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El amor planta cara al odio: la comunidad LGTBI toma las calles (y III)

Redacción por Redacción
01/07/23
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MIGIJÓN se cita con varias parejas LGBTIQ+ asturianas para conocer más de cerca la realidad del colectivo: «No entendemos cómo hay quienes votan a partidos que niegan que todos somos iguales»

POR BORJA PINO Y PAULA G. LASTRA

La progresiva aceptación, si bien todavía incompleta, de las diversas realidades que integran las siglas LGTBI+ ha abierto la mirada social a una serie de realidades distintas, poco conocidas hasta la fecha, que continúan reclamando algo tan aparentemente simple como su plena igualdad con la dinámica heterosexual mal llamada tradicional. Por ello, MIGIJÓN ha querido cerrar su serie de reportajes dedicados a analizar algunos de los perfiles que integran el colectivo a visibilizar dos modelos familiares menos identificables que, por ejemplo, los de quienes se manifiestan homosexuales, pero igualmente presentes y, día tras día, más reconocibles: el de quienes abrazan la bisexualidad y el de los progenitores que, con el amor incondicional de su rol de padres por encima de todo, han presenciado, apoyado y defendido el cambio de sexo de sus hijos.


Belén Murillo y Eloy Álvarez: «Cuando nuestras hijas nos dijeron que eran ‘trans’ nos asustamos por los riesgos que les van a hacer correr»

De izquierda a derecha, Eloy Álvarez, Mía y Dana Álvarez, y Belén Murillo, en una imagen reciente.

Aunque vivan mil años, es harto improbable que Belén Murillo (Oviedo, 1970) y su marido, Eloy Álvarez (San Cucao de Llanera, 1970), olviden el día en que su hija Mía, hoy de diecisiete años y, por entonces, de sólo catorce, comunicó a sus padres que, a pesar de lo que sus genitales parecían indicar, se sentía una mujer. La noticia, por supuesto, fue un impacto para sus progenitores, si bien la feminidad mostrada por la pequeña a lo largo de la mayoría de su vida facilitó la comprensión de lo ocurrido. Más, al menos, que cuando, en la transición de los veinte a los veintiuno, su segunda hija, Dana, que ya suma veintidós años, les hizo un anuncio semejante: no importaba lo que su físico mostrase; era una mujer. Así, con esas dos revelaciones escalonadas en el tiempo, sorprendes en origen y hoy, no sin cierto esfuerzo, plenamente aceptadas, comenzaba la ‘segunda vida’ de esta familia de Llanera, uno de los mascarones de proa de la lucha en Asturias por el pleno reconocimiento de los derechos de la comunidad LGTBI, y que, con sus miembros unidos por el amor incondicional profesado entre padres e hijos, simboliza a la perfección uno de los modelos de familia no tradicional menos conocidos por el grueso de la sociedad.

Ni Murillo, ni Álvarez niegan la bomba que fue para ambos encontrarse con aquella realidad que los físicos de sus hijas parecían cuestionar. «Cuando la pequeña nos lo contó, nos llevamos un susto muy grande; yo más que mi marido», admite la primera. Y lo cierto es que Murillo tenía motivos para ello; trabajadora social desde hace largo tiempo, los perfiles transexuales que había conocido hasta la fecha «eran de personas que habían tenido una vida con muchas desgracias: que habían sufrido abusos, a las que sus familias habían echado de sus casas, que muchas veces ejercían la prostitución… De repente, nos empezamos a preguntar cuántos riesgos les iban a hacer correr a nuestras pequeñas». Tal fue el efecto causado por la noticia que Dana, en un arranque de madurez y sensibilidad que aún hoy deja boquiabiertos a sus progenitores, «esperó cuatro años a decirnos que ella también se sentía mujer, hasta que hubimos resuelto todo lo de Mía. Fuimos los últimos en saberlo, y nos quedamos helados».

Si de algo no se puede acusar a esta familia es de albergar prejuicios o desprecios hacia el colectivo LGTBI, pero eso no significa que el proceso fuese fácil. «Los mundos de Disney no existen. A la pequeña, como siempre ha sido muy femenina, le tocó aguantar algunas cosas en el colegio y en los primeros años del instituto, pero hoy tiene muchísimos amigos y es aceptada», rememora Murillo. Ella misma, como su marido, tuvo que recurrir a la asociación Xente Gay d’Asturies (XEGA) para aprender, entender y adaptarse a la nueva realidad de sus hijas, algo que, a la postre, «nos ha permitido ver el ámbito LGTBI desde otro punto de vista. Además, desde que son abiertamente ‘trans’, están más contentas, han sacado muy buenas notas… Mía acabó Bachiller con notable como calificación más baja, y ha ganado un premio literario esta misma semana».

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Mía Álvarez, la más joven de las dos hijas del matrimonio, el pasado fin de semana, durante la manifestación del ‘Orgullín del Norte’.

Esa valoración no es sino la traslación a la esfera familiar de una serie de avances sociales en materia de integración que, por fortuna, «son evidentes. Yo, como trabajadora social, si pienso en la década de 1980 estábamos muchísimo peor que ahora». A su juicio, lo que está ocurriendo a tenor del creciente apoyo que la derecha recibe «no es que nos estemos volviendo intolerantes, sino que muchas personas que ya antes eran homófobas, racistas, machistas y todos los ‘istas’ que se quiera, han perdido la vergüenza de callarse y han encontrado partidos con los que pueden expresarlo». Aun así, sí considera que, en líneas generales, a la sociedad española le queda todavía mucho camino por recorrer en materia de tolerancia. «Lo vemos con el racismo; mucha gente afirma no serlo, pero luego tus hijos llevan a un amigo gitano a casa, y tuerces el gesto», reflexiona.

Peor aún, entiende Murillo, es lo que sucede en el plano político; en especial, con Vox. «No me cabe en la cabeza cómo puede haber gente que vote a partidos que quieren violar el artículo catorce de la Constitución, que dice que todas las personas son iguales», exclama. Tampoco el PP se libra de sus críticas, pues desde sus filas «atacan puntos de la ‘ley trans’ que ni siquiera existen. ¡Es como si no se la hubieran leído! Están jugando a un juego peligroso, y lo peor es que los ciudadanos estamos aceptando que la política no tenga ningún valor». Por eso, ahora como ayer y, desde luego, como mañana, «seguiremos saliendo cada Orgullo porque creemos que es muy importante que se vea que no nos van a echar para atrás, ni a asustar. Tenemos los mismos derechos, y por nuestras hijas, pero también por todos los demás, lucharemos con uñas y dientes contra quienes nos los quieran arrebatar».


Eva I. y Patri: «A la derecha le viene de perlas Vox para que le haga el trabajo sucio. ¿Qué ha sido de la Carmen Moriyón que disfrutaba en el ‘Orgullín?»

Eva I., quien descubrió su bisexualidad a los 39 años.

Puede que el cine y la literatura románticas la hayan explotado tanto, que muchos desconfíen hoy del realismo de la idea, pero es indiscutible que, en la práctica y con un poco de buena suerte, nunca es tarde para encontrar el amor… Como tampoco lo es para decidir qué persona es merecedora de tan intenso sentimiento. Eva I. (Vitoria, 1969) puede dar fe de ello. Poco después de cumplir 39 años, y después de casi cuatro décadas siendo, como ella misma afirma entre risas, «una personita hetero con parejas heteros», el enamorarse de una mujer por primera vez le permitió descubrir y, finalmente, aceptar su bisexualidad. Un cambio no sólo bienvenido, sino del que Eva se siente profundamente agradecida a la vida, y que le ha llevado, hoy mismo desde hace nueve años, a disfrutar de la experiencia del amor en compañía de su pareja, Patricia.

«Me consideré afortunada de haber tomado conciencia de esa condición en esa etapa de mi vida, cuando había desterrado toda clase de mitos y prejuicios estúpidos, tenía las cosas claras y, sobre todo, una lista de amigos homosexuales y bisexuales de récord», puntualiza, consciente de que, de haber sucedido a edades más tempranas, «probablemente hubiera sido de otra manera. Así no me supuso ningún conflicto interno». Eso, claro, de puertas hacia dentro, porque su entorno, si bien no encajó mal la noticia, «esperaba que lo hubiera hecho mejor». En ese sentido, en el recuerdo de Eva pervive, nítida y dolorosa, la reacción de su mejor amigo, a la sazón gay, que le espetó «Evina… Tú no». «Creo que fue una forma de decirme que me metía en la mierda al declararme bi; fue entonces cuando comprendí lo que significa estar dentro del armario, y tener que salir con toda tu vida», concreta.

Tampoco en su familia hubo respuestas abiertamente desfavorables, si bien no faltaron frases del tipo «A tu padre no se lo digas», o «No puedes hacernos esto». Incluso, de parte de su propia hermana, «la persona que menos me esperaba que me dijera que me metiera en el armario». Por suerte, en esos casos la edad demostró ser un grado, y para entonces Eva «había desarrollado una suficiente inteligencia emocional para decir a mis padres ‘Me estáis haciendo daño’. Y te das cuenta de que tú también tienes poder sobre ellos, porque eres su hija y te quieren». Más difícil fue llegar a un punto de equilibrio con su pareja, ya que «yo había sido hetero muchos años, pero ella era lesbiana, y estaba acostumbrada a reprimir en público ciertas manifestaciones de cariño, hasta el punto de que, cuando entrábamos en su barrio, aquello era ‘territorio comanche’. Había que ‘esconderse'».

Por fortuna, el mundo a cambiado a mejor, y hoy esas precauciones son relativamente menos necesarias. «Estamos muchísimo mejor, y el colectivo está más empoderado que hace unos años; antes te llamaban ‘maricón’, e igual pensabas que había algo malo en ti, pero ahora sabemos que no estamos ni errados, ni tarados», reconoce Eva. Eso sí, no oculta su inquietud ante el avance de ciertas manifestaciones «que son terribles, que incluyen discursos de odio por parte de la extrema derecha, y que se nota que calan». A su juicio, se ha derivado de lo que ella llama ‘homofobia liberal’, «aquella en la que te preguntaban por los gays y respondían ‘Me parece muy bien, pero…'», a un escenario en el cual «ya se habla homófobamente, en el que la gente ya no se calla ciertas opiniones que antes reprimía, y en el que se está demostrando que aquel mundo tolerante que creímos construir era un poco de fantasía».

El apoyo prestado por ciertos partidos políticos a esos extremos no contribuye a calmar su ánimo. «Cuando estaba Aznar, había gente que decía que había mantenido a raya a la extrema derecha; entonces no lo entendía, pero ahora sí», recuerda. En la propia Gijón cree que se está dando un caso evidente, a tenor del acuerdo suscrito por Foro y PP con Vox. «Al PP le está viniendo de perlas Vox para que le haga el trabajo sucio, vale, pero… ¿Carmen Moriyón? ¿La mujer que iba todos los años al ‘Orgullín’ y se lo pasaba fenomenal? Se ha delatado, está tirando la piedra y escondiendo la mano, y lo peor es que lo está haciendo con una facilidad pasmosa».

Por todo eso, para Eva el de este año es el Orgullo más importante de los últimos tiempo. «Hay mucho por lo que pelear, mucho en juego. Los derechos de las personas vulnerables siempre están en la frontera; se conquistan hoy y se pierden mañana», sentencia. Sin ir más lejos, entre sus reivindicaciones particulares figura «el que fuésemos cambiando hacia modelos donde no sea necesario pasar por el matrimonio para acceder a ciertos derechos. Igual que no tengo hijos, no quiero casarme, y si algún día lo hiciera, sólo sería para beneficiarme de algunos derechos inaccesibles si estás soltera. Eso no es justo, y tiene que cambiar».

Comentarios 1

  1. FachaFrancoPantano says:
    2 años ago

    ¿Y contra qué amenaza se opone el Colectivo Arcoíris? ¿Contra esa inmigración adoctrinada en la homofobia, que no se quieren adaptar a España, y que son más del 99% de los delitos homofóbicos en Asturias? ¡¡Noooooo!! Los inútiles que viven de las mamandurrias políticas, hacen un paripé contra VOX porque es quien les amenaza con dejarles sin comer.

    Responder

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