«Los más jóvenes, entre los 18 a 25 años, representan el menor porcentaje de donantes con un 15% del total. De seguir esta tendencia, dentro de unos años es posible que nos veamos abocados a un posible desabastecimiento»
Dice el Dalai Lama en una de sus célebres frases que casi todas las cosas buenas que suceden en el mundo, tienen su origen en un sentimiento de aprecio hacia los demás. Efectivamente, si miramos a nuestro alrededor podemos apreciar nítidamente muchos gestos que nos permiten creer el ser humano conserva mucho de altruismo, obviando, claro está, otros gestos que nos definen como todo lo contrario. Si centramos más la atención en como nos relacionamos con los demás, podemos observar que dentro de cada persona anida un sentimiento espontáneo de voluntariedad cuando algo trágico sucede y no importa quien sea el perjudicado o perjudicada que hay que salvar de un accidente de tráfico, de un incendio…; nos arremangamos para ayudar como si un resorte interno nos impulsase a hacer el bien, incluso, en ocasiones, arriesgando hasta la propia vida.
Y qué decir de las veces que se pueden ver por televisión las interminables colas de gente dispuesta a donar sangre cuando se trata de un gran accidente, un atentado terrorista o cualquier otro suceso con muertos y muchos heridos. Somos generosos por naturaleza en los peores momentos. Lo somos en esos momentos trágicos que se necesita ayuda inmediata, y nos volcamos, pero no entendemos que también en el día a día hay tragedia; a diario hay enfermedades y accidentes que son atendidos en nuestros hospitales, muy bien equipados y con grandes profesionales, por supuesto, pero que necesitan de nuestra participación cotidiana, de nuestra solidaridad continuada y fluida. De nuestras donaciones de sangre.
A veces esperamos a ser avisados de que es necesario donar por que las reservas están al límite, y parece que si no es por esa razón desesperada parecemos desconectados de la realidad en los hospitales. Una realidad que nadie parece darse cuenta pero nos puede afectar a cualquiera de nosotros o nuestros allegados en cualquier momento, disparando entonces la alarma que nos impulsa a donar y que es, qué casualidad, muy parecida a la del gran accidente, al atentado o a las bajas reservas en los bancos de sangre.
Ser donante es ser también espontáneo y mantener una regularidad en las donaciones. Una fidelización que consiste en reservar menos de una hora cuatro veces al año, los varones, y tres veces las mujeres. Según los datos sobre donación de sangre que cada año publica el Ministerio de Sanidad, en España el índice de donación en 2019 fue de 36,65 donaciones por cada 1.000 habitantes. No vamos a hablar de los datos de 2020 por haber sido año de pandemia con menos donaciones y consumo de hemoderivados.
Nuestro país cuenta con unos cuarenta y siete millones de almas, de las que son donantes de sangre habituales poco más de un millón, y entre todos ellos se consiguieron, en 2019, poco más de un millón seiscientas mil donaciones. Son cifras suficientes hasta el momento, pero debemos de tener en cuenta este otro dato más revelador de hacia dónde caminamos. Según esos mismos datos estadísticos publicados por el Ministerio de Sanidad, la franja de edad en que se concentran el mayor número de donaciones está entre los 46 a 55 años con un 26%. Los más jóvenes, los que se encuentran entre los 18 a 25 años representan el menor porcentaje de donantes con un 15% del total. De seguir esta tendencia, dentro de unos años es posible que nos veamos abocados a un posible desabastecimiento de hemoderivados si no conseguimos revertir la situación. Y no, no es por falta de solidaridad de nuestros jóvenes, que están siguiendo la misma línea solidaria que otras edades. Pero sería deseable, eso sí, una mayor implicación en cuanto al número de veces que se dona habitualmente, que suele ser una o dos al año.
En verdad, toda la sociedad debería estar implicada en donar, o, al menos, fomentar mucho más la donación de sangre. Hay que tener presente que algo tan necesario a diario no se puede conseguir de otro modo que no sea mediante la donación voluntaria y altruista. Por supuesto que se podría plantear la solución del dinero. Pero pagar por donar no es donar. Es vender nuestra sangre, nuestra salud, por un precio que, además, como sucede en otros países, marcan las empresas o entidades que comercian con ella. Además, y sobre todo, está demostrado que la donación voluntaria y altruista garantiza mucho mejor la seguridad, tanto del donante como del receptor, al estar sometida la sangre a rigurosos procedimientos analíticos que garantizan su calidad.
¿Debemos buscar otras soluciones? La sangre sólo se puede obtener del cuerpo humano. No se puede obtener de forma artificial por lo que no nos queda más remedio que seguir donando para su obtención. La sociedad debe concienciarse de ello y sería bueno poner en práctica programas de concienciación desde la más tierna infancia, con valores que incluyan la solidaridad y el altruismo como principal herramienta.