Casi 100 años contemplan a nuestro edificio de hoy, 100 años que no han restado un ápice a su belleza ni a su modernidad
Hoy os quiero hablar de uno de esos bellezones de edificios que, con un poquitín de suerte —obras mediante— volveremos a ver resplandecer en un par de semanas. Me estoy refiriendo al edificio situado en la calle Celestino Junquera 1, esquina Plazuela San Miguel. Los que ya lo tengáis plenamente localizado os daréis cuenta de que justo ahora está un proceso de rehabilitación —y parece que también de mejora energética— que, por lo que se puede ver, al menos en la fachada que asoma a Celestino Junquera y que ya está terminada, nos permitirá recuperar para el disfrute ciudadano una pequeña joya arquitectónica de la ciudad.
El proyecto arranca en 1930, bajo encargo al estudio de arquitectura más productivo en Gijón en aquel momento —el estudio Del Busto— de la mano de Manuel y Juan Manuel del Busto. Pese a que el trabajo en su conjunto es avalado por el estudio, este edificio en concreto lo podemos atribuir en exclusiva a Juan Manuel del Busto (hijo de Manuel del Busto) y es por tanto una de las primeras obras de este tipo, sino la primera, que lleva a cabo el por aquel entonces joven arquitecto. El edificio sorprende exteriormente con una solución racionalista: fijaos en la combinación de líneas y curvas con un diseño limpio y diáfano, pero que también se entremezcla con un impecable art decó en forma de llamativos miradores rayados en ambas esquinas del edificio a modo de marco, y del espectacular remate de la esquina entre Celestino Junquera y la Plazuela, en donde se une ese modelo de miradores junto con un remate superior en forma de torre, que da un espectacular acabado al ático y también al propio edificio.
Cabe recordar que en ese momento el estudio del Busto diseñaba y ejecutaba numerosos edificios en la ciudad enmarcados dentro del art decó, y pese al perfil netamente racionalista de nuestro edificio, no abandona, en este caso, ese tipo de simbología y detallismo. Los detalles continúan siendo vistosos en partes muy concretas del edificio, como por ejemplo la puerta de entrada al portal, la más espectacular de toda la ciudad —en mi opinión— si valoramos únicamente la puerta de entrada; aunque admito que si hiciéramos una competición en ese sentido las opciones y rivales serian numerosos, sin ir más lejos dentro de la propia obra de estos dos tracistas.
Si tenéis la suerte de poder dedicarle un ratín a su contemplación, veréis el trabajo de la forja y el vidrio, la firma del estudio de arquitectura en la parte superior y el año de finalización de la obra, 1931. Permitidme un inciso: no deja de llenarme de curiosidad el imaginar lo que debían sentir los gijoneses en ese arranque de década, cuando las construcciones más destacadas de la ciudad eran tan diferentes a lo concebido hasta aquel momento, no solo en volumen, sino especialmente en su apariencia e imagen.
Superada esta pequeña reflexión, no se puede dejar de admirar ese edificio sin apreciar el conjunto de esa parte de la manzana que alumbra a la Plazuela, con el adjunto a nuestro edificio de hoy, un art decó del que ya hablamos en otra ocasión en esta sección, e incluso el edificio —con recrecido incluido— que hace esquina a la calle Santa Doradía; dando como resultado —con la excepción de alguna barbaridad que a día de hoy podemos encontrar en ella— a un espacio arquitectónico, la Plaza de San Miguel, donde apreciar todo tipo de estilos y patrones arquitectónicos.
Casi 100 años contemplan a nuestro edificio de hoy, 100 años que no han restado un ápice a su belleza ni a su modernidad. Crucemos los dedos por poder disfrutarlos otros 100 años.


