«Todos solemos hacer, al llegar estas fechas, un pequeño balance de lo realizado (…) Reivindico para 2024 la importancia de la rutina, entendiendo ésta como elemento de seguridad»
Se cierra un año y todos solemos hacer, al llegar estas fechas, un pequeño balance de lo realizado durante 365 días que se escurren entre los dedos de la vida. Nos acordamos de los grandes hechos, de los momentos claves, omitiendo lo superfluo, no valorando esa rutinaria, cotidiana, mundana, insulsa realidad que nos acompaña constantemente, cansinamente a lo largo de los días. Es lógico y normal. Entre los contados momentos que cambian vidas y los millones de instantes que las mantienen, sentimos la necesaria exigencia de recordar aquello provocador de un cambio en el monocorde sonido del quehacer diario. Nuestro cerebro es un seleccionador irracional natural. Al no estar ante una capacidad ilimitada de almacenaje de datos, con su sapiencia mantiene, preserva, aquello que cree tendrá un mayor significado para nosotros y nosotras. Este fin de año, propongo retorcer esa masa gris en forma de rugosa nuez para que recordemos todos aquellos minutos que hemos pasado y que, casi sin darnos cuenta, forman para siempre parte de nosotros como individuos o como sociedad. Son esos momentos que jamás volverán a ocurrir, ese té que ya no será el mismo, aunque sea en el mismo sitio, hora y acompañantes, ese paseo diferente, a pesar de llevar el mismo paso al caminar, esa lectura en solitario de un libro que nunca será el mismo, pues no es la misma persona quien lo lee, esa conversación que ya no está. Eso que ocurre tan especial que se disfraza de normalidad, garantizándonos lo que somos.
Reivindico para el año 2024 la importancia de la rutina, entendiendo ésta como elemento de seguridad ante la imposibilidad de vivir en un estado de permanente cambio. Pero la reivindico viviéndola, sintiéndola, estrujándola, pues es la única manera de valorarla. Vivámosla, como se debe vivir lo irrepetible, acompañándola del barniz de calma de la normalidad. Pensemos en esos instantes como ahoras que dejan de existir mientras están ocurriendo, sintamos que estamos en una película demasiado rápida y frustrantemente corta para enfrascarnos en carrete atascados de 35mm. Valoremos cada espacio conseguido, cada minuto vivido, cada momento compartido, pues ese ya no volverá.
Es verdad, y podrán decirme, que es muy fácil ese argumento con unas condiciones establecidas. Es cierto, debemos ser conscientes de que existen miles de realidades, siendo la fortuna otorgada del lugar donde naces lo que hace más fácil esta manera de pensar. Los consejos tienen menor validez si estás alejado de la realidad que aconsejas- En esa lejanía condicionada por la situación espacial, tenemos la suerte de vivir en esto que llamamos primer mundo. Un mundo de capitalismo voraz, que provoca, cada vez con mayor descaro, brechas económicas entre personas y Estados. La crisis del Covid, la amenaza del cambio climático, la inseguridad alimentaria, la paulatina escasez de agua, aumentan esas diferencias, haciendo que los países pobres sean cada vez más pobres (caso aparte es Guyana, cuyo yacimiento triplicó su PIB en tres años) llevando a un sobre endeudamiento con menores recursos. Cuando un Ministerio duplica en dos años el presupuesto destinado a la Agencia Española de Cooperación Internacional, duplica en dos años la esperanza para muchas personas de países en vías de desarrollo. Al contrario, si en Comunidades Autónomas, gobernadas por otra manera de mirar el mundo, reducen hasta un 80% el presupuesto para cooperación, significa que ellos ven dos mundos, dos realidades no comunicantes.
Dentro de nuestras fronteras, por lo tanto, más cercano espacialmente, nos debe asustar la salvaje cifra de pobreza infantil del año 2020. Según el comisionado de pobreza infantil del Gobierno de España, en nuestro país, casi el 27,5% de menores estaba en pobreza moderada, un 14%, alta y un 5% severa. Una tasa de pobreza que también entiende de procedencia pues, según el informe de UNICEF, la palabra migrante está especialmente expuesta a la pobreza, llegando en España la tasa al 70% cuando los dos progenitores son extranjeros, casi el triple que cuando ambos son españoles. Datos, números… personas. Ante esta situación, el ejecutivo de Pedro Sánchez ha creado el Ministerio de Infancia y Juventud que refleja que la niñez no solo es educación y que los problemas estructurales hay que solucionarlos con estructuras. Con otra perspectiva diferente, hay gobiernos de otras comunidades autónomas que financian, a través de becas al estudio, a familias con rentas de más cien mil euros constatando que hay estructuras políticas que no merecen ser gobiernos.
Hablando de infancia, no podemos olvidar las imágenes del horror de la guerra de Israel y Palestina, como tampoco de los niños y niñas huyendo de Ucrania, la olvidada guerra civil de Siria, con la destrucción del futuro de varias generaciones, o la lejana contienda yemení donde la muerte vestida de inmaculada niñez está presente al lado de condiciones infrahumanas. Todo eso está ocurriendo hoy, con un mundo que parece mirar con miedo a una Israel que mata amparado en la legítima defensa o que no consigue que el diálogo se adueñe de la cordura para acabar con guerras que duran demasiado tiempo, ¿cuándo el tiempo puede tener adverbio positivo si se habla de muerte? Si un presidente de Gobierno, en visita a Israel, dice algo que todos pensamos y que pocos dicen “la respuesta a los atentados no puede acarrear la muerte de miles de niños” no es generar conflicto, es mostrar contundencia y, poniendo sobre la mesa la verdad, trabajar por una solución política al conflicto, siempre dentro de las resoluciones de Naciones Unidas.
En estas fechas, en este mundo, miremos siempre a nuestro alrededor, no nos quedemos en el pequeño espacio cercano y monocolor que nos anquilosa el sentimiento dificultando valorar en mayor medida nuestra realidad. Soñemos, sin duda, por mejorarla, pero pensando en la de todos. En este 2024, estrujemos la rutina.