«Ni siquiera rivalidades tan enconadas e históricas como existen entre otros equipos españoles han protagonizado un espectáculo tan lamentable, impresentable, inaceptable y tan fuera de la normalidad»
Ya estamos en la mal llamada nueva normalidad y este fin de semana se ha notado. Fundamentalmente en los bares, restaurantes, locales de ocio nocturno…Es decir, la normalidad pre pandemia ya está aquí y la mascarilla se queda como recuerdo de que lo vivido sigue entre nosotros.
Pero me van a permitir que a estas alturas dude con fundamento de que hablar de normalidad es un concepto muy subjetivo. Y a las pruebas me remito. El sábado se disputó el primer partido de los dos derbis regionales que viviremos este año entre Sporting y Oviedo. Un partido que en lo futbolístico no ofreció mucho más de lo habitual y por eso acabó en tablas, pero que socialmente merece un análisis calmado porque, una vez más, la anormalidad más absoluta nos hizo noticia en toda España.
La reunión de las directivas de ambos equipos en la Delegación del Gobierno en los días previos al partido volvió a demostrar que la rivalidad del campo se multiplica hasta el infinito cuando se sube al palco. Hasta el punto de que ante la propuesta de la Delegación de llevar a la afición del Sporting hasta el Tartiere como ganado estabulado fue aceptada por el Real Oviedo para el partido de vuelta. Y esta postura solo puede entenderse desde una rivalidad enfermiza que antepone no se sabe qué rencores, rencillas antiguas o simplemente llevar la contraria. Lo digo en este caso pero podría ser al revés, porque tampoco la directiva del Sporting ha mostrado normalidad alguna en sus relaciones institucionales con el equipo de la capital.
Hemos hecho un ridículo espantoso. Hemos ofrecido una imagen patética en todo el país, porque ni siquiera rivalidades tan enconadas e históricas como existen entre otros equipos españoles han protagonizado un espectáculo tan lamentable, impresentable, inaceptable y tan fuera de la normalidad. Unos hechos que además exigen explicaciones. ¿Desde cuándo está limitada la libre circulación de ciudadanos aunque sea para asistir a un partido de máxima rivalidad? ¿A quién se le ocurre que un seguidor del Sporting que viva en Oviedo para ir al partido tiene que ir antes a coger un autobús a Gijón? ¿Se mantendrá en el partido de vuelta este modelo que atenta contra todos los derechos imaginables?
Todo esto se produjo el sábado en el que estrenamos la supuesta nueva normalidad y desde luego este episodio deja claro que con o sin pandemia nos cuesta mucho trabajo ser normales o al menos comportarnos con normalidad. No es el único caso que me he encontrado. La desaparición de la Sonatina Gijonesa después de casi cuarenta años, tampoco es normal.
La agrupación fundada por Fidelio Trabanco y José Enguita, se ha dado de baja este lunes en el registro de asociaciones. Su economía no ha aguantado más y todo se esfuerzo musical y solidario se apaga por falta de unos apoyos que sí reciben otros proyectos cuya rentabilidad deja mucho que desear. Un ejemplo: LABoral Centro de Arte y Creación Industrial. Desde su apertura ha ido acumulando una deuda que ya alcanzado el millón de euros y la solución no será el cierre (que no lo deseo de ninguna manera) sino concentrar en una persona la dirección gerente y artística que se repartían al año más de cien mil euros. ¿Es normal que una institución como la Sonatina tenga que desaparecer por falta de cuatro duros y que un centro de arte público, con más deuda que visitas, pueda mantenerse solo con reducir el staff directivo? No es normal. Tampoco es normal que un cumpleaños acabe con dos apuñalados o que alquilar un piso o pagar la luz se hayan convertido en casi misiones imposibles.
La sentencia de una buena amiga resume con absoluta claridad lo que he querido contarles hoy: “la pandemia ha servido para potenciar la anormalidad. Lo tengo muy claro”. Pues eso: de normales, muy poco.