Desde el 7 de febrero, el Centro Niemeyer de Avilés acoge una de las exposiciones más esperadas del año:«Una biografía pintada», un homenaje a Eduardo Arroyo. El pintor madrileño, famoso por su rebeldía, su crítica mordaz e inconformismo, transformó la pintura de la segunda mitad del siglo XX
El Centro Niemeyer de Avilés está a punto de abrir una de las exposiciones más esperadas del año: «Una biografía pintada», un homenaje explosivo a Eduardo Arroyo, el pintor madrileño que convirtió el lienzo en un campo de batalla contra la opresión, la política y las convenciones del arte. Desde el 7 de febrero hasta el 4 de mayo, podrán disfrutar de más de sesenta de sus obras más icónicas, que no sólo cuentan la historia de un artista, sino la de una vida intensa y llena de revolución visual.
Arroyo fue un artista multidisciplinar, un genio con corbata, un auténtico rebelde con causa. A lo largo de su carrera cuestionó todo lo que tocaba, tanto en el fondo como en la forma, desde la dictadura franquista hasta el arte clásico. Su lema, «Mi patria es la pintura», deja claro su entrega total al arte como forma de vida. Y lo hacía con una mezcla perfecta de ironía afilada y un estilo visual cargado de referencias tanto a la tradición artística como al Pop Art estadounidense.
La exposición te lleva de la mano por sus primeros años en París, cuando decidió dejar España y a su familia, tras unos pinitos como periodista, y se estableció en la capital francesa. Sus primeras creaciones fueron muy críticas frente al franquismo y la Europa de mitad de siglo, entre los cuadros más destacados de la muestra se encuentran litografías dedicadas a figuras como Constantina Pérez Martínez, heroína de las huelgas mineras asturianas de 1963, donde Arroyo rinde homenaje a las mujeres luchadoras contra el régimen y critica la represión.
En sus pinceles, el arte es una denuncia, una forma de mostrar al mundo su lado más oscuro, pero también el más divertido. No todo es lucha, también hay espacio para una revisión irónica de los clásicos, como Van Gogh y De Chirico, pero a través de los ojos pillos de Arroyo. Algo imprescindible en su iconografía es el folclore español, gran aficionado y entendido de la tauromaquia, confiriéndole un sentido nuevo y que siempre tiene presente en su producción. Sin olvidar la literatura, otra de sus temáticas recurrentes.
Fue intelectual subversivo y vital que nunca aceptó las reglas del juego. Con su arte y su vida, dejó una huella imborrable en la historia del arte contemporáneo. Y esta exposición es la oportunidad perfecta para reconocer a un artista irreverente, cuyas obras siempre cuestionaron los convencionalismos.
No se pierdan la oportunidad de sumergirse en la obra de Eduardo Arroyo. La Cúpula del Centro Niemeyer se convertirá en el escenario para una de las exposiciones más reveladoras y provocadoras que pueden ver este año. Desde el 7 de febrero, preparen su mirada crítica y su mejor dosis de ironía.