Nombres de calles: ¿Tienen razón quienes opinan que el ayuntamiento mejor ponía los esfuerzos en otros menesteres?
«Lo que sobran son nombres sin carga ideológica para evitar que un alcalde pierda el tiempo litigando, para que un vecino pierda el tiempo o un negocio un cliente»
He escuchado al alcalde de Oviedo, Alfredo Canteli, decir lo siguiente: «No hubiese cambiado ni unas calles -las cambiadas por el tripartito– ni las otras -las ahora repuestas- porque Oviedo tiene cosas mucho más importantes que abordar. Además, la verdad absoluta no existe y en este caso el Principado tampoco la tiene».
Estoy de acuerdo con el alcalde en dos cosas: los ayuntamientos tienen cosas más importantes que hacer y la verdad absoluta no existe. Por eso mismo, Canteli debería hacer caso a la opinión de los cátedros de la Universidad de Oviedo (institución ponderada y reconocida por el regidor de la capital cada vez que la menta). «Dar nombre a calles, plazas y edificios públicos es uno de los métodos más extendidos para crear conciencia del pasado histórico». La cita de Walther Bernecker y Sören Brinckmann es una de las máximas que incluye el informe del departamento de Historia de la Universidad solicitado por el Principado para demostrar que el callejero ovetense «es un lugar de memoria franquista». Nada que decir ante una verdad que el caso de Oviedo sí es absoluta, entre otras cosas porque los alcaldes de los 78 municipios asturianos saben que tienen la obligación de eliminar las denominaciones franquistas de los callejeros, según estipula la ley regional de Memoria Histórica.
Miremos ahora a Gijón. El equipo de Gobierno ha decidido que la indecencia fiscal y tributaria del que durante casi cuarenta años fue Rey de España, Juan Carlos I, le convierten en indigno para dar nombre a una de las principales avenidas de la ciudad. Por el contrario, consideran que el primer alcalde de la democracia, José Manuel Palacio, reúne todas las condiciones necesarias para ocupar un lugar destacado en el callejero de la ciudad.
Una vez más, nos enfrentamos a lo de las verdades absolutas. ¿Tienen razón los que defienden que un ex rey defraudador exiliado en Abu Dabi con gastos pagados por su ex reino no tiene derecho a títulos, reconocimientos, honores, calles o avenidas? Pues claro que la tienen. ¿Tienen razón los que se preguntan por qué han tenido que pasar dieciséis años desde la muerte de José Manuel Palacio para reconocerle el esfuerzo realizado para intentar cambiar la cara de una ciudad entonces oscura y plena reconversión? Pues también la tienen. ¿Tienen razón quienes opinan que el ayuntamiento mejor ponía los esfuerzos en otros menesteres? También. Y, por último: ¿tienen razón los vecinos y comerciantes de la ya ex avenida Juan Carlos I para quejarse del lío burocrático y de papeleo que les supondrá para sus domicilios y negocios el cambio del nombre de la avenida en la que viven o trabajan? Por supuesto.
Conclusión. Como las verdades absolutas no son ciertas, creo que ha llegado el momento de que de una vez por todas se establezca un criterio que elimine la arbitrariedad ideológica de los gobiernos de turno para que los nombres del callejero cambien según el color de quien mande en ese momento. ¿Cómo hacerlo?
En Nueva York, las principales calles se distinguen por proyectos arquitectónicos originales y están ubicadas de acuerdo con el diseño. 207 calles van horizontalmente y 11 avenidas son verticales. Las calles que están numeradas con números pares son de solo sentido este y las calles impares de sentido oeste.
¿Sería una opción para nuestra cultura? Difícilmente aceptaríamos que la calle Payaso Fofó o la Avenida de la Peseta pasasen a tener como nombre un número. Por eso en estos dos nombres que acabo de poner como ejemplo estaría, desde mi punto de vista, la solución al conflicto. No todos creemos en los mismos reyes, políticos, militares, conquistadores o héroes. Pero lo que sobran son nombres sin carga ideológica para evitar que un alcalde pierda el tiempo litigando, para que un vecino pierda el tiempo o un negocio un cliente. En todo caso, recordemos que la verdad absoluta no existe, pero la lógica y el sentido común son instrumentos muy valiosos frente a las ideologías, las intransigencias y los rencores.