Y en esos días locos a caballo entre la primavera y el verano llegan a mi querida Cimata pléyades de insensatos e insensatas que piensan en el matrimonio como el hogar definitivo
Se arrima a nuestras vidas el fin de semana y los que trabajamos de lunes a viernes celebramos el cese temporal de obligaciones como si fuésemos los protegidos de la Casa Real. Soy un tipo sencillo, me conformo con una cerveza servida en la terraza de confianza a la salida del curro, donde ya no tienes que decir lo que vas a tomar. Y en esos días locos a caballo entre la primavera y el verano llegan a mi querida Cimata pléyades de insensatos e insensatas que piensan en el matrimonio como el hogar definitivo. Como ese nido que ofrece la combinación imposible: tranquilidad y compañía. Y si no lo piensan todos al menos acompañan al protagonista, que hará el ridículo por las calles de una ciudad extraña en pos del disfrute errático, etílico, británico y salchichero.
Las despedidas de soltero y soltera vuelven a la capital de la Costa Verde que ya empieza a ser marrón. Una ciudad a la deriva, sin modelo turístico, cabalgando a lomos de la improvisación. A golpe de riñón, imitando al ciclista que sufre en el último puerto de la carrera. Poniendo empeño en la hostelería salvadora que va devorando acera para imponer la terraza como única «ley». Jóvenes de «Españaza»( de Villafranca del Bierzo, Tolosa, Molina de Segura, Reus o Talavera de la Reina) disfruten en Gijón de su despedida soñada. Al gusto del consumidor o del patán de turno, que para el caso es lo mismo. Podrán disfrazarse de luchadores de sumo, vikingos, princesas Disney o pollas voladoras. Vomitar y orinar en las callejuelas de Cimavilla antes de dormir la mona en una de esas viviendas de uso turístico que nacen y crecen al ritmo de la humedad en el País Astur. Esas pensiones con ínfulas que matan poco a poco lo que hace lustros pudo llamarse barrio. Sentado en mi terraza veo a once mozas de entre 25 y 35 años (me atrevo a calcular) juntando mesas, pidiendo tres raciones de patatas y una de croquetas, uniformadas con camisetas amarillas. La futura casada lleva la voz cantante y un pelucón estilo María Antonieta. Ella pide más botellas. Hambre no tienen pero están sedientas, diría que son capaces de beberse la vecería buena de un año entero. Me fijo mientras me levanto en unos patéticos toreros tambaleantes que se acercan al bar de mis amores. El fiel parroquiano que fumaba apoyado en la pared del chigre decide en ese momento alejarse, pasa a mi lado y entre dientes masculla: «Ya están aquí los toreros muertos».
Me hace gracia su comentario y la voz de Pablo Carbonell se mete en mi cabeza: «Tú quieres un show, nosotros queremos un show. Ya están aquí Los Toreros Muertos, ya están aquí, muertos muertos. Te puedes divertir, puedes saltar, puedes vomitar porque ya están aquí». En el Magaluf del norte, ya están aquí para conquistar las horas más patéticas. Ya están aquí, comiendo cachopos gigantescos, brindando con sidra helada en un finde de chichinabo, en el Gijón más cutre de los últimos veinte años.
Los artículos de “Rambal “ y“ Los toreros muertos”me ha impresionado por su” buen decir escrito” y por tu entraña miento con Cimavilla, patria originaria y última de mi padre, Jesús Alfaro González, hijo de riojano y marino y de mi abuela tabernera del Musel.
Yo comparto contigo y con ellos, ya en otros lares, mi amor por ese viejo barrio de buenos asturianos pescadores y por esa Asturias que ya no existe pero que quedará para siempre en nuestra eternidad.
Gracias Amigo Monchi por rememorar mis afectos por el Cantábrico y por sus espléndidas gentes.
Abrazos desde el Sur del Sur.
Jesús Alfaro Matos