de certezas. Muchas veces si entrabas a trabajar en una empresa, sabías que, a menos que quebrara, era fácil que acabaras jubilándote allí. El trabajo era como un hecho identitario; se era carpintero, o soldador, y probablemente siempre se iba a ser eso. En cambio, yo he estudiado Historia, y no tengo muy claro qué seré en unos años.
¿No alberga una pizca de esperanza en una mejoría, al menos?
En el fondo, me gusta ser optimista, aunque a veces me cueste. La situación mejorar, pero dependerá mucho de los equilibrios políticos, de las tendencias nacionales e internacionales, de ver qué situación queda en Europa cuando la guerra económica entre Estados Unidos y China se recrudezca… Al final, nos gusta pensar que lo que pasa en Asturias depende sólo del Gobierno de Asturias, y debemos entender que estamos inmersos en cuestiones más amplias. El problema de la demografía no es sólo de aquí. León, Zamora, Salamanca, Lugo o Pontevedra también lo sufren. No podemos pensar que sólo con lo que se haga en Asturias la situación va a cambiar.