El tiempo. Si no agitamos con fuerza para que bulla furioso, para que ensanche una vida que se terminará como todas, no sabremos qué espesor se puede llegar a cobrar
Adrián Alonso Enguita, profesor de Filosofía del I.E.S. Mata Jove
No nos llevemos a engaño: el tiempo no es lineal. El tiempo fluctúa. Sube, baja, sisea, se retuerce y en las más de las veces se da la vuelta para martillearnos algo a nuestras mentes. El tiempo es cruel y dulce, es ajeno y propio, es raudo y perezoso, es impasible e hierático, es cuerdo y enajenado, es seguro y peligroso, es excitante y un coñazo, es multitudinario y solitario, es ruidoso y mudo, pero, sobre todo, se termina, de eso no hay duda, como no la hay de que es eterno. El tiempo, ¡ay! El tiempo.
Lineal, nos dicen los profesores de matemáticas, el tiempo es lineal. Y numeral. Y fragmentado. Lleno de instantes que se suceden. Todos iguales. Y lo pintan en la pizarra. ¿Lo ven? Una línea. Aquí el antes. Aquí el después. Entre medias, tú, es decir, el ahora. Lo dicho, una recta de cabeza a la muerte. ¿Lo es? ¿No fluctúa? ¿Hay algo que podamos hacer? Esperen, agucen el oído ¿Escuchan algo? ¿Acaso no lo oyen? Sí, suena melodioso, rítmico, cadencial. Ahí va. Es su oportunidad: agiten con violencia, claro que sí, hasta el jadeo. Sacudan con fuerza y compás la armonía.
Si no nos revolvemos entonces qué nos queda. Si no agitamos con fuerza para que bulla furioso, para que ensanche una vida que se terminará como todas, no sabremos qué espesor se puede llegar a cobrar. Lineal, dicen, porque es inercia matemática y los números no se pavonean. Demos gracias al caos de que nuestra vida no sea matemática, sino de puro un nudo galimatías. ¡Que te den, Pitágoras! Abracemos el caos y démosle sentido porque no está ahí para ser admirado, sino para ser danzado.
Bailen porque no podemos vivir en el desconcierto. ¡Claro que necesitamos de patrones, reglas, certezas y estabilidades! Ahora bien, no las busquen, engéndrenlas. Contesten con honradez: de siete vidas, ¿cuántas transitarían como están atravesando esta? De su respuesta depende una vida, la suya, que puede ser inercial o fluctuante. No lo digo yo, lo dice Pablo, que si bien no ha leído a Nietzsche, parece moverse con solvencia en el eterno retorno. No tiene siete vidas, tiene una, pero sabe que podría haber otras formas de exprimirla… Y escoge la que le lleva a unos vinos de cumpleaños en un merendero gijonés. ¿Lo otro? Lo conocen porque lo han visto. ¿Qué harán? Mientras lo piensan, Pablo sigue moviendo su cadera, medio descamisado, al ritmo de algunos caprichos y de unas cuantas certezas que se ha trabajado. ¿No le ven sonreír?
Danza. Somos danza. Somos un hacer rítmico sobre el desorden del caos abrumador. Somos danza sobre la vorágine de la nada. Al final está la cascada, pero ahora navegamos con rítmico baile sobre el arrollo innumerable de una existencia tan gruesa como podamos contonear cada mirada, cada sonrisa, cada gesto amable. Hay que dar sentido, ¡un sentido que manipule el tiempo! Obramos patrones mientras gritamos y giramos agitando el tiempo en danza suave o histérica, pero en cualquier caso, incontenible.
¿Dicen estarse quietos? Incluso la quietud más amorfa es danza; miserable, sí, pero danza. Quien repite pasos danza, aunque en lo gris de lo uniforme. Y quien se mueve absurdamente inventa y ríe, y cae y sangra, y ríe, y tropieza y pierde el compás… O inventa el suyo propio. Avanzamos dando sentido para poder contestar a la pregunta que solo al final se puede afrontar: ¿para qué estamos aquí? ¡Ay! No lo sé, claro que no lo sé, pero no porque no haya respuesta, sino porque ni tengo las suficientes cicatrices, ni tengo los suficientes moratones, ni tengo las suficientes lesiones, ni tengo las suficientes caídas, ni tengo las suficientes derrotas.
Tampoco tengo los suficientes besos ni abrazos, ni caricias, ni «te quiero», ni sonrisas, ni «te echo de menos», ni perdones, ni «yo te defenderé», ni carcajadas, ni llantos, ni rectificaciones, ni «yo te apoyaré», ni horas de estudio, ni palabras tecleadas, ni silencios, ni paredes, ni giros, ni melodías, ni saltos, ni lecturas, ni amor. No los suficientes. Necesito… Quiero más. Y quizá, solo quizá, en algún momento pueda responder a la pregunta radical. En fin, sigo danzando para manipular el tiempo. Denme tiempo.