

«Lo que realmente me preocupa es que a estas alturas los lances de un juego sigan siendo motivo de enfrentamientos personales, de comportamientos irracionales, de tumultos, de gresca…»
Parafraseo a Georges Brassens para reconocer que al igual que la música militar el fútbol nunca me supo levantar. Pero si bien es cierto que no pierdo otras buenas oportunidades antes que sentarme a ver un partido, también digo que es prácticamente imposible escapara al influjo un deporte que este fin de semana, por ejemplo, ganó por goleada en titulares y tipografía a contagios, fallecimientos por COVID o vacunas. Y es que se llamen derbis, clásicos o partidos del siglo ha y encuentros a cuyo influjo no escapa nadie. Incluso yo.
De mano reconozco mi escozor en la honrilla por una nueva derrota del Sporting frente a un adversario que hizo lo justo pero consiguió lo necesario. Está claro que como certeramente escribía en La Nueva España el fervoroso sportinguista Melchor Fernández, al Oviedo se le da bien el Sporting. Y de eso dan cuenta el 7 a 1 que en el cómputo general inclinan claramente la balanza de resultados en favor del Oviedo. Al Sporting se le encasquilló la única arma que parece tener de cara al gol esta temporada y dejó claro que cuando el antes serbio y ahora montenegrino Uros Djurdjevic no dispara el gol desaparece. Amén de que por algún motivo psicológico que no alcanzo, al Sporting parece que se paraliza cada vez que ve enfrente a un equipo que en su vestimenta lleva el color azul
En todo caso y por cerrar el capítulo deportivo del derbi, apelo a las palabras de el que a mi juicio ha sido el mayor fenómeno social que ha pasado por el banquillo rojiblanco. Dijo el fallecido hace ya casi diez años Manolo Preciado: “Ni ahora somos el Bayer Leverkusen, ni antes la última mierda que cagó Pilatos”.
La frase de Preciado resume la esencia de la reflexión que he hecho este fin de semana tras comprobar cómo el fútbol genera comportamientos tan irracionales que obligan hasta a quitar las terrazas hosteleras de los bajos de un Molinón vacío de público por primera vez en la historia de los derbis asturianos. El fútbol provoca reacciones tan insospechadas como que el hijo de un amigo sea capaz de echarse a llorar si su equipo (en este caso el Oviedo) pierde un encuentro o que un amigo de este niño le empuje al presumir de la victoria de su equipo y meterse con el contrario.
Una vez más el Sporting en un derbi es el empujón que el Oviedo necesita para alejarse un poco de los problemas.
— Los hombres de GALLEGO (@humorentiras) April 19, 2021
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Está claro que el fútbol dentro del campo es imprevisible y esconde hechos como que un equipo como el Sporting tenga 16 puntos de ventaja sobre el Oviedo y el domingo no haya sido capaz de generar prácticamente ni una sola oportunidad para poder ganar o empatar el partido. Pero lo que realmente me preocupa es que a estas alturas los lances de un juego sigan siendo motivo de enfrentamientos personales, de comportamientos irracionales, de tumultos, de gresca…
Hoy me gustaría apelar a la cordura y a que hagamos una reflexión colectiva. Si ahora que la pandemia impide que los partidos se celebren con público en las gradas y así y todo el sábado no pude sentarme tranquilamente en una terraza debajo del estadio, ¿qué puede pasar cuando las puertas de los campos de fútbol vuelvan a abrirse?
Muchas veces escuchamos que el confinamiento nos iba a hacer mucho mejores, mucho más solidarios, mucho más empáticos. Yo, de momento, no he notado mucho de eso. Esperaré al próximo derbi para ver si hemos aprendido la lección (y que gane el Sporting, claro).
Nacho Poncela es periodista y colaborador de miGijón