Xixón es constructora de personajes que, en sí mismos, son o serán leyenda
Las ciudades tienen esa vida propia construida por miles de historias entrelazadas que tejen, de manera infinita, un camino siempre inacabado. En nuestra villa marinera, como en muchas otras donde los motes y familias se unen en los bares y portales, existen personas, hilos dentro de esa masa conjunta, con la fuerza suficiente para perdurar en el imaginario colectivo. Figuras con acervo popular, recordadas a veces con una sonrisa pícara, cariñosa o burlona, pero inseparables por siempre de la historia gijonesa.
Xixón es constructora de personajes que, en sí mismos, son o serán leyenda. La coña marinera, la peculiaridad de las personas, transformándose paulatinamente en personajes, lo rasgos personales característicos que se exageran, o el indefinible carácter playu, moldean, a través de habladurías, anécdotas y crónicas, nuestros barrios. En esa historia popular fabricada por los más variopintos motivos, hay personas que traspasan el espacio temporal del ahora, configurando una creciente capa de sedimento sentimental compartido.
Toda esta reflexión viene dada por la coincidencia de tropezar, en muy corto periodo de tiempo, con dos célebres gijoneses: Macio y Mingote. Uno, bien estirado, intentando acompasar en sus finas piernas el lejano ritmo pugilístico que fluye en la cabeza. El otro, sentado en Campo Valdés junto a su inseparable bicicleta, estaría, seguramente, fabricando poesías y dibujos en su desbordante imaginación. Como dos antagónicos polos atrayentes, Dalmacio, boxeador con fama de conquistador, y Miguel, intelectual con cara pugilística, consiguieron que meditase sobre la personalidad de esta ciudad; guerrillera, chinchona, pícara, reivindicativa, cariñosa, popular, cercana, noble.
Los gijoneses y gijonesas huimos de los grises, buscando en los colores el hábitat natural que nos permite disfrutar de nuestra vida, dejando para los cielos el plomizo tono presente en el clima norteño. Nos movemos con mayor agilidad en el cuerpo a cuerpo, en la lucha dialéctica, en la opinión confrontada, más que en la sosegada y dócil convivencia aterciopelada con puñales escondidos bajo las togas. La nobleza no deserta de la bravuconería y, por ello, no nos dejamos amedrentar por instancias superiores, pues en esta tierra de jovellanistas la democracia se logra a base de la opinión compartida y comparada, nunca impuesta. En esa noble bravura, Xixón siempre salió a las calles, pues sabía que en ellas se encuentra la mayor de las fuerzas, la de cada una de las personas que las habita. Históricamente, luchó por los derechos, pues no se logran, se tienen, se defendió del porque sí, pues la única afirmación posible en una ciudad es la toma de decisiones junto a los habitantes que la forman, y basó su crecimiento en las personas, como centro móvil de su alma.
Mi niñez y adolescencia, y posteriormente mi adultez, estuvieron acompañadas de pelotas de goma por las calles, neumáticos bloqueando autopistas, pancartas, grúas ocupadas… todos ellos lugares de memoria del movimiento obrero que reflejan la manera de entender la convivencia conjunta, donde la voz y la escucha es necesaria para los acuerdos. Nuestra ciudad, alejada de la cultura de desobediencia, se ampara en la cultura de resistencia ante la incomprensión. Moreda a principios de los ochenta, los astilleros y El Natahoyo a finales de la misma década, o Mina La Camocha e IKE, son ejemplos de la lucha obrera como elemento catalizador de la unión entre la conciencia individual, la acción colectiva y la identidad como conjunto, para transformar el lugar donde uno se ubica. Lucha y movimiento por la igualdad social que forma la cultura de Gijón y la construye a base de un carácter ciudadano repleto de una dolorosa amalgama de reconversiones: minería, naval, acero y textil, y de la alejada historia gijonesa, en donde nuestra ciudad, capital de la Asturias republicana, defendió hasta su último aliento los derechos democráticos usurpados a través de las armas.
Pero, acompañado de la firmeza trabajadora, también, en esta ciudad de Macios y Mingotes, maduré bajo otro tipo de resistencia, la construida por la Fundación Municipal de Cultura, por la potente red de bibliotecas y por el tejido asociativo, lugares, estos últimos, de sociabilidad en el ámbito popular. Las asociaciones fueron básicas para el Gijón de hoy, su fuerza social tuvo tanto poder transformador que influyeron de manera notable en el proceso de urbanización y desarrollo socioeconómico de nuestra ciudad. Hervideros culturales y políticos consiguieron germinar la semilla del vigor cultural existente en Xixón, haciendo posible, con su fuerza, una configuración de nuestras calles donde caminan, siempre presentes, teatro, cine, danza, conferencias, ponencias, conciertos… reflejo palpable de su defensa continua por la accesibilidad universal a la cultura desde la misma base de la sociedad. Este amplio tejido asociativo, creado y mantenido con tanta pasión y arraigo, es difícil de encontrar en otro lugar de nuestra comunidad autónoma, por poner un límite espacial alejado de pensamientos no probados.
El movimiento asociativo está, basado en el ayer, poniendo el sustento para proyectarse hacia el futuro, teniendo las nuevas generaciones la necesaria obligación de la supervivencia de tan importante agente cultural para mantener una básica estructura sociocultural construida con trabajo, ilusión, lucha y reivindicación. Pero no solo las asociaciones están en la obligación de continuar y mejorar esa dinámica cultural que hizo de Gijón un referente en el ámbito de la Cultura, con mayúsculas, durante los ochenta y los noventa. Si ellas tienen el deber moral, los poderes públicos tienen la obligación legal de llevarlo a cabo. Este deber, contemplado en nuestra legislación vigente, no puede ser posible sin, de nuevo, la participación, la escucha, la expresión ciudadana, llevando a cabo la toma de decisiones en una orquesta donde debe existir la correcta dirección que la ejecute.
Nuestro tejido es amplio y variado, las políticas públicas en el ámbito cultural no pueden estar basadas en la mayor o menor experiencia de los responsables de las mismas, deben hacerlo a través de un modelo de comunicación horizontal donde el intercambio de puntos de vista, la realización de comentarios o expresión de ideas sean básicos para facilitar la toma de decisiones que mejoren el conjunto. Una arquitectura de la participación que, en Gijón, ciudad de contrastes, es tremendamente necesaria, ya que creemos, y defendemos con pasión, la importancia de nuestras contribuciones en órganos colegiados, en lugares representativos o reuniones informales. Pero nuestro carácter de mar, que da amplitud a la mirada, nos permite tener al mismo tiempo la porosidad de, al proponer, sentir una conexión entre la opinión de los demás y nuestra propia manera de entender lo debatido, haciéndonos copartícipes de decisiones futuras, entendiendo estas como resultado de acciones realizadas de manera conjunta en un proceso colectivo. En esta ciudad reivindicativa, ese modo de aceptar la escucha activa conlleva a los diferentes agentes culturales y a la ciudadanía a implicarse, a formar parte, a colaborar, a contribuir y por tanto a conformar un consenso cuyo objetivo será, desde la participación, una meta común.
La participación no es el fin en sí mismo, es el medio para llevar a cabo una actuación activamente democrática y efectiva, necesaria en un ecosistema cultural tan rico y variado como el de nuestra ciudad, un Xixón de Macios y Mingotes.