De estrenos y abandonos

«Que la realidad no te arruine una bonita historia. Menos aún si esa realidad va a costar 140.000 euros adicionales al millón que ya ha costado la obra»

(Texto y fotografías: A. Damián Fernández)

Sólo faltaba la alfombra roja. La alcaldesa, rodeada de sus leales súbditos, inauguró la nueva Avenida de El Molinón. El asfalto impecable y las sonrisas al viento, como quien acude victorioso a recoger un Óscar. Así se hacen las cosas, oiga, que para eso la obra nos ha costado un kilo. No se perdió el estreno ni Jose Carlos Fernández Sarasola, representante de Ciudadanos, cuya presencia apoya implícitamente la ejecución (nunca mejor dicho) de la Avenida de El Molinón.

La cobertura de la prensa recogía la felicidad de un equipo de gobierno que toma la gestión del pulmón verde de la ciudad como un éxito sin precedentes. Eso sí, las fotos al comienzo del paseo, no sea que los ciudadanos se den cuenta que la obra está lejos de estar terminada. Porque si uno se acerca a los aledaños del estadio de fútbol más anciano de España descubre que la rotonda donde termina el paseo sigue llena de escombros, grava, arena y maquinaria diversa. Y sin terminar. Que la realidad no te arruine una bonita historia. Menos aún si esa realidad va a costar 140.000 euros adicionales al millón que ya ha costado la obra. Una cantidad que contrasta con los 108.000 euros que estaban presupuestados en el proyecto inicial para el asfaltado total de la avenida. Un baile de números en el que cualquiera se perdería.

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Tampoco iba a arruinar la marcha triunfal el estado del resto del parque. Hace ya unas semanas os contaba cómo la podredumbre y el abandono reinaban a su antojo. Con la excepción de que se han limpiado las pintadas de la Casa de la Jardinería y que se ha colocado correctamente el cartel que estaba del revés, el parque sigue sumido en la decadencia. Parece que a la alcaldesa no le importa que un crío o un anciano puedan caerse a los estanques llenos de porquería mientras le saquen fotografías mostrando su felicidad. Al menos, eso sí, ya han retirado los restos de una valla que habían caído al estanque del Molino Viejo. Tampoco parece importarle el olor a podrido en esa misma zona, que sigue persistente en el ambiente. O que la cubierta que rodea los baños siga cercada por unas vallas de obra. En mi paseo por la zona pude cazar al vuelo una conversación entre un matrimonio con críos que estaban parados viendo las aves del estanque principal: “Qué pena que todo esté hecho una mierda”. Amén.

Por eso me cuesta tanto aceptar la nueva obra, justificada en gran parte por mentiras e incompetencias. La primera de ellas es aquella de ganar espacio para el peatón. Y es triste que, tras invertir más de un millón de euros, haya menos espacio para los viandantes. De 10 metros de anchura de aceras (cinco por cada lado), hemos pasado a 4,5 metros. Menos de la mitad de la que teníamos antes del despilfarro. La segunda es la manida necesidad de rebajar la contaminación ambiental. Si esta teoría fuera verdad, nos estarían obligando a dar un rodeo para llegar a tu destino para que el coche contamine menos. Porque es lo único que se ha conseguido con esta obra: entorpecer el ya caótico tráfico de la ciudad. Lo veremos este verano, ya libres de restricciones de movimientos y con la FIM funcionando.

Lo más preocupante de todo, sin embargo, son las palabras que el jueves el concejal-emperador ha lanzado en Onda Cero. El Cascayu (mote ya aceptado y utilizado por el Sire) está en un estado provisional y ya se están estudiando las obras para su remodelación permanente. Una amenaza que obvia, de forma premeditada, al amplio grupo de trabajo constituido en el Ayuntamiento y que aún está trabajando en las líneas maestras que deberá seguir una posible futura reforma definitiva en El Muro. Y mete miedo a pánico que el responsable de importar los atascos y la movilidad poco eficiente a la ciudad esté a los mandos de un proyecto tan importante para Gijón.