En más de cuarenta años de democracia, la extrema derecha podía, por primera vez, llegar a formar parte del Gobierno, y España respondió. El país salvó una bola de partido con empuje, con democracia
Para aquellos y aquellas que sentimos el voto como un derecho fundamental y básico, ganado por los y las luchadoras por la libertad, ir a una cita electoral es un día de fiesta y también de intranquilidad. Los sondeos son tan solo estimaciones dilapidadas muchas veces ante la realidad escrita por la ciudadanía. Somos nosotros los que rompemos o reafirmamos las estimaciones, y, en esa incógnita ante barómetros fluctuantes, nos movimos durante este domingo.
Al no estar aquí, tuve que votar a través de Correos, esa empresa “tremendamente mal gestionada” que consiguió vencer uno de sus mayores retos en años: garantizar, a través de un servicio público, el voto, pilar de la democracia, a más de dos millones y medio de votantes, en números, toda la ciudad de Barcelona y Asturias. Y funcionó, vaya si funcionó. Debemos dar la enhorabuena a Correos y a todas las personas que han llevado a cabo la gestión y actuación durante estas semanas por un funcionamiento ejemplar. Ante este buen hacer, es intolerable que, horas después de cerrarse los colegios electorales, un candidato a la presidencia agradezca, en el balcón de la calle Génova “a todos los españoles que han intentado votar y que han tenido dificultades para hacerlo”. Me pareció, al oírlo, un comentario trumpiniano que emanaba efluvios conspiranoicos en una democracia consolidada. Una frase peligrosa que nuestra madurez como Estado impidió darle importancia.
Siguiendo en su discurso, Feijóo, en un alarde de estadista universal, optando a la presidencia del país, nos regaló, desde el balcón genovés, su primer compromiso al sentir las temperaturas que soportaron los componentes de las mesas: modificar la ley electoral con el fin de no realizar votaciones en el mes de julio y agosto. El sistema electoral lleva cuarenta y seis años sin modificarse, cuarenta y seis años de cambios sociales en España, cuarenta y seis años de diferencias demográficas, y la primera promesa de un candidato a presidente, tras la victoria en votos, se toma ante el calor electoral. Si de calor y colegios hablamos, podría haber prometido, en ese mismo momento, una inversión mínima en educación del 5% para, entre otras cosas, que, en Murcia, Andalucía o Madrid, no se lleguen a temperaturas no adecuadas para alumnado y docentes en los colegios durante los meses de junio y septiembre.
Calor y mesas deben casar mal para el señor Feijóo. Debería darse cuenta el Partido Popular que, en ayuntamientos y autonomías, está gobernando con negacionistas del cambio climático, personas que creen que el aumento de las temperaturas no es debido a la acción humana, gobernantes cuya política medioambiental se basa en su inexistencia. Es lícito el “básico” cambio propuesto por Feijóo, pero, siendo imposible ralentizar el deterioro de nuestro mundo de la mano de aquellos que acrecientan el problema, quizás terminaremos, más pronto que tarde, proponiendo no hacer elecciones durante la mitad del año
España se jugaba mucho el domingo. En más de cuarenta años de democracia, la extrema derecha podía, por primera vez, llegar a formar parte del Gobierno, y España respondió. El país salvó una bola de partido con empuje, con democracia, logrando frenar el ayer con una de las mayores tasas de participación de los últimos años. En verano, en día de playa, con los rescoldos todavía de unas elecciones municipales y autonómicas, la gente votó en masa sabiendo lo que se estaba jugando. Pedro Sánchez, de nuevo en un alarde de valentía y visión política, de riesgo y de verdad, se dejó examinar por las urnas, y no solo ganó, aumentó el número de votos gracias a un buen trabajo durante cuatro años que tuvo su reflejo en las urnas para, esperemos, seguir teniendo en España un gobierno progresista.
Gobernar. Me parece extraño que Feijóo no sepa que nuestro sistema electoral no elige al presidente, lo eligen los diputados y diputadas que configuran el Congreso. Sus palabras, en esa sede que empieza por B, me dieron a entender una deslegitimación de la Cámara, de sus componentes y de la Constitución, pues, según el popular, sería una anomalía democrática no votar al candidato de la lista más votada para formar Gobierno. Según él, esto podría llevar a un bloqueo de la economía e ir en contra de las inversiones españolas. Lo primero, no es anomalía, pues los diputados y diputadas ejercerán el derecho establecido por las urnas, derecho legitimado por la ciudadanía, para que voten acorde a sus mensajes realizados en campaña y su visión de país. Feijóo tuvo claro que gobernaría con VOX, por lo tanto, ya lo sabían sus votantes al depositar la papeleta. Y lo segundo, Feijóo recalca, a través de palabras titubeantes, que el miedo del bloqueo está ante lo importante: lo económico. Acorde a su visión de país, ninguna mención sobre el gran patrimonio que ha dado Europa al mundo: el Estado del Bienestar.
Volviendo a la anormalidad. Cuando se ampara en ella, lo justifica diciendo que todos los presidentes españoles lo fueron tras ganar, en votos, unas elecciones. La amnesia le impidió decir que, en otra normalidad democrática, pues la Constitución y el Reglamento del Congreso lo permite, en 2018, hubo una moción de censura al presidente Mariano Rajoy que llevó a la presidencia a Pedro Sánchez. En ese momento, el PSOE tan solo tenía ochenta y cuatro asientos en la Cámara, hoy ciento veintidós. Los representantes electos, con el poder que les confiere la Constitución, votaron ese día en contra de la corrupción, eligiendo, en sesión plenaria, al secretario general del PSOE como el séptimo presidente del país desde 1978. Lo hicieron como democracia representativa que somos, y España cambió. En ese momento, Pedro Sánchez no era diputado, hoy el Gobierno español es referente de políticas en Europa.
Referente lo es también nuestra Transición, que nos dio normalidad democrática pese a sus espacios sombreados. Siempre se valora de ella haber sido el lugar del diálogo, de cesiones, de peticiones y renuncias para favorecer el todos. Durante los años transcurridos desde entonces, acostumbrados demasiado tiempo al bipartidismo, parece que a algunos se les olvida la importancia del habla y la escucha, de los consensos que no la unanimidad. España es diversa como su Congreso, reflejando en él a los y las españolas. Dentro de esa riqueza social, territorial, histórica, se encuentra la política como la acción conjunta para generar acuerdos sin renunciar a ideales en el marco que establecen las Leyes y la Constitución. Feijoo nos dice que va a dialogar. Hágalo. Que va a escuchar. Escuche. Lo malo es que, cuando uno tiene amigos vestidos de verde, que se basan en el ayer, que eliminan libertades, que no quieren la igualdad, es muy difícil que quien se vaya a sentar con el líder popular no vea las patitas al lobo, pues los disfraces no tapan realidades. Pedro Sánchez también dialogará. Durante estos años ha mostrado esa capacidad, superando nuestro país situaciones tremendamente complejas. Escuchando y llegando a acuerdos para caminar juntos, con discrepancias, pero avanzando, con consensos acordes a la Constitución, pero garantizando la unidad de España y aminorando el conflicto territorial. La palabra, la herramienta de la política, no debe considerarse anormalidad porque algunos parezcan añorar el bipartidismo, excepto a la hora de pactar sillones con VOX.
Por último, me queda hablar de Ayuso. Bien pudiera ser que en la antesala de balcones se hubiese hablado de una vestimenta de tonos claros para una foto que se presumía histórica, pues en Génova predominaba el blanco, impoluto o roto. Olfateando la sangre, Ayuso se subió al balcón de rojo, el único ser colorido. La cara de la presidenta fue de un maquiavelismo magnífico, una estupenda interpretación de presente para el futuro. Ante la típica manifestación de alegría tapando las carencias, de palabras grandilocuentes minimizando los errores, Ayuso exteriorizaba su tristeza de una manera inusual en política tras unas elecciones, e inusual en ella. En las derrotas, y menos como esta, la sonrisa siempre prevalece, menos en la dama madrileña. Quizás le desagrade el olor a sangre, quizás, como a los niños, le duela el crecimiento de los colmillos.
no gano la ultraderecha, gano la ultraizquierda (para mi igual de malo) y la presidencia de Pedro Sanchez, que por mas que os empeñéis NO GANO, depende de un prófugo de la justicia PUIGDEMONT, verdaderamente creo que no hay ningún motivo para alegrarse
Si ahora mismo miras un mapa de España es de color azul. Si eliminas Pais Vasco y Cataluña Pedro Sánchez no habría gobernado estos últimos años. Por favor un respeto al voto de la gente, basta ya de «guerracivilismo»….¿Que has luchado tu por esos derechos si naciste a mediados de los 70???
Esa miedo a la derecha ya es muy viejo, desde el «doberman»….es muy cansino la verdad.
Lo triste es que Asturias con un millón de diputados y 7 diputados en el Congreso ( los mismos que tiene Bildu)no pinta nada en España y casa vez menos.
Bueno si que has luchado si….por el puestin en el PSOE.
Un millón de diputados no… jeje de habitantes