A sus 28 años, esta gijonesa procedente de la hostelería ha encontrado en el montaje y desmontaje de andamios una vocación inesperada; «es un sector muy masculinizado, pero no he sentido discriminación; mis compañeros me apoyan en todo», apunta

Si no se supiesen los detalles de su biografía, a primera vista la historia laboral reciente de Diana Cabanillas podría ser tomada por una invención publicitaria. Un mero artificio estético, cuajado de romanticismo buenista, diseñado ex profeso para disparar las matriculaciones en una determinada formación, o para blanquear la imagen de cierto sector profesional. Pero no. Todo cuanto esta joven gijonesa de 28 años, vecina de La Calzada, ha vivido, sentido y, ahora, relatado es real… Incluido el posible, que no totalmente confirmado, honor de ser la única mujer andamiera actualmente en activo en Asturias. O, como mínimo, una de las muy pocas. Efectivamente, Caballinas ha encontrado en el montaje y desmontaje de dichas estructuras una vocación inesperada. Y le gusta. Vaya si le gusta… Tanto que ahora, un mes después de haberse lanzado al mercado laboral, y plenamente activa en distintas obras en curso en Gijón, se ha decidido a compartir su experiencia para, quizá, animar a otras mujeres como ella a desterrar prejuicios y temores, y dar el paso para incorporarse a sectores sobre los que, aún hoy, pesa el estigma de la masculinización.
«Asusta un poco que te puedan considerar un ejemplo, pero… Creo que, en casos como este, hace falta«, admite Cabanillas, con una voz tímida nacida en ese punto en el que la humildad y la convicción convergen. Su historia, como tantas otras con finales -o intermedios- diversos, comienza en la hostelería, ese cajón desastre en el que la ahora andamiera pasó once años… Y que no le dejó un sabor de boca excesivamente positivo. Aunque sin entrar en matices concretos, por prudencia y respeto, explica que «es lo normal cuando estás de cara al público; te encuentras a personas maravillosas… Pero, también, a personas que van de malas a muy malas. Y esas últimas te acaban quemando». Así que, más de una década después de empezar a servir en diversos negocios de su Gijón natal, decidió darle un giro radical a su vida, y decantarse por una actividad diametralmente distinta: la soldadura. A ello le motivaron «unos clientes del último bar en el que estuve, que decían que a las mujeres se nos da bastante bien, por tener mejor pulso que los hombres«. Y en ello está todavía, con la teoría aprobada y a expensas de completar la práctica. Pero, claro, entre medias algo había que hacer… A ser posible, cosas que le beneficiasen cuando, al fin, se convirtiese en soldadora. Fue entonces cuando, como suele decirse en el cine, un andamio se cruzó en su vida.
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En esta ocasión, el mérito inicial le corresponde al Servicio Público de Empleo (SEPE). Buceando en su web, Cabanillas encontró un curso de instalación de andamios, impartido en Avilés por el centro CEP Consultoría y Formación, y que, una vez acabado, «me daba varios títulos de prevención de riesgos laborales que me valdrían en el futuro: en albañilería, en metal, en altura…«. Así que allá que fue. Bien respaldada, por cierto, pues tanto sus amistades como sus familiares, especialmente su madre, Ana, y sus hermanos, Diego y Raúl, no ahorraron palabras de aliento y elogios. «Mira que mi madre, al principio, me dijo que estaba loca, pero ahora está más ilusionada que yo«, rememora, entre risas. Tres meses después, completaba el temario con unas calificaciones dignas de aplauso, y un sabor de boca excelente en el paladar. Fue cuestión de días que su currículum llamase la atención de Andamios y Cimbras del Principado (ACP), compañía para la que trabaja desde principios de junio. Y, aunque no abandona su sueño de zambullirse en el mundo de la soldadura, en este primer mes lo que comenzó siendo un simple complemento para ello se ha ido convirtiendo en un verdadero objeto de placer laboral.
En este tiempo, los pasos profesionales de Cabanillas la han llevado a trabajar en varios bloques de viviendas de Gijón, y también en ‘La Gota de Leche’, un destino no exento de simbolismo para una primeriza como ella. «La primera semana fue brutal; no sé la cantidad de planchas de tres metros que tuvimos que bajar a pulso, pero acabé molida«, cuenta. Porque su gran miedo, o el único, en realidad, era «no dar la talla; en el curso te enseñan mucho, pero luego hay que verse ahí, dando el callo en el día a día«. Afortunadamente, ese temor no tardó en disiparse… Y, en buena medida, gracias a sus compañeros. «Nadie me protege, pero todos son majísimos; me animan, me orientan, me enseñan trucos… Son ellos los que me han demostrado que, en esto, vale más la maña que la fuerza, y los que están haciendo que me guste tanto», ahonda. A estas alturas, quizá haya quien se pregunte si el machismo, en mayor o menor escala, ha estado presente… Máxime a tenor de que pocas mujeres andamieras se ven… A ese respecto, Cabanillas es tajante: en su caso concreto, no. Nada. «Ni una broma, ni un chiste, ni un insulto… Cero. Soy una más, que es como tiene que ser«, puntualiza. Con todo, es prudente a la hora de autoproclamarse única fémina del gremio en la región… Si bien «es verdad que no he visto a más chicas en esto; como inspectoras, sí, con alguna he coincidido, pero trabajando de andamieras, no«.
En parte por eso, pero también por el puro y simple deseo de contribuir a abrir puertas que, tal vez, muchas en su situación ni tan siquiera se plantean cruzar, Cabanillas llama abiertamente a las mujeres interesadas a dar el paso. «Al final, la única forma de seguir avanzando es dar el paso; yo lo hice, y estoy encantada, así que espero que otras también lo hagan, sin miedo ni complejos«, concluye. Tan convenida está que, hoy por hoy, no descarta hacer carrera en el mundo del andamiaje si, por alguna razón, la expectativa de la soldadura no se logra. «Mi gran sueño es probar a montar andamios en un rascacielos. Las alturas me gustan, así que… ¡A ver si me tiemblan las piernas!«.