Los vecinos de Pumarín, Montevil, Contrueces, Roces y Nuevo Roces encaran las elecciones del 28 de mayo con una mezcla de urgencia por ver materializadas sus demandas, y desilusión ante los incumplimientos del pasado

Mejores equipamientos públicos, más atención a la limpieza de las calles, alguna que otra infraestructura clave pendiente de ser construida… A primera vista, las principales demandas de cuantas forman la amplia batería de peticiones del distrito seis a su Ayuntamiento resultan análogas, detalle arriba o abajo, a las de cualquier otra zona de Gijón. Sin embargo, sobre todas ellas descolla una más severa, mucho menos frecuente y, por ello, perfecta para sintetizar el sentir de este vasto lugar: dejar de ser los olvidados de la ciudad. Porque quienes residen en Pumarín, Montevil, Contrueces, Roces y, más recientemente, Nuevo Roces no pueden desprenderse de la sensación de ser los últimos en el reparto de atenciones por parte tanto del Consistorio actual, como del grueso de aspirantes a la alcaldía. Y su consecuencia inmediata es evidente: la desafección y el desinterés por la campaña electoral en curso casi pueden palparse en el aire.
Hablar del distrito seis no es hacerlo de cualquier cosa. Enclavado en el flanco meridional del despliegue urbano gijonés, sus cinco barrios sirven de hogar a cerca de 46.000 personas, cifra nada desdeñable para una urbe de poco más de 272.000 habitantes. Sobre todo, en términos electorales, pues ese total conforma una masa de votantes abultada, que, a la hora de la verdad, podría llegar a decantar la balanza política hacia uno u otro lado. O, al menos, así podría llegar a ser si se hubiese tendido una conexión sólida entre la población del lugar y los candidatos a gobernar Gijón. Algo que, desde que los partidos empezaron a mover sutilmente sus fichas, hace ya más de un mes, pocos perciben haya sucedido.
Agustín Bermúdez (Montevil): «Esta legislatura ha sido nula y la gente está desilusionada; habrá mucha abstención»

«Aún no hemos mirado en profundidad los programas de los partidos. ¿Para qué, si luego no los cumplen?», se lamenta se lamenta Agustín Bermúdez, que desde 2003 ostenta la presidencia de la Asociación de Vecinos de Montevil. Para este minero veterano, en el cargo desde 2003, los sucesivos comicios que ha vivido le han llevado a constatar que, en la práctica, es poco lo prometido que después se materializa, y no sin antes pelearlo duramente. «Esta última legislatura ha sido nula con nosotros, y la gente está desilusionada con los políticos; creo que habrá mucha abstención», predice. Tanto es así que, pese a los intentos de IU y Vox por concertar encuentros con la directiva, se ha tomado una decisión tajante: no recibir a ningún partido.
Montevil, un barrio ‘joven’, levantado a finales del siglo pasado, tenía en 2018 un censo de 8.729 habitantes, el segundo más alto del distrito. Sus demandas para el gobierno que salga de las urnas el 28 no son nada del otro mundo; quizá por eso la desafección y el malestar son mayores. Techar las pistas deportivas del instituto de Secundaria del lugar, cambiar la iluminación recientemente instalada por otra menos lúgubre, reponer los árboles caídos en Patricio Adúriz, y colocar una marquesina y más bancos en la carretera Carbonera encabezan el listado. Eso sí, hay una herida abierta que aún sangra: la construcción del túnel que conecte Montevil con Nuevo Roces. «Llevamos ocho años luchando por ello, y no hay manera; los dos barrios estamos prácticamente desarrollados, pero nos falta ese enlace», se indigna Bermúdez. Más aún a la vista de que el aspirante de Ciudadanos, José Carlos Fernández Sarasola, ha incidido recientemente en su urgencia. «Promete hacer dos túneles, en vez de uno; eso no se lo cree nadie».
Miguel Laburu (Pumarín): «De la nueva corporación queremos lugares, fechas y números; sin eso, no nos fiaremos»

Si Montevil, por su ubicación geográfica, hace las veces de punto de confluencia del distrito seis, Pumarín es, con mucho, el más poblado de sus cinco barrios. Pero los 16.737 habitantes registrados en el último censo no impiden que sea «una de las zonas más olvidadas por el Ayuntamiento». Así lo afirma su representante vecinal, Miguel Laburu, quien accedió a la presidencia de la Asociación ‘Severo Ochoa’ hace ahora un año. Antiguo marino mercante, sus todavía escasos meses al frente de la entidad, más centrados «en arreglar la casa por dentro que en pelear fuera», no le han impedido, empero, tomar la temperatura a sus convecinos. Y la medida no es halagüeña. «Con independencia de la ideología, aquí se perciben cansancio y desafección», apunta. Su teoría es que «se debe a que no están funcionando bien las cosas. Tenemos una población muy envejecida, pero fallan los mantenimientos de las calles, la reparación de aceras, la reposición de bancos… Cosas básicas que no acaban de llegar».
Tímidamente mientras ultima la puesta a punto de una asociación que pasó varios años casi en suspenso «por disensiones con el anterior presidente», Laburu y su equipo ya encauzan las peticiones para el nuevo gobierno local. Las más acuciantes son el Centro de Día y los aparcamientos extra, «que están pedidos y que la corporación entrante tendrá que hacer». Paralelamente, no verían con malos ojos «que se acondicionasen algunos de los bloques de Las Mil Quinientas», que, con casi siete décadas y media transcurridas desde su construcción, andan escasas de estacionamientos, porque de aquella casi nadie tenía coche». Y hay una demanda más, mucho más humilde: que se arreglen las aceras dañadas y «se cubran los bancos, para protegerlos del sol y de la lluvia. En ciudades del País Vasco se está haciendo, y nuestros mayores lo agradecerían». Ahora, claro, la gran duda es si todo ello, se una vez por todas, se cumplirá, pues, opina Laburu, «las propuestas de los políticos han demostrado ser muy poco de fiar. Queremos que las nueva corporación nos dé lugares, fechas y números, y que lo ponga en el presupuesto. Mientras no veamos eso, no nos fiaremos de nada».
Alejandro Romero (Contrueces): «El barrio mejoró mucho pero ahora, por dejadez, parece que volvamos atrás»

Un sentimiento equivalente al que impera en Pumarín se detecta a pie de calle en el cercano barrio de Contrueces, en el que Alejandro Romero, desde que accedió a la presidencia de la Asociación de Vecinos ‘Los Ríos’ en 1988, se ha convertido en un auténtico termómetro del sentir general. Y puede parecer temerario generalizan, tratándose de una población de 6.486 personas, pero Romero lo tiene claro: «debe ser el año que menos ilusión tiene la gente». Los argumentos se repiten, desde luego. Falta de confianza, hastío ante los incumplimientos, sensación de abandono… «Han hecho más en los últimos dos meses, aprovechando la campaña, que en los cuatro años anteriores, y los vecinos están muy cansados. Contrueces mejoró muchísimo desde los tiempos en que imperaba la droga, con viviendas que llegaron a venderse por 240.000 euros, pero ahora, por pura desatención, parece que hemos vuelto un poco atrás».
La gran batalla de Romero y los suyos es lograr que la calificación de barrio degradado sirva realmente para tener acceso a ayudas económicas con las que costear el acondicionamiento de edificios. Instalación de ascensores, mejora de fachadas, puesta a punto de viales… El conjunto es ambicioso, y afectaría a un buen número de viviendas de la antigua Sindical, repartidas por las calles Río Cares, Irene Fernández y Río Narcea, amén de por la Ronda Exterior. «Es una obra muy importante, que mejoraría Contrueces al 100%, pero aunque está todo aprobado, no hay nada hecho; y eso que nos dijeron que empezarían en enero», matiza. En un estrato de importancia inferior se halla la reposición de plantas en el parque de las Palmeras, en el que «había veintidós de ellas, y ya sólo quedan dos; van a tener que rebautizarlo ‘parque Sin Palmeras'».
Todo ello, en suma, son pequeños síntomas de una relación con el Ayuntamiento que «no ha ido todo lo bien que debería; cuando acabaron la escuela infantil, aprobada en el mandato de Carmen Moriyón, nos enteramos por la prensa de que Ana González la iba a inaugurar. Eso no es justo».
Puri Bedriñana (Roces): «En prensa siempre salen otros barrios, pero no el nuestro. Queremos que nos tomen en serio»

Si en Contrueces esperan con resignación que la declaración de barrio degradado dé sus frutos de una vez por todas, en Roces la gran esperanza, erosionada por el paso del tiempo, es que, al fin, se adquiera esa misma calificación. «Tenemos las fachadas que se nos caen y gente mayor que vive en pisos altos, y que no puede salir de casa al carecer de ascensor, pero en el Ayuntamiento nos dicen, básicamente, que no se comprometen a darle salida al problema», expone, indignada, Puri Bedriñada, presidenta de la Asociación de Vecinos ‘Nuestra Señora de Covadonga’. Un enfado mayúsculo, sobre todo, por el importante rol histórico que el barrio al que representa ha jugado en el devenir de Gijón. «En prensa siempre salen varios barrios, pero no Roces; quizá esa sea nuestra mayor petición: que nos tomen en serio de una vez, pero no hay ninguna esperanza de cara a la campaña electoral. La gente está bastante desanimada».
En la práctica, la cuestión de ser calificado como barrio degradado aglutina todas las solicitudes de una población que, con 8.416 personas censadas en 2018, puede considerarse particularmente ecléctica. «Aquí tenemos de todo: gente que vino en la década de 1950, hijos y nietos de ellos, jóvenes que buscan su primera vivienda, usuarios de hogares sociales…», resume Bedriñana. «Es un barrio para mimarlo y tenerlo presente, porque fue muy importante para mucha gente que venía de compartir habitaciones en pisos comunitarios; mi abuela misma», añade. De ahí que incida en la gran petición de la comunidad que lidera: «llevamos parados demasiado tiempo, y esto no puede seguir así. El nuevo gobierno debe mirar por nosotros».
Miguel Bernardo (Nuevo Roces): «Aún no hemos superado el aislamiento, pero la relación con el Ayuntamiento es buena»

Quizá la nota de color o, al menos, de esperanza basada en hechos la aporta al distrito seis Nuevo Roces. Emplazado al sur de la A-8, la ‘Autovía del Cantábrico’, el más reciente de los barrios de Gijón vive aún inmerso un desarrollo imparable, materializado recientemente en la adjudicación de los proyectos para los futuros colegio y centro de salud. Tal vez ahí radique uno de los grandes problemas del lugar: el desbocado progreso, que en 2021 había llevado al espacio a unos 5.556 habitantes, el 24% de ellos menores de veinte años, ha sido más rápido que la provisión de servicios. Sobre todo, en materia de comunicación con el resto de la ciudad.
«Todavía no hemos superado el aislamiento que padecemos», afirma el presidente de la asociación vecinal, Miguel Bernardo. De hecho, no duda en definir el barrio como «una especie de protuberancia, de malformación a nivel de movilidad; otros barrios cercanos se han integrado en el conjunto de Gijón, pero ese no es nuestro caso». El hecho de que sólo dos líneas de EMTUSA, la 15 y la 20, enlacen con el casco urbano tampoco ayuda, pues «tardamos cincuenta minutos en llegar al centro, cuando en coche bastan diez». Fuera de ese aspecto, «faltan desarrollar algunas promociones en la zona norte, pero hay una gran obra pendiente: en 2007 se prometió construir el túnel bajo la A-8, que figura en el PGOU, y sigue parado. Y como la edad media de nuestros vecinos es de 36 años, muchas personas tienen dos coches, y eso genera problemas».
Aun así, durante la legislatura que está a punto de terminar las relaciones con el Consistorio «han sido muy buenas; sobre todo, con la concejala de Distritos, Loli Patón. Hubo tensiones al principio, porque el gobierno no reconocía el problema de aparcamientos y de movilidad, pero llegó a la conclusión de que no nos faltaba la razón, y se hicieron unos 130 aparcamientos más». Así las cosas, no son malas las expectativas puestas en el ejecutivo que salga de los comicios del 28, siempre y cuando resuelva las tareas pendientes y mantenga la senda actual. «El alivio es que las obras principales están encauzadas. Si las máquinas empiezan a trabajar a finales de año, tal como nos prometieron, estaremos contentos».