
«Pongo rumbo a la cordillera del Pamir, en Kirguistán, a buscar las huellas de una historia tan dura como simbólica»

En agosto de 1974, la alpinista soviética Elvira Shatayeva, de 35 años, lideró la que sería la primera expedición femenina que intentaba coronar el Pico Lenin (7.134 metros) una de las 100 montañas más altas del planeta, en la cordillera del Pamir, frontera entre la actual Tayikistán y Kirguistán. Shatayeva no era una desconocida: había dirigido ascensiones femeninas al Korzhenevskaya, al Pico Comunismo y al Ushba. Meticulosa, disciplinada y convencida de la capacidad de las mujeres en la alta montaña, reunió a un equipo de siete escaladoras con experiencia para demostrar que podían afrontar grandes retos sin depender de equipos masculinos.
Todo ello no sin polémica, en una URSS que visibilizaba el papel de las mujeres y su potencial en distintos ámbitos académicos, políticos, laborales…aun había quienes cuestionaban esta iniciativa.
La expedición estaba formada por:
- Nina Vasilyeva (43), maestra de educación física de Leningrado y alpinista veterana.
- Valentina Fateyeva (41), entrenadora de Moscú con ascensiones en el Cáucaso.
- Irina Lyubimtseva (24), estudiante de geografía de Sverdlovsk, la más joven del grupo.
- Ilsiar Mukhamedova, de Dushanbé, fuerte y alegre, sostén emocional del equipo.
- Tatiana Bardasheva, de Rusia central, alpinista experimentada y operadora de radio.
- Lyudmila Manzharova (35), ingeniera de Kiev, enlace logístico y resolutiva.
- Galina Perekhodyuk, de Cheliábinsk, meticulosa con el material y discreta.
El equipo ascendió hasta el campamento avanzado, a unos 6.000 metros, donde decidió retrasar su ataque a cumbre para no seguir la huella abierta por un grupo masculino que las precedía y que no cuestionaran su capacidad para ser ellas mismas quienes abrieran huella. Varias historias sobre Elvira cuentan que incluso en las distintas salidas en equipos mixtos, ella iba haciendo su propio camino, abriendo su propia huella, algo que nos indica como de cuestionada debía sentirse para tener que demostrar de manera reiterada que ella también podía, algo que en ningún caso le pasaba a ningún compañero hombre.
Querían hacer su propia ruta.
El 5 de agosto iniciaron el ascenso final. El 6 alcanzaron la arista noroeste y continuaron. Ese mismo día hicieron cumbre, pero el regreso se complicó: el tiempo empeoró de forma impredecible y violenta, ninguna de las predicciones meteorológicas que manejaban daba lugar a pensar que esto ocurriría.
Lograron bajar hasta el campo 3, situado a unos 6000 metros de altitud, pero quedaron atrapadas. Durante varios días mantuvieron comunicación por radio con el campamento base, informando de su situación. Los mensajes, inicialmente firmes, fueron volviéndose desesperados. Se escuchó cómo iban relatando el fallecimiento de las compañeras ante la desesperación de quienes recibían los mensajes. La última voz registrada fue la de Tatiana Bardasheva, que transmitió un mensaje entrecortado que decía: “No hay esperanza. Ahora estoy sola” después dos cortes de radio más y el silencio.
Las condiciones meteorológicas impidieron el rescate. Todas murieron en la montaña. Un año después, en 1975, el marido de Elvira, el también alpinista Vladimir Shatayev, organizó una expedición a la que se presentaron voluntarios alpinistas de todo el país, incluidas varias mujeres, para la recuperación de los cuerpos. Fueron enterradas juntas en un cementerio improvisado en el campamento base, en la Pradera Edelweiss, donde aún hoy permanece un monolito que recuerda sus nombres.
La historia de Shatayeva y su equipo sigue siendo uno de los episodios más sobrecogedores del alpinismo. No sólo por la magnitud de la pérdida, sino por el simbolismo de ocho mujeres unidas en la lucha contra la montaña… y contra los prejuicios de su tiempo.
De no haber recaído sobre ellas las miradas, los juicios y el cuestionamiento de todo un mundo, quizás, haciendo cumbre el día 5 tal y como tenían previsto, hubieran culminado su hazaña.
El sistema puso en duda su valía y esto condicionó la expedición y acabó con su vida.
Exactamente 51 años después, en la misma fecha que hicieron cumbre y fallecieron, cosas del destino o de la casualidad, llegaré a la Pradera Edelweiss a conocer un poco más de su historia, a rendirles homenaje y si la Pachamama lo tiene a bien, hacer cumbre en ese emblema del Pamir que es el Pico Lenin.
Hay historias que por justicia merecen ser contadas y esta, sin duda, es una de ellas.