En La Corrada, el bardo mataba el hambre a la misma hora que Rafa Kas. Y a veces también se acodaba en la barra un sorprendente vaquero urbano que llegaba al bar montado en su caballo
Lo cantaba Joaquín Sabina y lo vivió a su lado un bardo mierense. «Fue en un pueblo con mar, una noche, después de un concierto». El pueblo con mar, pegado a Gijón, era el pueblo-barrio de Cimavilla. Y aquella noche, después del concierto, Sabina se perdió por los «abrevaderos» del barrio viejo, palmó al futbolín con el bardo y a la media docena de whiskies y chistes dejaron de contar y salieron a fumar a la puerta del garito con el fin de seguir tomando la temperatura a la oscuridad, entre risas. A cielo abierto fueron presas del silencio que les provocó una rata larga y astuta como un leopardo. La peluda aparición miró con desprecio a los dos borrachos antes de correr Vicaría abajo. Coleccionó el mierense ilustrado muchas madrugadas en Cimata. Interno en La Laboral para labrarse aquello que los despegados parientes llamaban futuro. Con trece años se coló en El Gallo disfrazado de grumete con ínfulas: pantalones de pana, grueso jersey de cuello alto y pipa apagada.
De esta guisa probó su primera Leche de pantera. Bebida que servían en el Mesón del Chino, El Gallo y El Castellano. Ya hablaban de aquel brebaje Manuel de Cimadevilla y Janel Cuesta, contaban la historia del creador del cóctel: Perico Chicote. Al parecer el sanguinario Millán-Astray pidió o exigió, como era su costumbre, al conocido barman un combinado para sus legionarios. Chicote decidió pasar por la batidora leche condensada con hielo, añadir ginebra a la mezcla y presentarla con canela por encima. En Cimavilla se servía en vasos de madera de cerezo, en El Gallo acompañaba a las tapas de lacón relleno y en el Chino, los más osados, empezaban por la leche de pantera, seguían con el sake y terminaban la tertulia y el tabaco tambaleando botellas de licor de lagarto.
Estudió durante años, el bardo, la cartografía nocturna de Cimata tanto o más que los libros de aritmética. Conoció a Manolo Carrizo y al Dúo Dinámico. Vio bailar a Lola Flores «de incógnito» en El Farol. Entonó «Eres, por tu forma de ser conmigo lo que más quiero» con Massiel, harta de cubalibres. En El Cóndor se emocionaba con Víctor Jara en la voz de Labordeta, lloraba en La Cabaña al cuarto bolero o a la quinta milonga. Y hoy sonríe recordando a La Keta, la inolvidable Keta que desafió a Julio Iglesias a gritos y de madrugada: «Si los tienes tírate en pelotas por la Cantábrica, vete a bañarte donde lavaban la picha los romanos». En La Corrada, el bardo mataba el hambre a la misma hora que Rafa Kas. Y a veces también se acodaba en la barra un sorprendente vaquero urbano que llegaba al bar montado en su caballo. Pedía bocata y cerveza aquel personaje digno de una película de Sergio Leone. Uno de cecina, tomate, orégano y aceite. O anchoas y queso. O tal vez salchichón, ajo y tomate. En Atocha las tardes de «fotosíntesis», café solo y gafas oscuras. Las noches sin derrota en El Escondite; escuchando a Leño, Ilegales o Surfin’ Bichos. Labios quemados por las pipas con sal en El Belfast. Dormitando en una esquina del Soho… Cuanta poesía derrochada en tres décadas y en compañía de Rita, el Abuelo, Loly, Paco, Isa, Mario y el Bígaro. Saciando amores de amanecida. Poniendo la firma a Cimata desde el Puente La Perra.