Hay de todo, arcos de diversos tipos, pináculos, cerámica policromada, ladrillo visto, pilastras, frontones… ¡de todo! Hay hasta una cúpula, cúpula que desaparece en un momento dado y que, por suerte, es recuperada en la última reforma realizada en la primera década del siglo XXI

El edificio del que hablamos esta semana es uno de esos que resultan conocidos por todos. Y si no es por todos, por la gran mayoría de los gijoneses, por tres motivos: porque está situado en pleno paseo del Muro, a la vista de todos, porque es muy guapo y llamativo y, por último, porque, desgraciadamente, ya no quedan muchos edificios como este en la ciudad. Me estoy refiriendo a una de las obras más destacadas y llamativas del prolífico arquitecto Manuel del Busto, ubicado en la calle Rectoría 5, si lo que buscamos es su portal, o Cabrales 18 si lo que buscamos es su local comercial -ocupado por un muy conocido bar/coctelería, el Varsovia-.
Situados ya ante esta joya arquitectónica que aún sigue pie, conozcamos un poco más su historia: arranca el 3 de enero de 1903. Ese día, el indiano Celestino García solicita por escrito en el Ayuntamiento de Gijón que se le conceda la licencia pertinente para poder construir un edificio, de la mano de Manuel del Busto, en el terreno de su propiedad que antes señalamos. Por parte del Ayuntamiento, el arquitecto municipal Miguel García de la Cruz no pone más trabas que señalar que, en función de los huecos con los que iba a contar el edificio, y la “categoría” de las calles a las que apuntaban, la cantidad a pagar en forma de tasas sería un poco más de 3.000 pesetas (unos 18€). Esto de los huecos, las tasas y las categorías de las calles, de manera muy resumida, consistía en lo siguiente:
En aquellos primeros años del siglo XX la normativa, por la que el Ayuntamiento ingresaba dinero por dar su permiso para construir en el municipio, se basaba en el número de huecos y en la tipología (puertas, ventanas, miradores, balcones, etc) con los que contaría el edificio, y el tipo de calle hacia la que daban: a más nivel de la calle, más dinero ingresaba el Ayuntamiento y, por tanto, más dinero pagaba el promotor del edificio. Para explicarlo mejor, os pongo el ejemplo de “nuestro” edificio de la semana. Una puerta en la calle Cabrales, de primer orden, costaba 14 pesetas; mientras que colocar una puerta en la calle Rectoría, de segundo orden, costaba 13 pesetas. De igual manera, un balcón con repisa en el primer caso costaba 30 pesetas y en el segundo 29. Había mas factores para echar las cuentas, como los metros lineales, pero no liemos más la madeja. El caso es que este método, y las cantidades resultantes a pagar, conllevó cierta tirantez entre Manuel del Busto y Miguel García de la Cruz, durante bastante años y obras. Baste repasar el intercambio de impresiones y notificaciones entre ambos en los primeros años de servicio al Ayuntamiento de Miguel García de la Cruz, y hasta 1913, donde las diferencias, a cuenta de un par de edificios, acabaron por detonar una situación explosiva entre ambos, y como tal se explica en la documentación existente en el Archivo Municipal de Gijón para quien la quiera consultar. Pero esto ya sería otra historia que nos desvía del asunto.
Analicemos ahora el resultado final, que no puede ser más espectacular. Evidentemente, el hecho de tener a disposición un buen dinero, gracias a la solvencia económica del promotor, permitió el lucimiento, creativo y artístico, de Del Busto en este edificio, de estilo un poco ecléctico, pero también muy modernista, con numerosos elementos que nos remiten a este estilo constantemente. Si echamos un vistazo, con calma, a sus fachadas a la calle Rectoría y a la calle Cabrales -porque las otras dos fachadas situadas en zonas mucho menos visibles no tienen ningún tipo de decoración, lo cual era habitual- veremos una amalgama de múltiples elementos colocados con armonía. Hay de todo, arcos de diversos tipos, pináculos, cerámica policromada, ladrillo visto, pilastras, frontones… ¡de todo! Hay hasta una cúpula, cúpula que desaparece en un momento dado y que, por suerte, es recuperada en la última reforma realizada en la primera década del siglo XXI. No es exactamente como la que diseñó y construyó Manuel del Busto, pero contribuye a darle sentido a todo el diseño del edificio y, en especial, a su esquina más visible. El edificio, al completo, estuvo casi a punto de desaparecer del patrimonio arquitectónico gijonés -al igual que su cúpula- en los años 70 y 80 del siglo pasado por su estado de deterioro y la cantidad de modificaciones sufridas. Por suerte, el edificio sigue en pie, y podemos disfrutarlo, al menos su apariencia exterior. En el interior, si tenéis la suerte de poder visitarlo, podríais disfrutar de la misma belleza, con un portal, pinturas y detalles interiores sencillamente espectaculares, y acorde al objetivo de este tipo de edificios, construidos para alquilar a aquellos estratos de la sociedad gijonesa que podían permitirse el lujo de pagar alguna de las cuatro viviendas, una por planta, que existían.
Es un ejemplo más en nuestra ciudad, tan aficionada a ver y curiosear en la fotografía antigua, en blanco y negro, y a recordar que el mejor recuerdo es aquel que, si se tiene la posibilidad, se puede tocar y ver por uno mismo.