«La derecha lleva usando los símbolos de manera partidista desde hace muchos años, demasiados, y usan la bandera metida en una mochila ideológica y política, entendiendo nuestro emblema como expresión de su manera de entender el patriotismo»
Artículo 4 de la Constitución Española: “La bandera de España está formada por tres franjas horizontales, roja, amarilla y roja, siendo la amarilla de doble anchura que cada una de las rojas”. Debemos quedarnos bien con este artículo de la Carta Magna cuando hablamos de la bandera de nuestro país. El artículo no establece el escudo que engalana nuestra enseña, quedándose solo en colores y de franjas, no siendo hasta 1981, por Real Decreto, cuando fue aprobado el blasón que ocupa parte del lugar central. Ese gran matiz, a mi modo de entender, fue el que conllevó que, durante años, pudieran haber existido opiniones contrarias a nuestro estandarte, pues este tenía la misma estructura que la bandera de la dictadura franquista. A diferencia de otros países que cambiaron su enseña al alcanzar regímenes democráticos, con el fin de no recordar el triste pasado, la bandera española se basa en la elegida por el rey Carlos III para diferenciar nuestros navíos de otros y conservada por Franco en la época más negra de nuestra historia reciente. En cárceles engalanadas bajo el color rojo y amarillo murieron personas que lucharon por la libertad o fueron torturadas por ¡una, grande y libre! bajo la misma tonalidad. No obstante, al igual que muchos otros aspectos cosidos durante la Transición, es nuestra bandera. Es símbolo de nuestra nación y, por lo tanto, no es propiedad de nadie, es de todos.
Desde Alianza Popular, cuyo principal impulsor fue Manuel Fraga Iribarne, ministro franquista, relegado por Carrero Blanco en la dictadura, apóstol del centro en los inicios de la Transición e identificado, quizás injustamente, más viendo lo que vemos hoy, de la derecha más salvaje, hasta el Partido Popular de Feijoo, el uso de nuestra bandera estuvo ligado a sus reivindicaciones políticas de manera constante. Las manifestaciones contra los derechos de las mujeres en lo concerniente al aborto o las protestas contra el matrimonio homosexual son claro ejemplo de ello. Concentraciones contra los derechos de las personas en donde había banderas españolas, como si aquellas mujeres que quisieran abortar o aquellas otras que amaban o follaban con personas del mismo sexo no tuviesen la misma bandera, no se sentían identificadas con los colores constitucionales, no quisieran a España.
La derecha lleva usando los símbolos de manera partidista desde hace muchos años, demasiados, y usan la bandera metida en una mochila ideológica y política, entendiendo nuestro emblema como expresión de su manera de entender el patriotismo. Esa forma de utilización de los símbolos de todos y de todas solo puede tener un fin: intentar construir batallas absurdas para llevar a la separación y la polarización, lugar en donde la derecha y la extrema derecha, cada vez con menos diferencias, se sienten como peces en el agua. Es tal el amor que sienten a su uso ideológico, tal su apropiación indebida, que no les importa que nuestra bandera, la que une a los españoles, esté junto a estandartes preconstitucionales, como ocurrió en Colón, allá por 2019, en donde, al lado de VOX, estaba nuestra alcaldesa codeándose con la ultraderecha sin sonrojo. Las banderas de la misma ideología que la esvástica nazi se ven en las manifestaciones del Partido Popular, se ven en las de VOX y se vieron en Colón con FORO, sin que ningún dirigente las mande callar.
La izquierda tiene una bandera, tiene franjas rojas y amarillas y un escudo. Estamos orgullosa de ella porque estamos orgullosos de un país. Un país construido entre todos y entre todas, pero mirando a las personas, mayoritariamente, por la legislación que garantiza derechos impulsada por los gobiernos socialistas. Tan solo voy a enumerar las leyes aprobadas en la última legislatura: Ley de protección de los derechos y el bienestar de los animales, Ley por el derecho a la vivienda, Ley de pesca sostenible, Ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos de las personas LGTBI, Ley de Empleo, Ley de garantía integral de la libertad sexual, Ley que modifica la Ley Orgánica 10/1995 del Código Penal para penalizar el acoso a las mujeres que acuden a clínicas para la interrupción voluntaria del embarazo, Ley de mejora de la protección de las personas huérfanas víctimas de la violencia de género, Ley de Memoria Democrática, Ley para la igualdad de trato y no discriminación, Ley de protección de los consumidores y usuarios frente a situaciones de vulnerabilidad social y económica, Ley de protección integral a la infancia y la adolescencia frente a la violencia, Ley de regulación de la eutanasia, Ley por la que se establece el ingreso mínimo vital, Ley por la que se reforma la legislación civil y procesal para el apoyo a las personas con discapacidad en el ejercicio de su capacidad jurídica, Ley de medidas urgentes en materia de protección y asistencia a las víctimas de violencia de género, Ley de Educación, Ley para la erradicación de la esterilización forzada o no consentida de personas con discapacidad incapacitadas judicialmente. Dieciocho leyes aprobadas que garantizan derechos, muy por delante de las siete, con el mismo fin, de la última legislatura del Partido Popular. Eso es patriotismo, eso es amor a la bandera, eso es sentimiento por los y las españolas.
El amor a una bandera no es tratar a sus ciudadanos como infantes diciendo “pequeños hilitos de plastilina” de 2002, con el gobierno del Mariano Rajoy, “entran por donde entran y salen por donde salen” o “son aptos para uso alimentario” como dice la Xunta sobre los pellets que contaminan nuestros mares y comen nuestros peces. El amor a una bandera es proteger a los y las ciudadanas ante una crisis sanitaria y económica mundial, debido al COVID-19, y no desamparar a la población tras el estallido de la burbuja inmobiliaria. El amor a una bandera es que las personas puedan enterrar a sus abuelos y no desconocer en qué cuneta se encuentran. El amor a una bandera es cuidar de los mayores intentando que mantengan su poder adquisitivo y no empobrecerlos subiendo las pensiones el IPC, siendo, el último gobierno del PP, el periodo que menos se incrementaron las retribuciones de las jubilaciones en España. El amor a una bandera es dotar de fondos a la Ley de dependencia y no dejarla languidecer entre irrisorios presupuestos. El amor a una bandera es subir el salario mínimo interprofesional a los 1.134 con el Partido Socialista Obrero Español y no anclarlo en 735 euros con el Partido Popular. El amor a la bandera no es solo un trapo ondeando, por muy grande que este sea, el amor a la bandera es el amor a una patria, a sus ciudadanos y ciudadanas, a su cultura, a su historia, a su idiosincrasia. Algunos partidos pueden pedir un mástil que toque los cielos y una enorme superficie roja y amarilla, quizás es por tapar sus carencias.