No es que no sea buena, sino que ha sido fundida con la idea del demos, de que en la elección de representantes, el mero ejercicio del voto es el acto mágico por el que se puede calificar de democracia a cualquier engendro
“El pueblo desea no ser dominado y oprimido por los grandes y los grandes desean dominar y oprimir al pueblo” (‘El Príncipe’, Nicolás Maquiavelo)
No se confunda nadie. Que la democracia está, o más bien, estuvo sobrevalorada no es un demérito a la democracia sino una crítica imprescindible para revalorizarla. Veamos.
Los informes acerca de la evolución de la calidad democrática en el mundo son desalentadores. Región por región ninguna se salva de haber perdido el preciado tesoro de la libertad y de la democracia o parte de él. Y en España sucede lo que en todos esos lugares: abuso del decreto gubernamental, sometimiento sonrojante del parlamento, sumisión de los medios de comunicación y sumisión económica, que es ésta la suma de las sumisiones. En definitiva, que todo aquello que supone pluralidad de poderes e intereses en pugna, pero dentro de un marco digno de libertad para pugnar, está siendo eliminado.
Y esto ocurre porque la democracia se ha sobrevalorado. No es que no sea buena, sino que ha sido fundida con la idea del demos, de que en la elección de representantes, el mero ejercicio del voto es el acto mágico por el que se puede calificar de democracia a cualquier engendro. Sí, se ha sobrevalorado el ejercicio del voto.
También se ha añadido, así como sobrevalorado, la existencia de un Estado de Derecho o, en versión anglosajona, el Imperio de la Ley como complemento necesario de una democracia. Pero cuando el poder legislativo está dominado por el ejecutivo y se permiten trucos constitucionales para saltarse trámites parlamentarios, el resultado es perfectamente legal y está dentro de todos los imperios legales posibles. Coartada “democrática” contra la democracia.
En todas partes donde la democracia sufre, lo hace por la vía del Estado de Derecho, que sigue siéndolo restringiendo pluralismo y libertad porque los autócratas “democráticos” invaden tribunales y demás intérpretes de las leyes haciendo que lo negro acabe siendo blanco. Estado de Derecho e Imperio de la Ley como el que más.
Si, además sucede que la madre de todas las sumisiones, es decir, el gigantismo del gasto público somete al común de la población con rentas fáciles que no saquen a nadie de la miseria (no vayan a rebelarse contra el dadivoso político); si eso ocurre también con subvenciones a empresas y medios de comunicación, pues más de lo mismo. Todo sea por los menesterosos y por la verdad. Y es que la compasión y la veracidad, cuando son dirigidas desde el poder, más que virtudes son perversiones.
Pero ¿qué sería entonces una democracia sin sobrevalorar ni infravalorar? Pues aquella donde lo esencial sea el fraccionamiento de poderes: de poderes institucionales, de poderes económicos, de poderes colectivos, en suma. Una democracia donde disentir esté más valorado que aplaudir, donde competir abiertamente se vea como lo que es: un acto de servicio al progreso.
Del denostado Maquiavelo pueden extraerse sentencias magistrales en servicio de la democracia como la que encabeza este escrito. Y del resto de sus pensamientos tomemos todo aquello que aconsejó a Lorenzo de Médici para manipular y acumular el poder, pero para usarlo como advertencia al pueblo, como freno a ese poder. A quienes no deseamos la opresión nos compete también ser, como Nicolás también dijo, ser zorro y ser león.
Joaquín Santiago Rubio es miembro del Club de los Viernes